El escalofriante “canibalismo medicinal”

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La idea de que ingerir determinados órganos o partes del cuerpo de un fallecido, es un método efectivo para heredar alguna de sus cualidades, o incluso la cura para enfermedades y dolencias, estuvo presente en la cultura ancestral de pueblos como los de Nueva Guinea, islas del Pacífico o Centroamérica.

Sin embargo, este tipo de creencias no fue una exclusividad de las culturas tribales: en diversas regiones de Europa, especialmente durante la Edad Media, se creía que engullir partes del cuerpo de un fallecido podía resultar un método efectivo para curar enfermedades y favorecer distintos aspectos del organismo.

De hecho, es así como puede explicarse el habitual saqueo de los cementerios de aquellas regiones, por aquellos tiempos, cuando la gente no sólo buscaba objetos y prendas valiosos, sino que robaba huesos y trozos de carne humana para fabricar medicamentos y ungüentos terapéuticos.

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A los países germánicos, se atribuye la costumbre de beber sangre humana de las personas ejecutadas para mejorar la circulación. Así, los verdugos solían venderla y la gente se apresuraba a comprarla para beberla fresca, como se recomendaba, o para fabricar conservas, en forma de mermeladas o ungüentos.

También se indicaba el consumo de trozos de cráneo humano, pulverizados en alcohol, como cura para el dolor de cabeza; o la ingesta de testículos para aumentar la potencia sexual. Muchas momias egipcias fueron robadas para ser vendidas a boticarios y farmacias europeas, que empleaban sus partes como ingredientes de múltiples remedios.

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Si bien este tipo de práctica caníbal fue disminuyendo a medida que el tiempo pasó, especialmente a partir del siglo XVIII, el uso de momias, por ejemplo, continuó hasta principios del siglo XX.