ECM: el mayor secreto del budismo tibetano

Escrito en el siglo VIII d. C. por Guru Padmasambhava, legendario maestro espiritual que introdujo el budismo en el Tíbet y estableció las bases del Vajrayana –amalgama de enseñanzas budistas y elementos de la tradición indígena Bön, mayoritaria en el Tíbet antes de la llegada del propio Padmasambhava–, el Bardo Thodol está basado en conocimientos mucho más antiguos, transmitidos oralmente durante milenios. 

El Libro tibetano de los muertos alude al proceso durante el cual el espíritu abandona el cuerpo físico cuando tiene lugar el deceso, descripción similar a los relatos de aquellos que han protagonizado una experiencia cercana a la muerte (ECM): «En tales circunstancias es cuando emerge el principio causal de la conciencia (del difunto), el cual no logra reconocer su situación, preguntándose si está muerto o no. Se ve, como antes, entre sus parientes y los oye sollozar (…) Él puede verlos, pero ellos no pueden hacerlo; él puede oír cómo lo llaman, pero ellos no pueden oír cómo lo hace él. Por eso se aleja descorazonado». 

La luz clara del conocimiento

En cuanto cesa la respiración del moribundo, el Bardo Thodol explica que hace acto de presencia «la luz clara del conocimiento», exactamente lo mismo que cuentan aquellos que han pasado por el proceso de una ECM. «No has de tener miedo en esa circunstancia de la luz amarilla, clara y resplandeciente, ni de su intensidad –leemos en el antiguo texto budista–. ¡Reconócela como la sabiduría prístina! ¡Permanece serenamente en el estado más allá de la acción, dejando que tu conciencia trascendente se pose en aquella luz! (…) Si logras reconocerla como el resplandor de tu conciencia trascendente (…), todos los reflejos y rayos de luz se fundirán en ti y obtendrás el estado búdico (…) ¡Permanece serenamente en el estado más allá de la acción y más allá de toda intelección, dejando que la conciencia trascendente se pose en aquella luz!». Según los que han tenido la oportunidad de contemplarla, esa luminosidad, elemento clásico en las ECM, es de una belleza indescriptible y genera un sentimiento de paz y armonía, hasta el punto de que muchos de los que han vivido una experiencia cercana a la muerte sienten que  dicho resplandor es su verdadero hogar, que ellos son parte del mismo, al igual que todos los seres vivos de la creación. Como trata de explicar el pasaje del Bardo Thodol que hemos transcrito anteriormente, la conciencia de cada uno de nosotros forma parte de esa luz, el origen de toda existencia, Dios o como la queramos denominar. 

Si el espíritu rehúye la luminosidad, aún tendrá otra oportunidad de reconocerse en ella, si no se verá arrastrado a una complicada secuencia de aventuras espirituales, en el transcurso de las cuales su conciencia se irá alejando progresivamente de la «verdad» y, por lo tanto, se verá obligada a nacer de nuevo en la Tierra. «La forma corporal (de la vida) anterior se irá desvaneciendo y se hará cada vez más clara la forma corporal (de tu vida) sucesiva», explica el Bardo Thodol

Juicio a la propia vida

Tras abandonar el cuerpo físico, el alma permanece durante algún tiempo en el bardo, el estado intermedio entre el más allá y el mundo de los vivos, el cual se asemeja a una especie de sueño del que ha de despertar hacia su nueva existencia en el «otro lado». Allí el espíritu se da cuenta de que su nuevo cuerpo no está constituido de materia y de que se puede mover impulsado por sus pensamientos. Existe la posibilidad de desaparecer y surgir a voluntad en cualquier punto que desee. Tiene incluso la capacidad de estar en varios lugares al mismo tiempo y de viajar a la Tierra, observando lo que allí sucede y atravesando objetos físicos. El peligro estriba en que los espíritus se queden apegados a esa «mágica realidad», permaneciendo como destacados observadores de lo que pasa en el mundo de los vivos. 

En el Espejo del Karma se reflejan todas las acciones del espíritu durante su paso por la Tierra

De todos modos, aquellos que han realizado acciones malévolas durante su paso por nuestra realidad tridimensional, sufrirán las consecuencias kármicas de sus actos, experimentando la pena que han causado a sus semejantes o, por contra, un estado de felicidad y bienestar. En el más allá, explica el Libro tibetano de los muertos, las almas también deberán enfrentarse a un proceso en el que se juzga su vida. El magistrado supremo es el Dharma Raja (Rey de la Ley) o Yama Raja (Rey de la Muerte), que se muestra pisando una figura de Mara, símbolo de la naturaleza ilusoria de la existencia humana. En su mano derecha sostiene una espada, que representa el poder espiritual, y en la izquierda el Espejo del Karma, en el que se reflejan todas las acciones, tanto buenas como malas, del individuo que está siendo juzgado. 

Siguiendo las instrucciones de Dharma o Yama Raja, otra serie de deidades colocan en una balanza una cantidad determinada de piedras negras o blancas, según el número de actuaciones positivas o negativas del «acusado». El encargado de la báscula es Shinje, un dios con cabeza de mono. Acto seguido, un consejo de sabios decide en cuál de los seis ámbitos de la existencia ultraterrena deberá permanecer ese espíritu. Dichas parcelas del «otro lado» van desde la más elevada, a donde van a parar las almas más evolucionadas, conocida como estado de los dioses, a la más baja: el ámbito del Inframundo. De todos modos, estos procesos nunca son eternos, y el espíritu siempre puede alcanzar nuevas metas a medida que se hace consciente de las verdaderas consecuencias de sus actos. 

Después de este juicio, el alma también puede ser «condenada» a renacer en la Tierra, tanto en forma humana como de animal. Esta nueva existencia le ofrecerá oportunidades para la práctica espiritual y para actuar con bondad y justicia, experimentando en la escuela terrenal y preparándose para un nuevo proceso después de desencarnar otra vez. 

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