Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Cuenta la leyenda que uno de los generales romanos que estaba a cargo de los ejércitos, Tito Carissio, cabalgaba una mañana por aquellos montes vigilando los alrededores de las minas de oro.

Al ver un hermoso manantial que surgía de la montaña sintió una terrible sed y decidió acercarse a sus aguas para beber.

Estaba arrodillado sobre la tierra mojándose el rostro cuando, de pronto, apareció una bella mujer que estaba escondida detrás de unos peñascos.

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Era una joven muchacha vestida con una ligera túnica blanca que tenía largos cabellos rubios, unos hermosos ojos verdes y una tez extremadamente clara.

La joven se sentó al lado de Tito y comenzó a peinarse sus largos cabellos dorados y rizados mientras dedicaba una dulce melodía al general.

Tan suaves y mágicos eran estos sonidos que llegaron a estremecer al más valiente de los romanos que vivía por aquel entonces en aquellas tierras leonesas.

-¿Quién eres?- le preguntó Tito sin poder dejar de mirarla.

-Soy una ninfa- susurró la muchacha retirando su mirada del rostro del general.

-Nunca había escuchado una voz como la tuya, ni una canción tan hermosa- dijo Tito- ¿puedo venir todos los días a escucharte?

-¡Claro que sí!- le contestó la ninfa.- ¿Cómo te llamas?

-Tito Carissio- le dijo muy orgulloso subiéndose al caballo de nuevo.

Y el romano, con la excusa de vigilar los límites de las minas, comenzó a visitar a la hermosa muchacha todos los días. Un día tras otro…

Al general le gustaba sentarse en la hierba. Se apoyaba en un castaño que había al lado del manantial.

Y mientras observaba a la ninfa cepillarse sus cabellos dorados como el oro, dejaba que la dulce melodía que entonaba la muchacha le hiciera sucumbir en un sueño muy placentero.

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Gozaba con esta sensación de relajación y poder.

Y un día tras otro, sin faltar a la cita, Tito Carissio acudía a ver a la ninfa.

Tal era la insistencia del general para que la muchacha le cantara todos los días que la joven comenzó a enamorarse de él.

Cuentan que la ninfa ya había rechazado a varios pretendientes anteriores.

Pero como Tito acudía todos los días a verla y ella se sentía tan admirada, se enamoró tan profundamente del general, que llegó a ponerse su nombre.

-Desde hoy en tu honor me llamaré Carissia- le susurró a Tito una tarde de verano.

Pero pasado el tiempo, la ninfa Carissia comenzó a desilusionarse. Todas las tardes, a la misma hora, acudía su general a verla.

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Bajaba del caballo, besaba la mano de la joven y se apoyaba en un castaño a observar cómo se peinaba. Cuando Tito cerraba sus ojos ella debía comenzar a cantar.

Pero para desgracia de Carissia, su general romano no mostraba más interés que el de escuchar sus melodías. Ni le dedicaba dulces miradas ni palabras que a ella le hicieran soñar.

Un día, cuando Tito se incorporaba para marcharse, Carissia se atrevió a sentarse a su lado y le contó lo que ella sentía…

Al escuchar la declaración de amor, Tito cambió el semblante y dejó que una sonrisa maliciosa asomara por la comisura de sus labios.

-¡No pretenderás que yo, un gran general romano, me case con una ninfa astur de un pueblo bárbaro como tú!- contestó riéndose muy nervioso.

Entonces Carissia creyó morir. Un gran peso en el corazón le impedía respirar. Las lágrimas más ardientes surgían desde su alma y le quemaban el rostro. Su cuerpo temblaba sin poderlo controlar.

La ninfa, que no se esperaba esta respuesta, por el amor que profesaba a su general, quiso retenerle ofreciéndole todas las riquezas que había ido guardando desde años atrás.

-En las profundidades de estas tierras existen ríos de oro. Yo los sacaré todos para ti- murmuró a media voz la ninfa.

-¡Mis esclavos sacarán todo ese oro que tú me dices sin necesidad de que yo tenga que estar contigo!- contestó el general riéndose.

Con sonoras y maliciosas carcajadas que resonaban como eco en todo el valle Tito montó en su caballo y se alejó del manantial.

El general nunca más volvió a ver a la ninfa. Ni escuchó voz tan melodiosa como la de ella.

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Tiempo después, Tito Carissio regresaba con todo su ejército a la ciudad de Lucerna.

La ninfa, herida en lo más profundo de su corazón, al verse despreciada por el único hombre que había amado, comenzó a llorar…

Lloró y lloró durante años. Lloró…

Y tantas fueron sus lágrimas de dolor que los valles, montañas y pueblos comenzaron a cubrirse.

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Tan profundo era su sentimiento que sus lágrimas llegaron hasta la ciudad de Lucerna, allí donde vivía Tito Carissio.

Y tantas lágrimas vertidas sumergieron la ciudad dejándola en el fondo del lago para siempre.

Cuentan que la ninfa Carissia vive en el Lago Carucedo. Durante la noche de San Juan suele salir fuera a la orilla para peinar sus largos cabellos.

La ninfa no pierde la esperanza de que alguien cure la herida tan profunda que le produjo su general Tito Carissio.

Cuentan que, algún hombre que se ha acercado a besar la orilla del lago, ha podido oler un intenso perfume a rosas silvestres…

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Cuenta la leyenda que uno de los generales romanos que estaba a cargo de los ejércitos, Tito Carissio, cabalgaba una mañana por aquellos montes vigilando los alrededores de las minas de oro.

Al ver un hermoso manantial que surgía de la montaña sintió una terrible sed y decidió acercarse a sus aguas para beber.

Estaba arrodillado sobre la tierra mojándose el rostro cuando, de pronto, apareció una bella mujer que estaba escondida detrás de unos peñascos.

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Era una joven muchacha vestida con una ligera túnica blanca que tenía largos cabellos rubios, unos hermosos ojos verdes y una tez extremadamente clara.

La joven se sentó al lado de Tito y comenzó a peinarse sus largos cabellos dorados y rizados mientras dedicaba una dulce melodía al general.

Tan suaves y mágicos eran estos sonidos que llegaron a estremecer al más valiente de los romanos que vivía por aquel entonces en aquellas tierras leonesas.

-¿Quién eres?- le preguntó Tito sin poder dejar de mirarla.

-Soy una ninfa- susurró la muchacha retirando su mirada del rostro del general.

-Nunca había escuchado una voz como la tuya, ni una canción tan hermosa- dijo Tito- ¿puedo venir todos los días a escucharte?

-¡Claro que sí!- le contestó la ninfa.- ¿Cómo te llamas?

-Tito Carissio- le dijo muy orgulloso subiéndose al caballo de nuevo.

Y el romano, con la excusa de vigilar los límites de las minas, comenzó a visitar a la hermosa muchacha todos los días. Un día tras otro…

Al general le gustaba sentarse en la hierba. Se apoyaba en un castaño que había al lado del manantial.

Y mientras observaba a la ninfa cepillarse sus cabellos dorados como el oro, dejaba que la dulce melodía que entonaba la muchacha le hiciera sucumbir en un sueño muy placentero.

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Gozaba con esta sensación de relajación y poder.

Y un día tras otro, sin faltar a la cita, Tito Carissio acudía a ver a la ninfa.

Tal era la insistencia del general para que la muchacha le cantara todos los días que la joven comenzó a enamorarse de él.

Cuentan que la ninfa ya había rechazado a varios pretendientes anteriores.

Pero como Tito acudía todos los días a verla y ella se sentía tan admirada, se enamoró tan profundamente del general, que llegó a ponerse su nombre.

-Desde hoy en tu honor me llamaré Carissia- le susurró a Tito una tarde de verano.

Pero pasado el tiempo, la ninfa Carissia comenzó a desilusionarse. Todas las tardes, a la misma hora, acudía su general a verla.

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Bajaba del caballo, besaba la mano de la joven y se apoyaba en un castaño a observar cómo se peinaba. Cuando Tito cerraba sus ojos ella debía comenzar a cantar.

Pero para desgracia de Carissia, su general romano no mostraba más interés que el de escuchar sus melodías. Ni le dedicaba dulces miradas ni palabras que a ella le hicieran soñar.

Un día, cuando Tito se incorporaba para marcharse, Carissia se atrevió a sentarse a su lado y le contó lo que ella sentía…

Al escuchar la declaración de amor, Tito cambió el semblante y dejó que una sonrisa maliciosa asomara por la comisura de sus labios.

-¡No pretenderás que yo, un gran general romano, me case con una ninfa astur de un pueblo bárbaro como tú!- contestó riéndose muy nervioso.

Entonces Carissia creyó morir. Un gran peso en el corazón le impedía respirar. Las lágrimas más ardientes surgían desde su alma y le quemaban el rostro. Su cuerpo temblaba sin poderlo controlar.

La ninfa, que no se esperaba esta respuesta, por el amor que profesaba a su general, quiso retenerle ofreciéndole todas las riquezas que había ido guardando desde años atrás.

-En las profundidades de estas tierras existen ríos de oro. Yo los sacaré todos para ti- murmuró a media voz la ninfa.

-¡Mis esclavos sacarán todo ese oro que tú me dices sin necesidad de que yo tenga que estar contigo!- contestó el general riéndose.

Con sonoras y maliciosas carcajadas que resonaban como eco en todo el valle Tito montó en su caballo y se alejó del manantial.

El general nunca más volvió a ver a la ninfa. Ni escuchó voz tan melodiosa como la de ella.

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Tiempo después, Tito Carissio regresaba con todo su ejército a la ciudad de Lucerna.

La ninfa, herida en lo más profundo de su corazón, al verse despreciada por el único hombre que había amado, comenzó a llorar…

Lloró y lloró durante años. Lloró…

Y tantas fueron sus lágrimas de dolor que los valles, montañas y pueblos comenzaron a cubrirse.

Leyenda leonesa: LA NINFA DEL MANANTIAL

Tan profundo era su sentimiento que sus lágrimas llegaron hasta la ciudad de Lucerna, allí donde vivía Tito Carissio.

Y tantas lágrimas vertidas sumergieron la ciudad dejándola en el fondo del lago para siempre.

Cuentan que la ninfa Carissia vive en el Lago Carucedo. Durante la noche de San Juan suele salir fuera a la orilla para peinar sus largos cabellos.

La ninfa no pierde la esperanza de que alguien cure la herida tan profunda que le produjo su general Tito Carissio.

Cuentan que, algún hombre que se ha acercado a besar la orilla del lago, ha podido oler un intenso perfume a rosas silvestres…