El castillo mas embrujado de Italia

Muy cerca de Roma hay un castillo singular. Hoy día es un lujoso hotel de…

Muy cerca de Roma hay un castillo singular. Hoy día es un lujoso hotel de cuatro estrellas en el que es habitual disfrutar de la tranquilidad que transpiran sus bellos paisajes. El cliente además goza de una experiencia única, entre otras cosas porque todas V cada una de sus habitaciones son diferentes.

Sin embargo, la belleza diurna se transforma conforme cae la noche, y este viejo edificio del siglo XII, lleno de rincones secretos, de galerías ocultas, de paredes con estancias prohibidas, rezuma la historia maldita que en cierto modo lo ha convertido en uno de los lugares más encantados de Italia.

En tiempos, estas verdes tierras de generoso pasto hicieron las delicias de los caballos que galopaban por sus praderas, y del dueño de los mismos, un extraño noble venido a menos. Tal fue la mala fortuna del aristócrata, que una de esas noches de mucho alcohol y más apuestas, se vio obligado a poner sobre la mesa su fantástica cuadra de pura sangres, y la perdió.

El conde Rimbabito, que así se llamaba, vio roto de dolor cómo los equinos se alejaban camino de nuevas tierras; tierras a las que jamás se aclimataron, muriendo hasta el último de ellos. El pobre conde, víctima de una profunda depresión, cayó en los amargos brazos de la bebida.

Esa fue la primera explicación a la que acudieron quienes supieron que Rimbabito aseguraba escuchar durante las madrugadas de insomnio los cascos de los caballos galopando libres por los prados cercanos al castillo. Así lo intentaron explicar… hasta que los testigos fueron aumentando en número, atravesando los años, hasta el día de hoy.

Y lo cierto es que quienes se hospedan en el hotel así lo aseguran, aunque también hay quien dice que dicho sonido procede de un arroyo cercano, y es provocado por el golpear de las piedras en mitad de la corriente…

No obstante, un enclave tan especial reúne más historias. Otro de sus fantasmas más ilustres es el del alquimista Tiraboschi. Allá por el año 1655, la beata Cristina de Suecia acudió a Roma para que su fe se hiciera más evidente ante las autoridades eclesiásticas, y un día en el que la mujer debía de aburrirse de tanto pasear por la ciudad de las siete colinas a la espera de ser recibida, decidió dar un paseo por el cercano bosque de Castelluecia.