El regreso de Quetzalcóatl

Muchas civilizaciones tienen héroes propios de su cultura, individuos cuya fama es tan dilatada que sus historias mezclan la realidad con lo sobrenatural. En Mesoamérica, la más famosa de estas figuras es Quetzalcóatl, la “Serpiente emplumada” (serpiente que vuela). Deidad creadora, asociada con los vientos que trían con él lluvia y maíz.

La civilización tolteca que predominó en la región del año 750 al 1000 d. C. veneraba tanto a la serpiente emplumada que sus gobernantes tomaron su nombre. El último de ellos Topiltzin Quetzalcóatl, fue un rey instruido que fomentó las artes, abolió los sacrificios humanos e hizo voto de celibato; pero, según la leyenda, el rival de Topiltzin, Tezcatlipoca, lo drogó con hongos alucinógenos, lo que ocasionó que el líder Tolteca copulara con la diosa Luna, Tlazoteotl, señora de la inmundicia. Cuando comprendió lo que había hecho, Topiltzin renunció a su liderazgo y huyó al Este. Al llegar a la costa, embarcó en una balsa, la cual se dice se derritió al calor del sol. Topiltzin fue llevado al cielo convirtiéndose en la estrella de la mañana.

Algunos mexicas llegaron a la zona maya de la península de Yucatán alrededor de este periodo adoptando el culto a Quetzalcóatl. Ellos creían haber heredado su tradición y que un día el dios reclamaría su trono.

Cuando el emperador Moctezuma II conoció a Hernán Cortés en las puertas de la gran ciudad de Tenochtitlan a principios del siglo XVI, los recibió en su palacio como mensajeros de Quetzalcóatl. Cuando al fin los aztecas comprendieron que los españoles no eran mensajeros de dioses, sino simples mortales que además llevaban otras intenciones, los blancos extranjeros barbados ya habían empezado a destruir su civilización.

La leyenda de Quetzalcóatl pervive en la actualidad en nuestro país. Todavía hay muchos grupos indígenas que encuentran significado en esta figura, asegurando que todavía falta que el final se venga a escribir.

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