El experimento Tuskegee

A comienzos del siglo XX, la comunidad médica prácticamente se encontraba imposibilitada en su batalla contra la temible sífilis. La atroz enfermedad se esparcía a un ritmo alarmante en algunas áreas, sobre todo en aquellas regiones donde habitaban los sectores más carentes de la población mundial. Incluso para aquellos que podían permitirse pagar, los tratamientos conocidos rivalizaban con la propia enfermedad en el daño que provocaban en los pacientes.

Tuskege estudio sifilis

En el año de 1932, el Dr. Taliaferro Clark del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos (PHS) puso en marcha un estudio en el condado de Macon, en Alabama, Estados Unidos con el objetivo de registrar y documentar el progreso de esta catastrófica enfermedad de trasmisión sexual. El lugar estaba habitado en su mayoría por granjeros negros analfabetas y de escasos recursos, factores que propiciaron un número preocupante en los casos de sífilis. Lo que se conoce como el Estudio de Sífilis de Tuskegee o simplemente como Experimento Tuskegee se llevó a cabo con la intención de profundizar en el entendimiento de la sífilis para proporcionar nuevos conocimientos y potenciales tratamientos, y posiblemente para justificar un programa paliativo financiado por el gobierno. Pero más allá de estas nobles justificaciones, la falta de recursos y sobre todo de ética condujo a una de las negligencias médicas más vergonzosas en la historia de los Estados Unidos.

La sífilis es una enfermedad causada por la bacteria Treponema pallidum, y aun hoy se le considera una de las ETS más peligrosas debido a los síntomas que puede causar si no es tratada. En las etapas iniciales del contagio, produce úlceras indoloras y erupciones, acompañadas de síntomas generales de malestar como cefalea y dolor de garganta. Después de aproximadamente un año padeciendo estos síntomas, muchos pacientes aparentan una recuperación normal. Esta fase se considera la etapa latente de la enfermedad, donde las bacterias acechan al anfitrión durante un periodo que puede ir desde algunos meses hasta varios años.

Cuando finalmente se presenta la tercera etapa de la sífilis, el cuerpo de la víctima empieza a llenarse de misteriosos tumores en varias regiones del cuerpo, y un grave daño puede empezar a suscitarse en el órgano cardiaco, las articulaciones y los huesos. La enfermedad incluso puede afectar al sistema nervioso, en una variedad conocida como neurosífilis. Esta variedad puede afectar a los ojos y oídos, producir cambios en la personalidad, sobre estimulación de los reflejos, parálisis y locura.

Tuskegee Institute

Tuskegee Institute en la actualidad

El Estudio de Sífilis de Tuskegee se puso en marcha con la colaboración del hospital en el Tuskegee Institute, una universidad para negros fundada por Booker T. Washington. El PHS ofreció a los residentes pocos detalles sobre los propósitos del estudio, pero a cambio de su participación les prometió una comida diaria y tratamiento médico gratuito, así como un pago de $50 dólares para el entierro si autorizaban su propia autopsia en caso de muerte. Para aquellos hombres que se partían el lomo bajo el sol todos los días y que pagaban la renta de las tierras con una parte de sus cosechas, aquella oferta fue realmente atractiva. Se aceptaron un total de seiscientos voluntarios para el experimento, que se dividían en 201 hombres voluntarios sanos como grupo de control y 399 que habían dado positivo para sífilis.

Dado que jamás se suministraron fondos suficientes para proveer de medicamento a todos los participantes, los investigadores se limitaban a observar el progreso natural de la enfermedad. Llegaron a la conclusión de que siempre y cuando no hicieran ningún daño a los pacientes, su estudio estaba justificado por el beneficio que produciría para la humanidad. Sin embargo, en muy poco tiempo estas nobles intenciones terminaron sepultadas bajo el peso de una investigación corrompida. Los médicos decidieron ocultar la gravedad de su estado de salud a los voluntarios, en su lugar les dijeron que necesitaban tratamiento para una enfermedad muy ambigua conocida como “mala sangre”. Posterior a este engaño, el personal médico suministraba a los voluntarios dosis periódicas de aspirinas y suplementos de hierro haciéndolos pasar por medicamentos más útiles.

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Las punciones lumbares eran frecuentes en Tuskegee.

Estas prácticas engañosas provocaron en el Dr. Taliaferro Clark la decisión de retirarse del proyecto poco después de iniciado el estudio, pero los investigadores restantes siguieron adelante. Bajo la supervisión de la enfermera Eunice Rivers – mujer afroamericana que había recibido instrucción en el cuidado de la salud en Tuskegee – muestras de sangre eran colectadas periódicamente de los participantes. También fueron sometidos a algunas punciones lumbares, un procedimiento que implica introducir una jeringa grande en la médula para extraer muestras de líquido cefalorraquídeo. Este tratamiento no ofrecía ningún tipo de mejora a la salud de los pacientes, sino todo lo contrario, pues era frecuente que terminara en fuertes dolores de cabeza y nauseas, además de los pequeños riesgos de incapacidad y muerte del procedimiento. Pero los investigadores lo consideraron necesario para evaluar las indicaciones de la neurosífilis. Los pacientes recibieron cartas de “tratamiento gratuito especial” para manipularlos y que aceptaran las pruebas, y el procedimiento era realizado para toda una región en un solo día evitando que se propagaran los informes de inconformidad de los pacientes que desalentaran la participación.

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Eunice Rivers junto al grupo de voluntarios.

A pesar de una que otra incomodidad ocasional, los pacientes se mostraban complacidos de recibir la asistencia médica gubernamental. Muchos de los enfermos de sífilis solían regalar productos horneados como una forma de agradecimiento a los médicos.

Durante los primeros años del estudio, la única arma de la comunidad médica contra la sífilis eran cócteles tóxicos compuestos de sustancias perjudiciales como el arsénico y mercurio, que muchas veces provocaban más afecciones que la propia enfermedad. Algunos de estos profesionales en un destello de creatividad decidieron infectar de forma deliberada con malaria a los pacientes para inducirles fiebres que supuestamente contrarrestaban la infección por sífilis, después suministraban un extracto de corteza de árbol contra la malaria conocido como quinina. Sin embargo, a mediados de la década de 1940 un antibiótico recién descubierto llamado penicilina demostró efectividad y seguridad en el combate a la sífilis, y el gobierno de los Estados Unidos financió una campaña de salud pública en toda la nación con el fin de poner fin a la enfermedad.

En un intento por salvar los frutos de su trabajo, los investigadores de Tuskegee ocultaron la cura a sus voluntarios. También elaboraron listas de estos pacientes que suministraron a los médicos de la localidad solicitando que no les suministraran penicilina pues de otra forma estarían interviniendo con un estudio de salud gubernamental. Los responsables del experimento no estaban interesados en salvar las vidas de los granjeros negros, lo único que les interesaba era llevarlos hasta una mesa de autopsia para practicarles disección. Como uno de los médicos dijo muy quitado de la pena: “No tenemos interés alguno en esos pacientes hasta que mueren“.

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Médicos desconocidos suministrando placebos a los pacientes.

Tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, la repulsión sobre las innecesarias prácticas médicas nazis en los campos de concentración llevó al Consejo para los Crímenes de Guerra a establecer el Código de ética médica de Núremberg. En este documento se definen los límites de la experimentación con humanos y se establece el requisito de consentimiento informado. El experimento en Tuskegee claramente contrariaba gran parte de estas directrices, pese a todo esto, las prácticas experimentales siguieron adelante. Durante varios años los médicos del condado de Macon trataban a los pacientes con una serie de placebos mientras la salud de los hombres se degeneraba gradualmente ante los estragos de una sífilis no tratada. Las autopsias revelaron toda una variedad de complicaciones a causa de la sífilis, entre ellas válvulas cardiacas dañadas, aortas destrozadas, tumores en los huesos, degeneración de la medula espinal y daño cerebral.

En el año de 1966, un investigador de enfermedades venéreas llamado Peter Buxtun tuvo conocimiento del estudio y envió una carta a su director de departamento donde mencionaba su preocupación moral sobre el experimento. El Centro para el Control de Enfermedades (CDC) respondió asegurando que el estudio debía seguir adelante hasta que la totalidad de pacientes falleciera, dándoles la oportunidad a los investigadores de llevar a cabo las autopsias. Este dictamen estuvo respaldado por la Asociación Nacional de Médicos y la Asociación Médica Americana. Sin embargo, Buxtun no cesó en sus esfuerzos para dirigir la atención a la cuestionable ética del estudio, infelizmente sus intentos no tuvieron efecto en la cloaca de burocracia y racismo del CDC.

Peter Buxtun

Peter Buxtun

El 25 de julio de 1972, el periódico Washington Star publicó un artículo condenando los experimentos médicos en Tuskegee. El artículo fue hecho por Jean Heller en respuesta a una carta enviada por Peter Buxtun que esbozó las atrocidades de la investigación. Los lectores de la publicación se mostraron horrorizados de que el Servicio de Salud Pública impidiera de forma deliberada a los voluntarios recibir una cura. Un día después la historia apareció en la portada del New York Times. El gobierno salió a defender su estudio a largo plazo, asegurando que los experimentos se hicieron en voluntarios, y que los pacientes siempre se mostraban felices de ver a sus médicos. Pero el gigantesco peso del rechazo público aplastó las blandengues justificaciones, rápidamente se organizó un grupo consultivo que condenó el estudio y ordenó su inmediato cese.

articulo new york times tuskegee

Habían pasado cuatro décadas desde que los médicos administraron el primer tratamiento experimental para la “mala sangre” en Tuskegee. En el transcurso del experimento, un total de veintiocho hombres habían perecido directamente por la sífilis, y más de un centenar debido a complicaciones relacionadas con la enfermedad. Muchos de estos pacientes perdieron la vida incluso después que la penicilina se convirtiera en un antibiótico accesible. De los 399 voluntarios infectados que empezaron, solo setenta y cuatro lograron sobrevivir para enterarse de que sus médicos los habían estado engañando durante los últimos cuarenta años. Además, se descubrió que cuarenta esposas de los hombres enfermos habían sido infectadas durante el estudio, y diecinueve hijos habían nacido con sífilis congénita.

Un año después de que la cloaca se destapara, la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) ganó un acuerdo por $ 9 millones de dólares en nombre de las víctimas, y la suma se dividió entre los sobrevivientes. A ellos y a sus familias también se les garantizó la atención médica de por vida. Como era de esperarse, el Estudio de Sífilis de Tuskegee impulsó entre los afroamericanos una profunda desconfianza en la clase médica de los Estados Unidos, efecto que incluso permea a nuestro tiempo.

Algunos han llegado a afirmar que el estudio fue un hecho perdonable si se analiza el contexto histórico. Por ejemplo, cuando comenzó el experimento en 1932, los investigadores no estaban obligados a informar a los pacientes detalles sobre su enfermedad. Sin embargo, ocultar este tipo de información fue lo menos grave entre todo el cúmulo de negligencias por parte de los investigadores. La explotación deliberada de una minoría étnica fue una completa barbarie, y sus esfuerzos proactivos para negarles un tratamiento son algo insostenible, sobre todo después que la cura estuvo a disposición del público a mediados de la década del 40.

El día 16 de mayo de 1997, el presiente Clinton pidió disculpas en nombre de la nación a los pacientes que lograron sobrevivir en Tuskegee.

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Bill Clinton acompañado por algunos sobrevivientes del experimento.

“A los sobrevivientes, esposas y miembros de la familia, los hijos y los nietos, les digo lo que ya saben: no hay poder en la Tierra que pueda revertir las vidas que se perdieron, el dolor sufrido, los años de tormento interno y angustia. Lo que se hizo no puede ser deshecho. Pero podemos terminar el silencio. Podemos dejar de voltear hacia otro lado. Podemos mirarte a los ojos y finalmente decir, en nombre del pueblo estadounidense: que lo que el gobierno de los Estados Unidos hizo fue vergonzoso. Y lo siento”.

Unos cuantos investigadores de los que participaron en el estudio admitieron su total falta de ética, los demás se escudaron diciendo que simplemente seguían instrucciones de sus superiores. Estas respuestas tan débiles resultaron inquietantes pues así se justificaron los experimentos nazis en Nuremberg. Los científicos nazis también alegaron que simplemente “seguían órdenes”, una justificación que parece exentar a las personas de su moral personal. Ni siquiera Eunice Rivers – la enfermera afroamericana – sintió que había hecho algo indebido.

El Estudio de Sífilis de Tuskegee es una demostración horrenda de lo que sucede cuando el racismo se sale de control, y es una tragedia que puede – y quizá deba – quedarse para siempre en la historia de la ciencia y la medicina. Tragedias como esta nos hacen recordar que el racismo no es algo tan distante como a muchos les gusta creer, y que los practicantes modernos de la ciencia y la medicina no están exentos de considerar sus vergonzosas acciones como hechos justificables en nombre de la ciencia.


Source: Mundooculto.es