Un chupito de microbios para mejorar la mente

Un chupito de microbios para mejorar la mente

Si hay algo que la última década de investigación ha dejado claro es que la composición microbiana del sistema digestivo puede tener un impacto monumental en lasalud. La lista de posibles vínculos entreenfermedades y desequilibrios en la flora intestinal es impresionante; resulta difícil encontrar una dolencia cuya relación con elmicrobioma no se haya explorado. Las enfermedades psíquicas han llegado tarde a la fiesta, y el estudio de su conexión con la microfauna que habita nuestras tripas apenas ha empezado.

En la estela del aluvión de datos publicados sobre este tema a lo largo de los últimos años, productos ricos en bacterias beneficiosas inundaron las baldas de los supermercados;alimentos fermentados cargados de supuestos probióticos, como el kéfir o yogur búlgaro y la kombucha, fueron tendencia; y temas escabrosos como los trasplantes fecales irrumpieron en las páginas de los medios de comunicación.

La idea de que manipular la microbiota intestinal puede mejorar la salud no es nueva. Hace más de un siglo, el premio Nobel de Medicina Iliá Méchnikov (1845-1916) fue el primero en defenderla. Convencido de que el envejecimiento estaba relacionado con el colon, el científico ruso descubrió que la esperanza de vida era más alta en ciertas regiones de Bulgaria, y lo atribuyó al consumo de yogures. Su hipótesis dio origen al concepto de probiótico, que se quedó en simple curiosidad hasta la moderna explosión de estudios sobre el microbioma. Hoy por hoy, se han descrito varias cepas bacterianas beneficiosas en animales de laboratorio, pero queda el desafío de trasladar estos resultados a la especie humana.

Experimentos recientes han desvelado que, contra toda expectativa, los productos lácteos fermentados tienen efectivamente la capacidad de alterar el comportamiento. Por ejemplo, científicos de la Universidad de California en Los Ángeles demostraron en 2013 que el consumo diario de yogur altera regiones cerebrales asociadas con el control de las emociones.

No hay dos floras intestinales iguales

A través del uso de técnicas de neuroimagen, los expertos verificaron la acción de los probióticos. “El contraste entre el antes y el después era bastante claro”, afirma el gastroenterólogo Emeran Mayer, director de este estudio. Aunque los participantes solo habían consumido la dosis diaria de yogur durante dos semanas, las bacterias hicieron efecto.

Mientras que, como especie, compartimos un 99,99 % del genoma, la microbiota es tan distinta de un individuo a otro que podría ser usado como método de identificación. Un 70 % de las especies pertenecen a dos grandes filos, Firmicutes y Bacteroidetes, pero la variabilidad es asombrosa, con algunas tendencias geográficas y sociales.

Varios estudios indican, por ejemplo, que en los países desarrollados –donde predomina el consumo de alimentos con grasas y proteínas– despunta el género Bacteroides, mientras que en zonas con dietas ricas en fibras predomina Prevotella. El significado de las diferencias, más allá de su vinculación a los alimentos, todavía no se ha establecido.

Estudios comparativos han intentado encontrar relaciones entre estos patrones y el desarrollo de ciertas enfermedades. Así se ha demostrado que las personas obesas tienen un 20 % más de Firmicutes y casi un 90 % menos de Bacteroidetes que las delgadas. Rob Knight, experto de la Universidad de California en San Diego, aconseja cautela ante tales resultados: “Es muy difícil decir si las diferencias asociadas con enfermedades son causas o consecuencias”.

En 2011, otro trabajo, publicado en la revista Brain, Behavior, and Immunity, indicaba que elestrés provoca una disminución de diversidad microbiana en los intestinos de los ratones, con la desaparición de especies beneficiosas y un crecimiento de las patógenas. El mismo fenómeno se ha detectado en ardillas salvajes.

Aunque analizar estas interacciones en humanos es técnicamente más difícil, Simon Knowles, de la Universidad de Tecnología Swinburne (Australia), analizó el microbioma de estudiantes universitarios antes y durante la época de exámenes. En la tensa etapa de evaluación, su flora intestinal perdió lactobacilos, grupo de bacterias productoras de ácido láctico al que pertenecen algunas de las especies más estudiadas como probióticos.

Si bien el estrés es una respuesta adaptativa a las situaciones de peligro, puede transformarse en una reacción crónica. A largo plazo, está asociado con una predisposición a caer enfermo, sobre todo de dolencias psíquicas.

Como ocurre en todos los ecosistemas, la riqueza del microbioma intestinal es sinónimo de salud. Una selva biodiversificada es capaz de sobreponerse a las agresiones externas porque, aunque se extingan algunas especies, cuenta con otras capaces de cumplir con las mismas funciones.

“No tenemos una imagen completa de lo que ha ocurrido, pero nuestras investigaciones indican que el comportamiento humano ha tenido un impacto muy nocivo sobre su microbioma a lo largo de los últimos dos mil años”, explica la antropóloga Christina Warinner, de la Universidad de Oklahoma. En efecto, el hombre moderno viviría en un estado de disbiosis –alteración bacteriana– permanente.

¿Y cómo mejorar al conjunto de microbios que llevamos dentro? Pues con prebióticos. Al diferencia de los probióticos, organismos vivos, son compuestos que proporcionan sustento a los microorganismos ya presentes en nuestra comunidad intestinal. Esencialmente hablamos de fibra, parte no digerible de los alimentos de origen vegetal que llega casi intacta al colon, donde sirve de sustrato a las bacterias.

Dieta de legumbres para aflojar la tensión

Con ratones se ha demostrado que la ingesta de un tipo específico de fibra, conocida como GOS, fomenta la presencia de lactobacilos y bifidobacterias, aumento vinculado con una mayor concentración de ciertos neurotransmisores que reducen la ansiedad. Aunque en humanos no hay todavía datos tan concretos, un estudio realizado por científicos de la Universidad de Oxford confirmó que quienes consumen GOS –muy abundante en las legumbres, por ejemplo– tienen niveles más bajos de cortisol, la hormona del estrés.

Desgraciadamente, la dieta occidental es deficitaria en fibra, lo que implica una reducción en la diversidad del microbioma y sus subproductos, como los importantes ácidos grasos de cadena corta. Tres de ellos, el propionato, el acetato y el butirato, solo están disponibles si los produce la flora intestinal. Los dos primeros resultan esenciales para el funcionamiento del hígado, mientras que el butirato es la principal fuente de energía de las células del colon.

Estos compuestos no son por sí mismos neuroactivos, aunque pueden afectar alcerebro de manera indirecta. Al estar implicados en el estimulo del tránsito intestinal, por ejemplo, promueven la secreción de serotonina, la hormona de la felicidad. Además, un incorrecto metabolismo de los ácidos grasos de cadena corta se ha vinculado con los problemas gastrointestinales que sufren más de un 70 % de los pacientes con síndrome del espectro autista.

Teniendo en cuenta toda esta información, el psiquiatra Timothy Dinan, la nutricionista Catherine Stanton y el neurocientífico John Cryan acuñaron en 2013 el término psicobióticos para definir una nueva clase de probióticos “capaces de producir y suministrar sustancias neuroactivas, que actúan en el eje cerebro-intestino”.

Ahora que la prescripción de antidepresivos y ansiolíticos ha alcanzado niveles nunca vistos, estos expertos defienden alternativas menos agresivas y sin efectos secundarios. En el Instituto de Microbioma APC de la Universidad de Cork (Irlanda) han probado ya los efectos sobre el cerebro de diversas bacterias. Por ejemplo, la especie Lactobacillus rhamnosus, conocida por su capacidad para modular el sistema inmune, reduce los niveles deansiedad en ratones adultos mediante alteraciones a nivel de los receptores del neurotransmisor GABA. Es el mismo mecanismo de acción del diazepam, el fármaco más recetado para tratar la ansiedad.

Por ahora, estos resultados no se han confirmado en personas, aunque otro psicobiótico, Bifidobacterium longum, consiguió influir sobre los mismos factores en un estudio realizado el año pasado. Dinan y Cryan demostraron que no solo reduce la sensación subjetiva de estrés sentido por los sujetos del experimento, sino que también disminuye los niveles de cortisol, modifica la actividad cerebral y mejora la función cognitiva, particularmente la memoria.

Debemos confiar en nuestros microbios

Otros trabajos indican que varias especies de lactobacilos pueden ser útiles para combatir los síntomas de la depresión, minimizar la ansiedad e incluso tratar la fatiga crónica. De todos modos, una revisión publicada a finales del año pasado analizó todos los datos disponibles hasta la fecha y llegó a la conclusión de que “hay muy pocas pruebas de la eficacia de las intervenciones probióticas en el pronóstico de las enfermedades mentales”.

“Este es un campo de investigación muy reciente, y son necesarios más ensayos clínicos para poder extraer conclusiones”, sentencia el artículo. Aun así, la apuesta más segura es confiar en los microbios que tenemos dentro; aprender a ajustar nuestras dietas, nuestro estilo de vida y nuestro entorno a las necesidades de la flora intestinal. Un ecosistema vasto y diverso que tardaremos décadas en comprender, pero que encierra promesas revolucionarias.