Las luces de las almas en pena

Como resultado de los testimonios que he podido obtener, tanto en el trabajo de campo como en bibliografía, podemos establecer tres categorías diferentes para aglutinar los numerosos casos de avistamiento de luces de almas en pena.

 La primera sería la que he denominado «luces espectrales», es decir, luminarias que son asociadas a la muerte, al más allá o que los testigos interpretan como almas en pena, espectros o la Santa Compaña.
 La segunda serían las «luces celestiales demarcatorias», y esta categoría engloba a todas esas misteriosas estrellas, luces, bolas lumínicas y demás fenómenos celestes que aparecen para indicar la existencia de una imagen religiosa oculta o un cuerpo santo, para anunciar una aparición divina o para señalar que estamos ante una geografía sagrada. 
La tercera categoría se refiere a la presencia de luces en el cielo que muestran un movimiento inteligente y demás fenómenos difíciles de clasificar como naturales. 
Por supuesto, esta división no es definitiva, y está basada en la interpretación que los testigos hacen del fenómeno o en cómo lo narraron ante la persona encargada de recopilar el testimonio. Esto quiere decir que un mismo fenómeno puede ser interpretado con una entidad celestial, un alma en pena o un objeto volador no identificado, dependiendo del contexto cultural, social e histórico en el que se enmarque la observación del hecho extraordinario. En cuanto al horizonte temporal de este tipo de sucesos, se pierde en la más remota antigüedad. En lo que respecta a Galicia, quizás el episodio más antiguo y relevante sea el que tiene que ver con el descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago gracias a una misteriosa estrella. 
Milagros voladores
 El hallazgo de la tumba del apóstol Santiago gracias a la presencia de unas luces celestes que marcaban el lugar de su sepulcro nos sirve para introducir la categoría de las luces celestiales demarcatorias. En Galicia contamos con numerosos ejemplos de fenómenos similares, en los cuales una luz misteriosa señala un lugar sagrado. De hecho, muchos de los santuarios más importantes de esta comunidad tienen su origen fundacional en un fenómeno extraordinario luminoso. Veamos algunos ejemplos.
 El santuario de la Virgen de A Pastoriza se erigió en lo alto de un monte de Arteixo (A Coruña). 
Según la tradición, un día andaba por este monte una pastorcilla con sus vacas cuando vio, suspendida sobre unas rocas, una peculiar estrella que brillaba con gran intensidad. Ante tal fenómeno extraordinario avisó a sus vecinos, que se pusieron a rebuscar entre las rocas y descubrieron escondida una imagen de la Virgen con el Niño. 
Se cree que la imagen había sido escondida en un momento indeterminado de la Edad Media para protegerla de los ataques de normandos y sarracenos que sufrieron esas tierras. El caso es que el «milagroso» descubrimiento de la imagen daría origen a la construcción de un templo. Encontramos un suceso parecido en la fundación del santuario de la Virgen de A Franqueira, en Mondariz (Pontevedra). 
Dice la tradición que una pastora vio unas luces desconocidas brillar en el cielo en lo alto del monte. Acudió al lugar y en una pequeña cueva granítica encontró una imagen de la Virgen que había sido escondida entre aquellas piedras. El enclave de la aparición de la imagen y del avistamiento de las luces es conocido como Coto da Vella. Hay que explicar que la vella (vieja) es en la mitología galaica la reminiscencia de una antigua deidad femenina. 
Coto da Vella Otro caso lo encontramos en uno de los santuarios más famosos de Galicia: el mariano de O Corpiño, lugar especializado en la sanación de poseídos, endemoniados y otras dolencias de la psique y el alma. Como bien me explicó su párroco, José Criado, el relato de las apariciones de la Virgen de O Corpiño, así como de los fenómenos celestes que las acompañaron, están descritas en un documento existente en el archivo parroquial de Santa Eulalia de Losón, donde se ubica el santuario.
 En el mismo se describe que a mediados del siglo XII, un día del mes de junio, «grandes nubarrones en forma de castillos de fuego rodearon el horizonte y condensándose rugientes ocultaron la luz del Sol, anticipando la noche a los vecinos de aquellos contornos». Ante tal fenómeno de luces y relámpagos, unos pastorcillos que estaban en el monte se refugiaron en las ruinas de una vieja capilla que guardaba el cuerpo –de ahí el nombre en gallego de O Corpiño, que significa «el cuerpito»– de un antiguo ermitaño local. 
Al entrar en la ermita, según recoge el citado documento, «se encontraron de improviso bañados de una luz misteriosa, y en medio de aquellos resplandores vieron una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en el brazo izquierdo y un ramillete de flores en la mano derecha».
 La Virgen se les acercó y les dijo que hicieran la señal de la cruz. Los pastorcillos se santiguaron y la tempestad se calmó. Las apariciones y el gran resplandor que salía del lugar, capaz de iluminar en la noche todas esas montañas, se sucedieron durante muchos días, hasta que el 24 de junio se produjo la última aparición ante todo el pueblo. Fue entonces cuando, convencidos del testimonio de los niños, decidieron construir una ermita en el lugar de los prodigios y colocar una imagen en piedra de la «Emperatriz de los Cielos».

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