Sereno asegura haber sido perseguido por una criatura demoníaca

La leyenda de «El Familiar» es harto conocida en los ingenios azucareros del noroeste argentino, pero quizás es la primera vez que surgen a la luz testimonios de efectivos de seguridad que dan fe de la existencia del horrendo personaje demoníaco.

Según las creencias populares es un espíritu devorador de hombres que ronda los cañaverales. Existen varias versiones que hacen referencia a su aspecto, algunas lo asimilan a un viborón, otras a un perro, mientras que muchas lo pintan con rasgos humanoides.

Lo cierto es que noches atrás, en el departamento Orán, provincia de Salta, un joven de 23 años fue espantado en plena faena. De acuerdo a testimonios, el trabajador, quien se desempeña como sereno de una máquina en uno de los numerosos puestos de un ingenio azucarero del norte provincial, llegó a eso de las 18 hs.

«Este chango es empleado de una contratista del ingenio. La máquina que cuida está a varios kilómetros del puesto donde están los piletones de vinaza. Eran como las 20.30 pasadas, yo estaba sentada junto a la puerta de la casilla re entretenida escuchando música y cantando fuerte (al son de diferentes ritmos), porque a esa hora no hay nadie. Estaba re en otra cosa», contó la mujer de seguridad, cuya identidad es reservada.

Luego relató en un medio local: «De repente se apareció este chico y no le salía la voz, como cuando estás ronco. Así, medio tartamudeando me dice, “comue… se, se, señora la puede llamar a mi mamá”. El susto que me pegué yo al verlo así parado enfrente mío, después de aparecer de la nada. Y ahí me paro y le digo “¿qué hace acá?”, y se quedó mirándome. El chango quería llorar. Lo hago sentar en la silla, pero me dijo que no y se sentó en el piso. Le di agua, le mojé la cabeza y le dije que se tranquilice (sic)».

Los minutos se hicieron eternos y aterradores en el solitario puesto azucarero, donde reinaban el susto del muchacho y los interrogantes de la puestera. Fue entonces que el joven le confesó que lo querían agarrar.

«Yo pensé (en un primer momento) que lo querían asaltar, pero cuando se logró calmar (un poco) me dijo que estaba arriba de la máquina y comenzó a sentir que le tiraban piedritas al frente de la maquina, en el vidrio, y luego piedras más grandes al techo. Fue entonces que se baja de la máquina, agarra la linterna y ve una sombra gigante de un hombre con un sombrero. Y esta sombra le grita fuerte: “Yaaaa te vas de acá”. El chango entonces agarró su mochila y empezó a correr, sin parar».

La distancia entre los piletones de vinaza hasta el puesto de control, según comparó la mujer, es similar a la que existe entre Hipólito Yrigoyen y Orán (unos 16 km). «Es muchísimo para que corra (una persona)».

«Él mientras corría miraba hacia atrás y veía la sombra que lo seguía, y era como que lo quería agarrar. Cuando se cae, en un momento, buscó en sus bolsillos el celular, pero del miedo rompió los dos bolsillos del pantalón. Cuando yo hice que saque las manos, tenía los dos bolsillos en la mano. Tenía los ojos como que se le querían salir, la cara pálida».

El desenlace

La mujer dio aviso a la empresa de seguridad, para que se comunicaran rápidamente con los superiores del joven trabajador y tomaran nota de la situación.

«En eso que lo estaba calmando, una mesa de hierro pesadísima (que hay en el puesto) se dio vuelta y quedó patas para arriba. Como que alguien la tiró. En eso llegó el seguridad Yáñez y él la vio así. Ahí nos dimos cuenta que el Familiar se lo quiso llevar y que lo había seguido hasta le puesto. Yo no me asusté porque a esa historia me la conozco, pero el chico se puso a llorar y me repetía que se quería ir con su mamá», detalló. Y luego agregó: «No sabía como actuar en ese momento, tenía miedo que (al joven) le agarrara un ataque, porque estaba muy asustado. Finalmente me fui cuando llegó mi relevo».

Tras tomar estado público en medios locales el aterrador suceso, solo se habla de este terrible demonio en las localidades de los departamentos Orán y San Martín, y pocos son los valientes que se muestran predispuestos a hacer de serenos por estos días.

El origen de la leyenda

La leyenda de El Familiar nace y se desarrolla en el noroeste argentino junto con la proliferación de la industria azucarera y la instalación de varios ingenios a finales del siglo XIX y principios del pasado, donde se empleaban a miles de obreros a sueldos de hambre y condiciones de trabajo inhumanas.

El Familiar era el perro del diablo. O tal vez el Diablo mismo. Negro como la muerte y feroz como todo el mal del mundo. Sus ojos desprendían llamaradas de fuego y sus garras tenían la fuerza de mil hombres. Poseía un hambre que sólo se saciaba con la entrega de un peón al año. Por lo que el patrón del ingenio o el capataz, que había hecho un trato con el Diablo a cambio de la prosperidad del negocio, debía entregarle un obrero para que el Familiar se lo coma.

Solía suceder en los ingenios que durante el trabajo, algún que otro trabajador encontrase la muerte. O bien cayendo a la caldera, o en la cinta trituradora del trapiche. No era algo extraño. Si esto ocurría se decía que había sido el Familiar que andaba con hambre. Si algún trabajador desaparecía, se decía que había sido el Familiar.

Según la leyenda, no es posible matarlo ni herirlo con armas blancas ni de fuego. Sin embargo, es posible escapar con vida de sus garras mostrándole la cruz que se forma con cabo de un puñal.

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