La Mesa del Rey Salomón

La Mesa del Rey Salomón

Las leyendas que encuentran su inspiración en el sabio y ecuánime rey Salomón, hijo segundo de David y Betsabé, cuyo reinado en Israel abarcó entre los años 978 y 931 a.C. son variadas. Autor del Cantar de los Cantares, del Libro de los Proverbios y responsable de la construcción del Templo de Jerusalén, el rey Salomón es también uno de las principales figuras de la tradición cabalística y a menudo, la realidad y el mito se mezclan en torno a su figura.

 

La tradición atribuye al rey Salomón el conocimiento del nombre de Dios, nombre que plasmaría en la llamada mesa de Salomón, aunque también se la conoce, según cada historiador, como tabla o espejo. Mediante un jeroglífico el nombre quedaría oculto, ya que según la Cábala, no puede ser escrito ni pronunciado excepto para el acto de crear. Además permitiría a su propietario acceder a la más absoluta sabiduría, porque conocer el nombre de Dios implicaría conocer toda su creación.

 

Algunos la describen como una gran mesa hecha de esmeralda verde pulida y de 365 patas (misteriosamente similar a la Tabula Smaragdina atribuida a Hermes Trismegisto, creador de los textos herméticos), otros dirían que estaba hecha de oro, plata y cenefas hechas con perlas, aunque el propio Salomón en su descripción mencionaría que sólo estaba hecha de oro.

 

Fue salvada de la destrucción en varias ocasiones, viajando desde el Templo de Jerusalén hasta Roma y tras el saqueo por parte de los godos, fue llevada a Carcasona (Francia) y después a Rávena (Italia). En el año 526, Teodorico se la devuelve a Amalarico (quien la reclamaba como suya) y es en Toledo donde sería vista por última vez, o al menos, confirmada por un historiador. Con la pista perdida, numerosos lugares se disputan el privilegio de tenerla como la Cueva de Hércules en Toledo, o en las ciudades de Medinaceli y Alcalá.

 

Quizá nunca sea encontrada, quizá nunca existió (al menos como instrumento de sabiduría y poder), pero seguirá alimentando la leyenda de Salomón, así como de la eterna búsqueda del conocimiento, característica que nos define desde que el hombre es hombre.