SERES MITOLÓGICOS GALLEGOS: EL URCO

El Urco es un animal difícil de ver, y mucho menos en los tiempos actuales, en los que las aldeas van quedando vacías y la gente se amontona en las ciudades. Pero aseguran que el Urco todavía existe, y en la actualidad vive en las orillas de ríos y cerca del mar, siempre buscando lugares escondidos entre las rocas y desde donde poder lanzar un ataque prácticamente sin ser vistos.
Su presencia sólo es delatada por lo inconfundible de su aullido. Un aullido fuerte y lastimoso que al ser escuchado, hiela la sangre y estremece el cuerpo de la más valiente y osada persona, contagiándola de un ataque de pavor sin precedentes, como si le atravesasen el pecho con un cuchillo de enormes dimensiones…
Dicen que el aullido del Urco está relacionado con el presagio de un mal muy próximo, y de algún modo debe de ser así, pues siempre que el lamentoso aullido fue escuchado en alguna ciudad o pueblo, pronto ocurrió una desgracia en la zona, alguna o varias personas murieron sin saberse ni cómo ni por qué, pues aparentemente el suceso no tenia explicación posible…
En un antiguo relato gallego, se cuenta la descripción que un viejo pescador hacia de un encuentro casual con un Urco. “El Urco tiene una boca de labios muy gruesos que forman, como en las lampreas, una especie de tubo que succiona la sangre con fuerza” preguntado el viejo pescador si se refería a algo similar al ataque de un vampiro, este dijo, “No, no se trata de eso, el Urco te absorbe el alma…” “Yo pienso que el Urco es un demonio del infierno que chupa las almas. ¿Usted sabe que hay personas envidiosas y ruines que fingen ser amigos de uno, y andan hablando mal de nosotros a nuestras espaldas y nos hacen todo el mal que pueden? Pues a esos es a los que el Urco les absorbe el alma. Como si no se entiende que algunas personas como yo hubiésemos salido indemnes tras estar en su presencia”
Algunas personas relacionan el Urco gallego con el actualmente mal llamado Chupa cabras en países de Sudamérica. Lo cierto es que hay quien habla de la existencia de un relato escrito que habla de un emigrante Gallego. Este, estando de vacaciones en su tierra natal, encontró en el monte unos cachorros de perro y los recogió por lastima al escuchar sus débiles y apenados aullidos, llevándoselos con él en su regreso al Perú, donde estos crecieron y acabaron con la vida del emigrante y de toda su familia.
Lo que sí es cierto, es que la mitología gallega está llena de leyendas que hablan de los Urcos, de sus ataque a rebaños enteros de ganado, de ataque a niños pequeños que jugaban tranquilamente en las puertas de sus casas o a orillas de los ríos, ataque en los cuales se llevan a los niños gracias al gran tamaño y fuerza física de lo canes. Pero sobre todo, los Urcos se relacionan con la muerte y con el aviso premonitorio de que una gran desgracia está próxima de aquellos que escuchen su apenado y penetrante aullido.

“Xose Castro de Filgueira, apodado Peito Cheo, dice que lo vio una vez que fue al mar por arena de madrugada para que nadie se diese cuenta, y sostiene que es un animal con medio cuerpo de lobo y medio cuerpo de serpiente, con escamas y costras que brillan.

-Tenía garras largas y afiladas, y los dientes parecían navajas afiladas en plata pura. Debía tener mucha fuerza en el rabo porque, ante mis propios ojos, tiró al mar un peñasco del acantilado.

-¿Y usted no tuvo miedo ?

-¿Miedo ? No me cabía un alfiler por el culo.

-Más que perro exactamente, era un pájaro, un buitre negro e inmenso que se movía por el suelo o que saltaba a las ramas más robustas de los árboles.

Eso dijo Tonecho de Ferrín en Casa Recouso. Lo vio una noche que regresaba de la verbena de Barrañán con el rumor del mar temblando en su cabeza. Un vuelo súbito, atronador y pesado, le llamó la atención tan tarde.

-Luego se arrojó al estercolero de las gallinas. Se puso a berrear, pero no graznaba como un buitre, sino que maullaba como un gato o balaba como una oveja. Daba pánico.

Carmucha de Viñán, dueña del gran pazo de Baladouro, explicó alguna vez que Urco es una ternera negra, de fina pelambre, cardada y brillante, que lleva un esquilón de plata o de oro al cuello y va acompañado de una jauría de idéntico color.

-La primera vez que los vi entrando por la cancela de la era me dieron miedo, mucho miedo. Ésa es la verdad. Pero después de que me acostumbré a su presencia inofensiva, noche tras noche, no he podido evitar arrojarles unos huesos a los perros y un haz de hierba fresca a la ternera.

No obstante, lo más probable es que Urco sea un perro. El minero de Angra Escura, que asegura trabajar en una mina de oro con secretos corredores y lagunas o charcas en las que abunda, desmenuzado en polvo y pequeñas pepitas, el metal dorado (de ahí algunos hacen derivar el nombre de Baladouro), dijo que él oía todas las noches de tormenta por las galerías de la mina un chirriar de cadenas y unos ladridos de perro rabioso.

-A mí me parece que es el Urco.

-¿Y no sientes terror viviendo en el interior de la mina ? -le preguntaron en la taberna.

-Estoy tan acostumbrado que más que darme miedo, me da pena el pobre perro.

Urco aparece sólo de noche y prefiere las noches cerradas, con aguacero, aunque hay quien afirma que cuando el cielo está estrellado o hay luna también anda de peregrinación. Anuncia muerte o desgracia. Ante la casa que se detiene, es raro que al amanecer no haya llanto, queja o maldiciones por tanto infortunio de repente : esa noche se murió el patriarca, tuvo un accidente mortal la hermana mayor o apareció sin voz y ciego el niño más pequeño de la casa.

Bieito Bouzas de Caión fue una de sus víctimas. No podía salir de noche a la pesca porque cuando llevaba dos o tres horas faenando, se le encabritaban las aguas con insólita fiereza, percibía unos golpes por debajo de la lancha y al instante se le aparecía un perro grande y negro que le volteaba el bote, y con el bote los peces, y lo alejaba mar adentro. Algo de cierto hay en ello, porque hubo de ser recogido tres o cuatro veces en la misma semana por otros marineros, a punto de ahogarse, aterido e incapaz de articular palabra.

Cidre Oután, el ciego de Baladouro, tenía 19 años y veía perfectamente. Su padre se había hecho ilusiones con él : soñaba que se convirtiese en retratista al óleo y fotógrafo. Una noche que se acostaba muy tarde, se acercó a cerrar la contraventana. Casi sin querer miró afuera entre tinieblas y allí, en la encrucijada de caminos que se cruzaban ante su casa, vio a Urco, inmóvil, desafiante, rodeado de una manada de perros. Palideció de horror, tembló y cayó desplomado en el suelo. Por la mañana no veía nada, absolutamente nada, y sólo recordaba a un perro robusto, de mirada fulminante, frente a su puerta.

Otro caso que dio mucho que hablar, y que multiplicó la leyenda del animal, fue el de la niña Áurea Lorenzo. Desde que Urco se paró ante su domicilio y bebió agua turbia en las pozas de su corral, jamás tuvo sueño y pasó el resto de su existencia prácticamente de pie. No era sorprendente descubrirla a media noche jugando en la era, mientras su familia descansaba y se intensificaba el vendaval. Comía más de ocho veces al día y antes de los doce años (al menos eso decía Lelo de Monteagudo, el charlatán que le dedicó un romance cómico que repartió en los autobuses Martínez de Caión) pesaba más de los cien kilos.

Lo que le ocurrió a Sebastián Gandumo, que vivía en el centro mismo de Baladouro, está recogido por varios autores como uno de los hechos más significativos acerca del mito de este animal. ¿Que quiénes son esos autores ? Vicente Risco, José Cornide, Taboada Chivite, José Miranda y el propio Airas Padín, en sus memorias Odiseas de un marino que nunca fumó en pipa. Incluso la inolvidable Alba Fontán en las notas inconclusas de su Diario, que también tituló en su ordenador portátil poco antes de suicidarse Vida y muerte de las ballenas, habla de una gallina que procede del mar y trae calamidades a tierra. Sebastián Gandumo estaba de aniversario ese día con toda su familia. Él se acostó más pronto que nadie, rejuvenecido y contento. Apenas había logrado dar la primera cabezada cuando oyó unos ladridos suaves, lastimeros, que procedían del jardín. Pensó en todos sus perros de caza, tenía más de una docena y todos de nombre conocido (Amancio, Lourizán, Améndoa, Fidel, Roldán, Candonga, Esmorisiño…, y así, hasta completar un equipo de fútbol con sus cinco o seis suplentes reglamentarios), y no prestó demasiada atención. Los ladridos, que no cesaban, golpeaban en sus oídos como un lamento insoportable. Se levantó, se asomó a la ventana a ver qué ocurría abajo y vio a Urco erguido sobre unos leños. Cerró al instante y gritó :

-Urco, el perro del infierno.

Llamó a gritos a su familia, que continuaba de parranda y celebración, y subió su esposa y una de las nueras de Santa Mariña de Lañas.

-¡Urco, el perro del infierno ! -gritó el anciano.

Ninguna de las dos mujeres le dio demasiada importancia ni a sus palabras ni al gesto de horror de su cara. Pensaron que sería un delirio o una pesadilla tras la copiosa cena. Le dijo su nuera :

-Duerma, padre. Será que algo le ha sentado mal. Ha bebido mucho y ha comido más.

Sebastián Gandumo insistió y las dos mujeres miraron por la ventana, pero no había perro alguno sobre los leños ni el muro de zarzas del camino.

-Echaba fuego por la boca -alcanzó a decir el patriarca.

Al otro día, estaba muerto. En su rostro quedaba impreso un gesto de pánico : el rictus del espanto.

Fuco Mogueime, alcalde pedáneo de Baladouro, jamás podría olvidar el día que aconsejó a los vecinos que amarrasen a sus perros en el interior de las casas, en los establos y cobertizos, y en las bodegas de los hórreos para evitar la presencia del animal cada noche en el pueblo.

Así lo hicieron todos. Reinaba un extraño silencio. El viento azotaba más suave que nunca desde los bosques y la espesura de los caminos. Cuando los perros presintieron la misteriosa fuerza del animal, ese aire endemoniado que le supone, empezaron a mostrar su agitación. A los pocos minutos se oyó un prolongado ladrido que rompió aquella paz de cementerio. El Urco hacía su llamada, y el inicial sosiego se tornó inquietud, rabia, atronadora desesperación. Los perros lucharon en vano contra su cautividad. Urco respondió con nuevos ladridos que acrecentaron su intensidad en medio de las tinieblas. Una fuerza quizá sobrehumana se adueñó de los animales atados y rompieron todas las cadenas, derribaron las vigas del techo y las columnas de las paredes. Habían enloquecido de repente. Se habría dicho que les habían crecido los dientes y las afiladas garras.

El pueblo entero despertó con un escalofrío. Los más atrevidos se levantaron a ver qué pasaba. Se interesaron por el vacuno y decidieron colocar las trancas. Otros no se atrevieron a erguirse y oyeron desde la cama el estruendo de aullidos que crecía a cada instante y parecía acercarse. Algunos murieron de miedo o por maleficio ; otros fueron devorados por sus propios perros que volvían rabiosos a sus casetas, tras haber dejado a Urco en el mar.

Al mediodía fue el propio Mogueime quien comandó una partida de hombres armados con escopetas, azadas y hoces para acabar con todos los perros y poner así fin a aquella carnicería humana. Cuando, a última hora de la tarde, tras dejar seis perros reventados por las cunetas, se encontró con su perro Tizón (fiel, buen cazador y mejor amigo) no tuvo fuerzas para matarlo. Fue su primo Leandre quien le segó la cabeza con una hoz cuando intentaba huir por un angosto sendero.

La impresión que le dejó este hecho es indiscutible. Algún tiempo después, tan sólo unos días antes de su muerte, Mogueime fue visto al pie del roble donde había enterrado a Tizón, apenado y maldiciendo a Urco, maldiciéndose a sí mismo.

Después de este trágico suceso, nadie se atrevía a abrir las ventanas ni las puertas ni salir a deambular cuando caía la noche. Hasta los amores secretos fueron más diurnos que nunca. Los perros desaparecieron de Baladouro durante algunos años. Era el animal prohibido. La primera en quebrar este hábito fue Munia, la meiga, aficionada a los paseos nocturnos. Sostenía que había visto varias veces al demonio dormido entre las zarzas. También aseguraba que se había encontrado con Urco en solitario en el bosque de Hervedíns, cuando volvía a su casa.

-Válganme todos los diablos -dijo-. Ni siquiera el mismo diablo huele tan mal.

Antes de que amanezca o cante el gallo, Urco desanda los caminos enfangados, anda que te desanda sendas y atajos, y regresa al mar. Camina un momento por la playa, deja un rastro de pisadas y se zambulle en el agua sin mirar atrás. Los perros del pueblo lo miran desde la orilla, y vuelve cada uno a su caseta por ocultas veredas que nadie conoce.”

El Urco es un animal difícil de ver, y mucho menos en los tiempos actuales, en los que las aldeas van quedando vacías y la gente se amontona en las ciudades. Pero aseguran que el Urco todavía existe, y en la actualidad vive en las orillas de ríos y cerca del mar, siempre buscando lugares escondidos entre las rocas y desde donde poder lanzar un ataque prácticamente sin ser vistos.
Su presencia sólo es delatada por lo inconfundible de su aullido. Un aullido fuerte y lastimoso que al ser escuchado, hiela la sangre y estremece el cuerpo de la más valiente y osada persona, contagiándola de un ataque de pavor sin precedentes, como si le atravesasen el pecho con un cuchillo de enormes dimensiones…
Dicen que el aullido del Urco está relacionado con el presagio de un mal muy próximo, y de algún modo debe de ser así, pues siempre que el lamentoso aullido fue escuchado en alguna ciudad o pueblo, pronto ocurrió una desgracia en la zona, alguna o varias personas murieron sin saberse ni cómo ni por qué, pues aparentemente el suceso no tenia explicación posible…
En un antiguo relato gallego, se cuenta la descripción que un viejo pescador hacia de un encuentro casual con un Urco. “El Urco tiene una boca de labios muy gruesos que forman, como en las lampreas, una especie de tubo que succiona la sangre con fuerza” preguntado el viejo pescador si se refería a algo similar al ataque de un vampiro, este dijo, “No, no se trata de eso, el Urco te absorbe el alma…” “Yo pienso que el Urco es un demonio del infierno que chupa las almas. ¿Usted sabe que hay personas envidiosas y ruines que fingen ser amigos de uno, y andan hablando mal de nosotros a nuestras espaldas y nos hacen todo el mal que pueden? Pues a esos es a los que el Urco les absorbe el alma. Como si no se entiende que algunas personas como yo hubiésemos salido indemnes tras estar en su presencia”
Algunas personas relacionan el Urco gallego con el actualmente mal llamado Chupa cabras en países de Sudamérica. Lo cierto es que hay quien habla de la existencia de un relato escrito que habla de un emigrante Gallego. Este, estando de vacaciones en su tierra natal, encontró en el monte unos cachorros de perro y los recogió por lastima al escuchar sus débiles y apenados aullidos, llevándoselos con él en su regreso al Perú, donde estos crecieron y acabaron con la vida del emigrante y de toda su familia.
Lo que sí es cierto, es que la mitología gallega está llena de leyendas que hablan de los Urcos, de sus ataque a rebaños enteros de ganado, de ataque a niños pequeños que jugaban tranquilamente en las puertas de sus casas o a orillas de los ríos, ataque en los cuales se llevan a los niños gracias al gran tamaño y fuerza física de lo canes. Pero sobre todo, los Urcos se relacionan con la muerte y con el aviso premonitorio de que una gran desgracia está próxima de aquellos que escuchen su apenado y penetrante aullido.

“Xose Castro de Filgueira, apodado Peito Cheo, dice que lo vio una vez que fue al mar por arena de madrugada para que nadie se diese cuenta, y sostiene que es un animal con medio cuerpo de lobo y medio cuerpo de serpiente, con escamas y costras que brillan.

-Tenía garras largas y afiladas, y los dientes parecían navajas afiladas en plata pura. Debía tener mucha fuerza en el rabo porque, ante mis propios ojos, tiró al mar un peñasco del acantilado.

-¿Y usted no tuvo miedo ?

-¿Miedo ? No me cabía un alfiler por el culo.

-Más que perro exactamente, era un pájaro, un buitre negro e inmenso que se movía por el suelo o que saltaba a las ramas más robustas de los árboles.

Eso dijo Tonecho de Ferrín en Casa Recouso. Lo vio una noche que regresaba de la verbena de Barrañán con el rumor del mar temblando en su cabeza. Un vuelo súbito, atronador y pesado, le llamó la atención tan tarde.

-Luego se arrojó al estercolero de las gallinas. Se puso a berrear, pero no graznaba como un buitre, sino que maullaba como un gato o balaba como una oveja. Daba pánico.

Carmucha de Viñán, dueña del gran pazo de Baladouro, explicó alguna vez que Urco es una ternera negra, de fina pelambre, cardada y brillante, que lleva un esquilón de plata o de oro al cuello y va acompañado de una jauría de idéntico color.

-La primera vez que los vi entrando por la cancela de la era me dieron miedo, mucho miedo. Ésa es la verdad. Pero después de que me acostumbré a su presencia inofensiva, noche tras noche, no he podido evitar arrojarles unos huesos a los perros y un haz de hierba fresca a la ternera.

No obstante, lo más probable es que Urco sea un perro. El minero de Angra Escura, que asegura trabajar en una mina de oro con secretos corredores y lagunas o charcas en las que abunda, desmenuzado en polvo y pequeñas pepitas, el metal dorado (de ahí algunos hacen derivar el nombre de Baladouro), dijo que él oía todas las noches de tormenta por las galerías de la mina un chirriar de cadenas y unos ladridos de perro rabioso.

-A mí me parece que es el Urco.

-¿Y no sientes terror viviendo en el interior de la mina ? -le preguntaron en la taberna.

-Estoy tan acostumbrado que más que darme miedo, me da pena el pobre perro.

Urco aparece sólo de noche y prefiere las noches cerradas, con aguacero, aunque hay quien afirma que cuando el cielo está estrellado o hay luna también anda de peregrinación. Anuncia muerte o desgracia. Ante la casa que se detiene, es raro que al amanecer no haya llanto, queja o maldiciones por tanto infortunio de repente : esa noche se murió el patriarca, tuvo un accidente mortal la hermana mayor o apareció sin voz y ciego el niño más pequeño de la casa.

Bieito Bouzas de Caión fue una de sus víctimas. No podía salir de noche a la pesca porque cuando llevaba dos o tres horas faenando, se le encabritaban las aguas con insólita fiereza, percibía unos golpes por debajo de la lancha y al instante se le aparecía un perro grande y negro que le volteaba el bote, y con el bote los peces, y lo alejaba mar adentro. Algo de cierto hay en ello, porque hubo de ser recogido tres o cuatro veces en la misma semana por otros marineros, a punto de ahogarse, aterido e incapaz de articular palabra.

Cidre Oután, el ciego de Baladouro, tenía 19 años y veía perfectamente. Su padre se había hecho ilusiones con él : soñaba que se convirtiese en retratista al óleo y fotógrafo. Una noche que se acostaba muy tarde, se acercó a cerrar la contraventana. Casi sin querer miró afuera entre tinieblas y allí, en la encrucijada de caminos que se cruzaban ante su casa, vio a Urco, inmóvil, desafiante, rodeado de una manada de perros. Palideció de horror, tembló y cayó desplomado en el suelo. Por la mañana no veía nada, absolutamente nada, y sólo recordaba a un perro robusto, de mirada fulminante, frente a su puerta.

Otro caso que dio mucho que hablar, y que multiplicó la leyenda del animal, fue el de la niña Áurea Lorenzo. Desde que Urco se paró ante su domicilio y bebió agua turbia en las pozas de su corral, jamás tuvo sueño y pasó el resto de su existencia prácticamente de pie. No era sorprendente descubrirla a media noche jugando en la era, mientras su familia descansaba y se intensificaba el vendaval. Comía más de ocho veces al día y antes de los doce años (al menos eso decía Lelo de Monteagudo, el charlatán que le dedicó un romance cómico que repartió en los autobuses Martínez de Caión) pesaba más de los cien kilos.

Lo que le ocurrió a Sebastián Gandumo, que vivía en el centro mismo de Baladouro, está recogido por varios autores como uno de los hechos más significativos acerca del mito de este animal. ¿Que quiénes son esos autores ? Vicente Risco, José Cornide, Taboada Chivite, José Miranda y el propio Airas Padín, en sus memorias Odiseas de un marino que nunca fumó en pipa. Incluso la inolvidable Alba Fontán en las notas inconclusas de su Diario, que también tituló en su ordenador portátil poco antes de suicidarse Vida y muerte de las ballenas, habla de una gallina que procede del mar y trae calamidades a tierra. Sebastián Gandumo estaba de aniversario ese día con toda su familia. Él se acostó más pronto que nadie, rejuvenecido y contento. Apenas había logrado dar la primera cabezada cuando oyó unos ladridos suaves, lastimeros, que procedían del jardín. Pensó en todos sus perros de caza, tenía más de una docena y todos de nombre conocido (Amancio, Lourizán, Améndoa, Fidel, Roldán, Candonga, Esmorisiño…, y así, hasta completar un equipo de fútbol con sus cinco o seis suplentes reglamentarios), y no prestó demasiada atención. Los ladridos, que no cesaban, golpeaban en sus oídos como un lamento insoportable. Se levantó, se asomó a la ventana a ver qué ocurría abajo y vio a Urco erguido sobre unos leños. Cerró al instante y gritó :

-Urco, el perro del infierno.

Llamó a gritos a su familia, que continuaba de parranda y celebración, y subió su esposa y una de las nueras de Santa Mariña de Lañas.

-¡Urco, el perro del infierno ! -gritó el anciano.

Ninguna de las dos mujeres le dio demasiada importancia ni a sus palabras ni al gesto de horror de su cara. Pensaron que sería un delirio o una pesadilla tras la copiosa cena. Le dijo su nuera :

-Duerma, padre. Será que algo le ha sentado mal. Ha bebido mucho y ha comido más.

Sebastián Gandumo insistió y las dos mujeres miraron por la ventana, pero no había perro alguno sobre los leños ni el muro de zarzas del camino.

-Echaba fuego por la boca -alcanzó a decir el patriarca.

Al otro día, estaba muerto. En su rostro quedaba impreso un gesto de pánico : el rictus del espanto.

Fuco Mogueime, alcalde pedáneo de Baladouro, jamás podría olvidar el día que aconsejó a los vecinos que amarrasen a sus perros en el interior de las casas, en los establos y cobertizos, y en las bodegas de los hórreos para evitar la presencia del animal cada noche en el pueblo.

Así lo hicieron todos. Reinaba un extraño silencio. El viento azotaba más suave que nunca desde los bosques y la espesura de los caminos. Cuando los perros presintieron la misteriosa fuerza del animal, ese aire endemoniado que le supone, empezaron a mostrar su agitación. A los pocos minutos se oyó un prolongado ladrido que rompió aquella paz de cementerio. El Urco hacía su llamada, y el inicial sosiego se tornó inquietud, rabia, atronadora desesperación. Los perros lucharon en vano contra su cautividad. Urco respondió con nuevos ladridos que acrecentaron su intensidad en medio de las tinieblas. Una fuerza quizá sobrehumana se adueñó de los animales atados y rompieron todas las cadenas, derribaron las vigas del techo y las columnas de las paredes. Habían enloquecido de repente. Se habría dicho que les habían crecido los dientes y las afiladas garras.

El pueblo entero despertó con un escalofrío. Los más atrevidos se levantaron a ver qué pasaba. Se interesaron por el vacuno y decidieron colocar las trancas. Otros no se atrevieron a erguirse y oyeron desde la cama el estruendo de aullidos que crecía a cada instante y parecía acercarse. Algunos murieron de miedo o por maleficio ; otros fueron devorados por sus propios perros que volvían rabiosos a sus casetas, tras haber dejado a Urco en el mar.

Al mediodía fue el propio Mogueime quien comandó una partida de hombres armados con escopetas, azadas y hoces para acabar con todos los perros y poner así fin a aquella carnicería humana. Cuando, a última hora de la tarde, tras dejar seis perros reventados por las cunetas, se encontró con su perro Tizón (fiel, buen cazador y mejor amigo) no tuvo fuerzas para matarlo. Fue su primo Leandre quien le segó la cabeza con una hoz cuando intentaba huir por un angosto sendero.

La impresión que le dejó este hecho es indiscutible. Algún tiempo después, tan sólo unos días antes de su muerte, Mogueime fue visto al pie del roble donde había enterrado a Tizón, apenado y maldiciendo a Urco, maldiciéndose a sí mismo.

Después de este trágico suceso, nadie se atrevía a abrir las ventanas ni las puertas ni salir a deambular cuando caía la noche. Hasta los amores secretos fueron más diurnos que nunca. Los perros desaparecieron de Baladouro durante algunos años. Era el animal prohibido. La primera en quebrar este hábito fue Munia, la meiga, aficionada a los paseos nocturnos. Sostenía que había visto varias veces al demonio dormido entre las zarzas. También aseguraba que se había encontrado con Urco en solitario en el bosque de Hervedíns, cuando volvía a su casa.

-Válganme todos los diablos -dijo-. Ni siquiera el mismo diablo huele tan mal.

Antes de que amanezca o cante el gallo, Urco desanda los caminos enfangados, anda que te desanda sendas y atajos, y regresa al mar. Camina un momento por la playa, deja un rastro de pisadas y se zambulle en el agua sin mirar atrás. Los perros del pueblo lo miran desde la orilla, y vuelve cada uno a su caseta por ocultas veredas que nadie conoce.”