De la iglesia al cementerio (historia)

Todo pueblo, como es característico, tiene su cementerio. En México, le llaman panteón. Es un lugar donde, los muertos “descansan en paz“. Pero según la leyenda cuenta, que el alma del Padre Anselmo Martínez, no.

De la iglesia al cementerio

Este sacerdote llegó a un pueblo donde pasó los últimos años de su vida, ayudando a salvar almas y a hacer servicio en nombre de Dios. Murió el padre a los 84 años de edad, y por los años que se estableció en pueblo, también asistía a los enfermos y ancianos de todo el pueblo, recorría y visitaba a todas las almas que según él, su Señor, le había encomendado. Decía casi a diario, “son las almas de mi rebaño“.

Su muerte fue muy lamentada pues era muy querido y apreciado. Todos los días con igual entusiasmo, procuraba el bien para el prójimo, en cumplimiento de sus servicios religiosos, repartiendo la palabra y en ocasiones, dando dinero a los más necesitados. Este sacerdote entregó su alma una noche.

Hubo mucho dolor y tristeza en toda la población, nunca antes un sacerdote se había identificado tanto con su rebaño… A su sepelio asistieron personas de todas partes, a pesar de no haber salido del pueblo, su bondad y carisma se extendió hasta colonias vecinas.

Quienes asistieron como sepultureros, pensaban se trataba de un político o personaje importante, y hasta que no colocarlo en su tumba, fue que supieron de quien se trataba.

Sobre su última morada, en la lápida, unas palabras hacían recordar, que fue un gran ser humano, cuyos “restos descansan entre los hombres y su alma descansaría en el cielo“. Padre Anselmo Martínez.

Al pasar los meses, luego de su fallecimiento, comenzaron a ocurrir hechos que llamaron la atención de quien cuidaban el cementerio. Por más que vigilaban el césped que cubría la tumba, siempre había sobre esta, dos círculos que reaparecían, pese al cuidado de los jardineros.

Se mantuvieron atentos, pero nunca observaron a ninguna persona llegar hasta la tumba y así dañar el pasto. Tanto llamaba la atención que un celador de nombre Vicente, resolvió quedarse, por la noche, y verificar lo que pasaba.

Cerrado el camposanto y cerca del panteón del padre Anselmo, se quedó Vicente, quien expectante aguardaba el pasar de las horas, hasta que a eso de las dos de la madrugada, algo llamó su atención.

Una sombra se acercaba y al pasar cerca de él, a su lado, casi rozándole, sintió tanto miedo que se paralizó, siguió con su mirada aterrado y vio a la sombra hincarse en la tumba del padre… Preso del pánico, Vicente, se armó de valor y se acercó. Escuchó a la sombra, murmurar, le pareció una eternidad. La sombra, era la de un hombre, alto y delgado.

Al terminar, se levantó y regresó por donde entró. Cuando pasó junto a Vicente, sintió un escalofrío que penetraba sus huesos. Fue entonces que Vicente pudo moverse y se retiró a su casa. Por la mañana, no quiso mencionar nada, entre sus compañeros, por temor a que no le creyeran. Nuevamente realizó sus trabajos de jardinería y encontró los círculos en la tumba del padre.

El padre cuentan, los que lo conocieron, era tanta la bondad, don de servicio y dócil hablar, que tenía el padre en vida, que hasta los muertos de allí y de otros lugares , acudían a buscar el perdón y la paz para sus almas, buscaban la confesión con el sacerdote, y así descansar en paz. Entre los sepultureros del cementerio, aseguran que el alma del padre Anselmo Martínez todavía sirve a su prójimo, aún después de muerto.

Todo pueblo, como es característico, tiene su cementerio. En México, le llaman panteón. Es un lugar donde, los muertos “descansan en paz“. Pero según la leyenda cuenta, que el alma del Padre Anselmo Martínez, no.

De la iglesia al cementerio (historia)

Este sacerdote llegó a un pueblo donde pasó los últimos años de su vida, ayudando a salvar almas y a hacer servicio en nombre de Dios. Murió el padre a los 84 años de edad, y por los años que se estableció en pueblo, también asistía a los enfermos y ancianos de todo el pueblo, recorría y visitaba a todas las almas que según él, su Señor, le había encomendado. Decía casi a diario, “son las almas de mi rebaño“.

Su muerte fue muy lamentada pues era muy querido y apreciado. Todos los días con igual entusiasmo, procuraba el bien para el prójimo, en cumplimiento de sus servicios religiosos, repartiendo la palabra y en ocasiones, dando dinero a los más necesitados. Este sacerdote entregó su alma una noche.

Hubo mucho dolor y tristeza en toda la población, nunca antes un sacerdote se había identificado tanto con su rebaño… A su sepelio asistieron personas de todas partes, a pesar de no haber salido del pueblo, su bondad y carisma se extendió hasta colonias vecinas.

Quienes asistieron como sepultureros, pensaban se trataba de un político o personaje importante, y hasta que no colocarlo en su tumba, fue que supieron de quien se trataba.

Sobre su última morada, en la lápida, unas palabras hacían recordar, que fue un gran ser humano, cuyos “restos descansan entre los hombres y su alma descansaría en el cielo“. Padre Anselmo Martínez.

Al pasar los meses, luego de su fallecimiento, comenzaron a ocurrir hechos que llamaron la atención de quien cuidaban el cementerio. Por más que vigilaban el césped que cubría la tumba, siempre había sobre esta, dos círculos que reaparecían, pese al cuidado de los jardineros.

Se mantuvieron atentos, pero nunca observaron a ninguna persona llegar hasta la tumba y así dañar el pasto. Tanto llamaba la atención que un celador de nombre Vicente, resolvió quedarse, por la noche, y verificar lo que pasaba.

Cerrado el camposanto y cerca del panteón del padre Anselmo, se quedó Vicente, quien expectante aguardaba el pasar de las horas, hasta que a eso de las dos de la madrugada, algo llamó su atención.

Una sombra se acercaba y al pasar cerca de él, a su lado, casi rozándole, sintió tanto miedo que se paralizó, siguió con su mirada aterrado y vio a la sombra hincarse en la tumba del padre… Preso del pánico, Vicente, se armó de valor y se acercó. Escuchó a la sombra, murmurar, le pareció una eternidad. La sombra, era la de un hombre, alto y delgado.

Al terminar, se levantó y regresó por donde entró. Cuando pasó junto a Vicente, sintió un escalofrío que penetraba sus huesos. Fue entonces que Vicente pudo moverse y se retiró a su casa. Por la mañana, no quiso mencionar nada, entre sus compañeros, por temor a que no le creyeran. Nuevamente realizó sus trabajos de jardinería y encontró los círculos en la tumba del padre.

El padre cuentan, los que lo conocieron, era tanta la bondad, don de servicio y dócil hablar, que tenía el padre en vida, que hasta los muertos de allí y de otros lugares , acudían a buscar el perdón y la paz para sus almas, buscaban la confesión con el sacerdote, y así descansar en paz. Entre los sepultureros del cementerio, aseguran que el alma del padre Anselmo Martínez todavía sirve a su prójimo, aún después de muerto.