La guerra en el espacio: una realidad más cercana de lo que parece

¿Qué es lo primero que viene a la cabeza cuando se habla de “guerras espaciales”? Seguramente, imágenes de naves espaciales viajando a toda velocidad, planetas en plena explosión o invasiones alienígenas inesperadas que parecen sacadas de sagas como Star Wars, Battlestar Galactica o Alien. Sin embargo, aunque es improbable que las guerras espaciales se manifiesten así en el mundo real, estamos más cerca de lo que pensamos de que el conflicto armado se traslade al espacio. De hecho, según los expertos, es “inevitable”, y sucederá más pronto que tarde.

Sí, “inevitable” es una palabra muy contundente, pero no desmedida. Al fin y al cabo, el objetivo en cualquier guerra es arrebatarle al enemigo la capacidad de operar correctamente. Y, actualmente, las fuerzas militares dependen en gran medida del espacio, desde los satélites espía hasta la tecnología GPS que usan los soldados en el campo de batalla. Asimismo, supondría una oportunidad económica muy jugosa para la industria aeronáutica y armamentística.

La militarización del espacio en sí no es nada nuevo. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha alzado la vista al cielo en busca de respuestas, pero a partir de la Guerra Fría, empezó a echarle el ojo para convertirlo en un recurso militar e incluso comercial, como demuestra el despegue de Crew Dragon el pasado 31 de mayo, que dio el pistoletazo de salida a la carrera espacial privada.

Este período marcó el inicio de la carrera espacial, una trepidante pugna tecnológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética por conquistar el espacio. De 1955 a 1975, se sucedieron una serie de descubrimientos, que empezó por el Sputnik, el primer satélite que se lanzó al espacio, y culminó con la llegada del hombre a la luna. Cada nuevo avance tecnológico contribuyó a allanar el camino que nos lleva a la situación actual.

Así pues, ¿cómo sería una guerra real en el espacio? Aunque hay poca información al alcance del público, es indudable que las grandes potencias se están preparando para librar sus futuras batallas en el espacio ultraterrestre.

El uso de armas antisatélite podría ser una de las estrategias principales. De hecho, aunque no los hayan usado como ataque, algunas superpotencias ya han hecho alarde de sus habilidades para manejar misiles. En 2007, China destruyó uno de sus propios satélites meteorológicos para poner de manifiesto sus recursos. Y este pasado 15 de abril, Rusia lanzó un misil de prueba que hizo saltar las alarmas en Washington.

Otra de las estrategias estrella sería, sin duda, los ciberataques. Un equipo de hackers podría neutralizar un satélite enemigo manipulando su software para sacarlo de órbita, u obligarlo a moverse violentamente para romper una de sus partes. Otra opción serían las armas de energía dirigida, es decir, lásers. Aparentemente, estos ya se utilizan en la actualidad para “confundir” a los satélites espías e interrumpir momentáneamente su recolección de datos.

Pero, ¿qué supone todo esto para el ciudadano de a pie? A primera vista, el traslado de la guerra al exterior de la Tierra puede parecer ventajoso. Se evitaría la destrucción del planeta y se salvarían vidas humanas. ¿No saldríamos todos ganando? La realidad no es tan sencilla.

Actualmente, nuestra sociedad depende por completo de la tecnología espacial. El fallo de un satélite tendría consecuencias nefastas, como dejar a miles de personas incomunicadas, detener los mercados financieros o inhabilitar los servicios de emergencia. También dejaría inservibles muchos de los aparatos que utilizamos diariamente.

Pero ese no es el único problema. La Tierra se encuentra rodeada por un cinturón de objetos artificiales en el que cada vez hay más basura espacial, es decir, restos de satélites, naves, vehículos de lanzamiento, entre otros, que han quedado abandonados.

Este aumento del volumen de escombros en la órbita terrestre ha alertado a la Roscosmos, la agencia espacial rusa, la cual ha advertido que esta acumulación podría desencadenar el síndrome de Kessler. Según esta teoría del ex científico de la NASA Donald J. Kessler, a mayor volumen de objetos en órbita, más riesgo de impacto entre cuerpos. Esto provocaría un efecto dominó en el que el impacto de dos cuerpos crearía más basura espacial, lo que a su vez aumentaría la posibilidad de que se sucediese otra colisión y de dañar un satélite o una estación espacial.

El hipotético lanzamiento de un misil aceleraría este proceso y formaría tal nube de basura espacial que afectaría  a artefactos cuyo funcionamiento es indispensable para el desarrollo de nuestra sociedad, creando escenarios apocalípticos. La guinda del pastel es que la órbita terrestre podría volverse inaccesible, con lo que nuestro acceso al espacio se vería bloqueado, dejando a la humanidad atrapada en la Tierra.

Ante esta situación, solo podemos esperar que los organismos internacionales den un paso adelante para regular esta nueva realidad. Si este futuro es, como dicen, inevitable, esperemos que los engranajes de la ley se pongan en marcha para garantizar el bienestar de la población.

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