La Piedra Filosofal y los secretos de la Alquimia – Documental Historia



La piedra filosofal, asimismo llamada “elixir rojo” o bien “tintura de oro”, es una substancia en forma de polvo, lograda a través de complejos procesos alquímicos, que deja transmutar cualquier metal en oro. Se le atribuye además la propiedad de sanar todas y cada una de las enfermedades y administrar la inmortalidad a quien la ingiera. El alquimista, cuadro de sir Williams Fettes Douglas La transmutación de los metales era el propósito primordial del arte medieval de la Alquimia, que formaba al unísono una busca experimental y espiritual, motivo por el que sus tratados están escritos en un lenguaje hermético que resulta incomprensible a los no iniciados. Los procedimientos alquímicos acarrean una carga simbólica que sus practicantes deben entender ya antes de ponerlos en práctica. Se fundamentaban en la creencia de que toda substancia material está formada por los 4 elementos (tierra, agua, aire y fuego) y 2 principios básicos: azufre y mercurio. El alquimista debía buscar una materia prima y efectuar sobre ella 4 operaciones: licuarla, evaporar el agua innecesaria, separar los 2 principios básicos y después purificarlos. Paradójicamente, para conseguir la piedra filosofal, la materia prima de partida era una pequeña cantidad de oro, inversión inicial que llevó a muchos a la ruina. La temporada dorada de la Alquimia fue campo abonado para timadores que se presentaban ante sus víctimas como depositarios de los secretos de la piedra filosofal. Efectuaban demostraciones prácticas basadas en toscos trucos (como, por servirnos de un ejemplo, cubrir de hierro una barra de oro) y en el poder de sugestión que daba la creencia extendida en determinados antecedentes. Existían personajes insignes a los que se les atribuía alén de toda duda el logro de la transmutación de los metales en oro: R. Llull, A. de Villanova, Paracelso, B. Trevisano y, sobre todo, Nicolas Flamel, quien por si fuera poco dejó una narración de sus investigaciones titulada Explicación de las figuras jeroglíficas puestas por mí, Nicolas Flamel, escribano, en el cementerio de los Inocentes, en la cuarta arcada. Flamel era escribano y librero en París. Una noche un ángel se le apareció en sueños y le mostró un libro excepcional cuyo contenido, no obstante, no llegó a ver. Años después, en mil trescientos cincuenta y siete, un hombre entró en su librería y le ofreció un volumen en el que Flamel reconoció aquel libro de su sueño. Si bien el hombre le solicitó la esencial suma de 2 florines, no vaciló en adquirirlo. Tenía una tapa de cobre bien encuadernada, sus hojas no estaban hechas de papel ni de pergamino, sino más bien de corteza de arbusto, y parecía antiquísimo. En vez de letras contenía unas figuras extrañas que Flamel no alcanzaba a entender, y lo firmaba un tal A. el Judío. Nicolas Flamel A lo largo de los años siguientes, con la ayuda de su leal esposa Perenelle, procuró descifrar el contenido del libro. No obstante, pese a dedicarle múltiples horas a lo largo de todas y cada una de las tardes, no efectuaba ningún progreso. Frustrado, consultó a los alquimistas más insignes de la ciudad de París, mas estos no supieron darle pista alguna sobre el significado de aquellos símbolos. Como en Francia no encontraba respuestas, decidió viajar a la cuna de la Alquimia europea: la Península Ibérica. Mientras que peregrinaba a S. de Compostela, conoció a un judío converso llamado Canches, quien al ver una imitación de múltiples pasajes del libro le afirmó conmovido que aquellos signos estaban relacionados con la Cábala. Deciden entonces volver juntos a París para ahondar en el estudio de la obra. Ya antes de llegar, Canches, ya enfermísimo desde hace un tiempo, muere. Sin embargo, el de España ya había dado a Flamel la clave para descifrar el manuscrito, con lo que este siguió estudiándolo en compañía de su esposa, y pronto los dos empezaron a efectuar ensayos. En mil trescientos ochenta y dos consiguen transformar mercurio en plata. Unos meses después consiguen la piedra filosofal y el veinticinco de abril transmutan al fin una cierta cantidad de mercurio en oro puro. Desde acá amasan una pequeña fortuna que dedican sobre todo a obras de caridad. Por lo menos, eso es lo que el propio Flamel cuenta en el escrito que se le atribuye. Se considera un hecho comprobado que Nicolas Flamel adquirió una enorme fortuna en muy poco tiempo, lo que se transformó para sus contemporáneos en prueba irrebatible de que tenía el secreto de la transmutación de los metales. Unos años tras su muerte, tanto su tumba como la de su esposa fueron saqueadas para buscar la piedra filosofal y el libro de A. el Judío, mas ni una ni otro aparecieron.

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