El difunto ahorcado

La leyenda del difunto ahorcado sucedió hace muchos años, para ser exactos cuatrocientos, los habitantes de la ciudad de México, quienes estaban reunidos en misa pues era domingo, vieron pasar a una mula, que era guiada por un nativo. Este sostenía un cuerpo para que no cayera en el camino.

El cuerpo de un hombre, era un cadáver, si el de un ciudadano portugués quien al parecer había cometido un delito. Este nativo, era acompañado por un pregonero, quien para ese tiempo fungía como anunciador.

El pregonero tocaba la trompeta haciendo de interés de todos que se trataba de un delincuente, que alguna fechoría había realizado.

Narra la historia que el día domingo a las siete de la mañana mientras los presos que se encontraban en la cárcel del condado, oían misa.

El detenido, el hombre portugués, se reportó esa mañana ante la enfermería con la finalidad de no asistir al ceremonial. El portugués manifestó estar enfermo.

El caballero portugués se encontraba preso por haber matado al alguacil que custodiaba la cárcel de Iztapalapa, y mientras todos estaban en misa, se aprovechó de que estaba solo en la enfermería y sin que nadie lo sospechara, ni tampoco lo vieran, se ahorcó.

Concluida la ceremonia religiosa todos lo buscaron en el penal, y al no encontrarlo en la enfermería, sospecharon algo extraño. Buscaron ahora por todas partes y al fin los carceleros lo encuentran sin vida, el presidiario se había quitado la vida ahorcándose.

Inmediatamente avisaron a sus superiores la novedad, ordenaron averiguaciones para conocer si hubo cómplices en este hecho, entonces se solicitó ante la autoridad competente, se pidió aprobación al gobernador para que se procediera a ejecutar la sentencia que sobre él había recaído, el difunto debía ser ahorcado.

Lamentablemente ese día se celebraba una festividad religiosa en la cual no se permitía ejecuciones, para no deshonrar a Santo Tomás de Aquino, santo de ese día, no se permitía la ejecución pero se debía dar cumplimiento.

Todo aquel que hubiese cometido delito, debería ser ajusticiado en la plaza mayor del pueblo. Aquellos que cometieran delitos en señal de escarmiento. Esto en presencia del pueblo, pues bien sabían que si la investigación arrojada culpabilidad, debían entregar en manos de la autoridad civil al criminal.

Primeramente, se quemaba una imagen, alusiva al reo, si este se encontraba ausente, y era declarado culpable, si ya había fallecido, como era su caso, el portugués difunto, lo colgaban en la horca pues el veredicto final así lo contemplaba.

Si el criminal tenía mucho tiempo de muerto y era declarado culpable, desenterraban sus huesos, en señal de cumplimiento de la sentencia.

Como tradición, posteriormente, se paseaba el cadáver por toda la localidad, un cortejo fúnebre le acompañaba y al portugués difunto, le hacen un alto en la Plaza Mayor.

Se da cumplimiento a la orden de lo juzgado y el difunto ahorcado portugués fue colgado frente al Palacio Real. Todo esto ajustado a la ejecución de los vivos.

Por último le llevarían a El Cristo de la Misericordia, pero como se había ahorcado, no le correspondió. Dicen que al finalizar el ajusticiamiento, sopló un viento muy fuerte que hizo resonar las campanas de la iglesia.

Las capas de los distinguidos caballeros, los vestidos de las damas presentes y también los sombreros, volaron por todo el lugar. Las personas aseguraban que el portugués había pactado con el diablo y otras, más supersticiosas decían que el portugués era el mismo satanás.

La gente curiosa, se acercaba, los jóvenes le lanzaban piedras, los ministros dieron la orden de llevárselo al poblado de San Lázaro, y el difunto ahorcado, fue lanzado a las aguas sucias, profundas y hediondas del lago.

La leyenda del difunto ahorcado sucedió hace muchos años, para ser exactos cuatrocientos, los habitantes de la ciudad de México, quienes estaban reunidos en misa pues era domingo, vieron pasar a una mula, que era guiada por un nativo. Este sostenía un cuerpo para que no cayera en el camino.

El cuerpo de un hombre, era un cadáver, si el de un ciudadano portugués quien al parecer había cometido un delito. Este nativo, era acompañado por un pregonero, quien para ese tiempo fungía como anunciador.

El pregonero tocaba la trompeta haciendo de interés de todos que se trataba de un delincuente, que alguna fechoría había realizado.

Narra la historia que el día domingo a las siete de la mañana mientras los presos que se encontraban en la cárcel del condado, oían misa.

El detenido, el hombre portugués, se reportó esa mañana ante la enfermería con la finalidad de no asistir al ceremonial. El portugués manifestó estar enfermo.

El caballero portugués se encontraba preso por haber matado al alguacil que custodiaba la cárcel de Iztapalapa, y mientras todos estaban en misa, se aprovechó de que estaba solo en la enfermería y sin que nadie lo sospechara, ni tampoco lo vieran, se ahorcó.

Concluida la ceremonia religiosa todos lo buscaron en el penal, y al no encontrarlo en la enfermería, sospecharon algo extraño. Buscaron ahora por todas partes y al fin los carceleros lo encuentran sin vida, el presidiario se había quitado la vida ahorcándose.

Inmediatamente avisaron a sus superiores la novedad, ordenaron averiguaciones para conocer si hubo cómplices en este hecho, entonces se solicitó ante la autoridad competente, se pidió aprobación al gobernador para que se procediera a ejecutar la sentencia que sobre él había recaído, el difunto debía ser ahorcado.

Lamentablemente ese día se celebraba una festividad religiosa en la cual no se permitía ejecuciones, para no deshonrar a Santo Tomás de Aquino, santo de ese día, no se permitía la ejecución pero se debía dar cumplimiento.

Todo aquel que hubiese cometido delito, debería ser ajusticiado en la plaza mayor del pueblo. Aquellos que cometieran delitos en señal de escarmiento. Esto en presencia del pueblo, pues bien sabían que si la investigación arrojada culpabilidad, debían entregar en manos de la autoridad civil al criminal.

Primeramente, se quemaba una imagen, alusiva al reo, si este se encontraba ausente, y era declarado culpable, si ya había fallecido, como era su caso, el portugués difunto, lo colgaban en la horca pues el veredicto final así lo contemplaba.

Si el criminal tenía mucho tiempo de muerto y era declarado culpable, desenterraban sus huesos, en señal de cumplimiento de la sentencia.

Como tradición, posteriormente, se paseaba el cadáver por toda la localidad, un cortejo fúnebre le acompañaba y al portugués difunto, le hacen un alto en la Plaza Mayor.

Se da cumplimiento a la orden de lo juzgado y el difunto ahorcado portugués fue colgado frente al Palacio Real. Todo esto ajustado a la ejecución de los vivos.

Por último le llevarían a El Cristo de la Misericordia, pero como se había ahorcado, no le correspondió. Dicen que al finalizar el ajusticiamiento, sopló un viento muy fuerte que hizo resonar las campanas de la iglesia.

Las capas de los distinguidos caballeros, los vestidos de las damas presentes y también los sombreros, volaron por todo el lugar. Las personas aseguraban que el portugués había pactado con el diablo y otras, más supersticiosas decían que el portugués era el mismo satanás.

La gente curiosa, se acercaba, los jóvenes le lanzaban piedras, los ministros dieron la orden de llevárselo al poblado de San Lázaro, y el difunto ahorcado, fue lanzado a las aguas sucias, profundas y hediondas del lago.