La Expedición Perdida de Franklin

Hasta la apertura del canal de Panamá, la única forma que tenía un barco para pasar del océano Atlántico al Pacífico era bordear el sur del continente americano, siguiendo la ruta inaugurada por Magallanes en 1520-1521. Este rodeo largo y costoso empujó a muchos navegantes a buscar una ruta alternativa y más directa por el norte de América, el llamado paso del Noroeste. Sin embargo, las primeras expediciones pronto comprobaron que aquella no era una empresa fácil. En lugar del atajo soñado, había que serpentear a lo largo de 1.500 kilómetros por toda clase de islas, canales y bahías. Además, estaba la amenaza del frío y el hielo, que limitaba la navegación a dos o tres meses de verano. Los navíos de madera estaban siempre expuestos a que los témpanos de hielo, moviéndose con las mareas, bloquearan un canal o chocaran con ellos, inmovilizándolos o perforándolos. Por ello, la búsqueda del paso del Noroeste fue durante cuatro siglos una sucesión de empresas fallidas y a veces fatales. El país que más se volcó en esta exploración fue Inglaterra, empeñada en encontrar una ruta hacia las Indias que pudiera servir de alternativa a las que controlaban españoles y portugueses. Tras el intento pionero que realizó en 1497 el italiano Giovanni Caboto, comisionado por Enrique VII, a finales del siglo XVI y principios del XVII, diversos exploradores ingleses se aventuraron por el noreste de Canadá en busca del ansiado paso: Martin Frobisher en 1576, John Davis en 1585, Henry Hudson en 1610… Particular importancia tuvo la expedición de Robert Bylot y William Baffin en 1616, en la que descubrieron el estrecho de Lancaster, pese a que no llegaron a percatarse de que aquella era la auténtica puerta de entrada del paso del Noroeste. Tras un largo paréntesis, la búsqueda se reanudó a principios del siglo XIX. Dado que Canadá era un dominio británico, fue el Almirantazgo inglés, dirigido por John Barrow, quien desde 1816 impulsó de nuevo la exploración del paso del Noroeste. En 1818, John Ross, tras recorrer la costa occidental de Groenlandia, redescubrió la tierra de Baffin y pasó frente al estrecho de Lancaster, aunque creyó que era una bahía. Al año siguiente, el segundo de Ross, William Parry, volvió a la zona y se adentró en el estrecho a lo largo de 750 kilómetros hasta alcanzar la isla de Melville, donde invernó; si hubiera proseguido la ruta habría salido al mar de Beaufort y habría alcanzado la costa de Alaska.