Marte o muerte: el apocalipsis que viene

Jeff Bezos anunció en 2017 que una de sus principales prioridades es que Blue Origin gestione un sistema de transporte hacia la Luna. No podía ser menos viniendo del fundador de Amazon. Su idea es enviar maquinaria, materiales de construcción y otras mercancías a nuestro satélite para transformarlo en un centro industrial y comercial con bases permanentes, empleados y fábricas capaces de explotar los enormes recursos lunares. El agua, el elemento fundamental para que este ambicioso proyecto llegue a buen puerto, no parece un problema, porque se sabe que en el hemisferio sur de la Luna hay enormes cantidades de hielo. Moon Express, una empresa creada por varios emprendedores de Silicon Valley, ha obtenido el permiso del Gobierno estadounidense para extraer agua del satélite. Parece que ya tiene la financiación adecuada para enviar un vehículo explorador que localice los yacimientos de hielo que empezarán a comercializar.

Pero las oportunidades son todavía mayores. Científicos que han analizado algunas de las rocas que trajeron a la Tierra los astronautas de los proyectos Apolo, concluyeron que en la Luna puede existir una gran variedad de las llamadas «tierras raras», nombre común de los 17 elementos químicos esenciales para el funcionamiento de la industria electrónica. La mayoría de estos elementos se encuentran en China y en ciertos países africanos, pero las previsiones son que se agotarán en unos 40 años. Otra sustancia de interés es el helio-3, un isótopo que se emplea en las reacciones de fusión y que es de enorme utilidad para generar energía capaz de hacer funcionar máquinas. El helio-3 puede producir una energía casi ilimitada y, según importantes analistas, será el combustible del futuro, pues no contamina, no produce radioactividad y es muy potente. Todos los datos apuntan a que en la Luna abunda el helio-3. Por el momento, los proyectos se centran en la extracción de recursos de la superficie lunar, pero en un futuro el objetivo será explorar las profundidades. Los descubrimientos que esperan bajo la superficie del satélite cambiarán el sistema económico mundial.

La esperanza marciana

En 2012, Elon Musk hizo historia al conseguir que un cohete de su empresa aeroespacial, SpaceX, se convirtiera en el primero de origen comercial en alcanzar la Estación Espacial Internacional. Bautizado como Falcon, también fue el primero en aterrizar en la Tierra después de un vuelo orbital. Años después, en 2017, sus ingenieros idearon un método capaz de reutilizar un cohete propulsor ya usado, abaratando enormemente los costes de los viajes espaciales. Por eso, en la NASA se tomaron en serio los planes de Musk para enviar una misión tripulada a Marte en 2024. Sin embargo, el multimillonario emprendedor va mucho más lejos en sus objetivos a medio plazo. Pretende enviar un millar de cohetes Falcon al planeta rojo, cada uno de ellos con cien colonos dispuestos a vivir en el primer asentamiento permanente marciano.

La NASA, por su parte, tiene otro proyecto –tanto o más ambicioso que el del propietario de SpaceX– para crear bases permanentes en Marte. Su objetivo es construir una estación espacial bastante más pequeña que la Internacional –que quieren bautizar con el sugestivo nombre de Portal al Espacio Profundo–, la cual orbitará permanentemente alrededor de la Luna. Siempre habrá astronautas en la estación, que hará las veces de zona de repostaje y abastecimiento de las misiones a Marte. Su construcción empezará en 2023 y estará acabada en 2026.

Al mismo tiempo, los mejores ingenieros de la agencia espacial estadounidense llevan años trabajando en el cohete que trasladará a los primeros seres humanos al planeta rojo. Este novedoso sistema, llamado Transporte al Espacio Profundo, se construirá prácticamente en su totalidad en el espacio. En 2029 está previsto que realice su primera prueba, orbitando unos 400 días alrededor de la Luna. Tras unas exhaustivas comprobaciones y test que pueden alargarse durante cinco o seis años, el Transporte al Espacio Profundo estará listo para llevar a los primeros humanos a Marte.

«Debemos abandonar la Tierra»

Sabemos que en el planeta rojo existen bloques de hielo que se pueden fundir y purificar para extraer oxígeno que respirar e hidrógeno para los sistemas de calefacción, algo esencial para la supervivencia de los colonos, puesto que la temperatura marciana es muy baja, y cuando se pone el Sol puede llegar a -127 ºC. Los ingenieros y geólogos expertos en Marte también recomiendan que los refugios sean subterráneos, puesto que de ese modo los primeros marcianos podrían resguardarse de los nocivos rayos cósmicos, que a la larga pueden causar cáncer y otro tipo de dolencias.

El ingeniero aeroespacial Robert Zubrin es el fundador de Mars Society y uno de los más firmes defensores de la construcción de bases permanentes en Marte como forma de evitar el apocalipsis climático que sufriremos en las próximas décadas. Zubrin pasó de ser un simpático visionario, incluso algo friki, a convertirse en consejero de gobiernos y grandes corporaciones, interesados en el proyecto de colonizar el planeta rojo. El ingeniero defiende que los colonos marcianos solo deben llevar billete de ida, puesto que la apuesta consiste en enfrentarse a todas las dificultades para lograr el objetivo deseado, aunque eso implique la muerte de algunos de ellos. A sus críticos les responde que la aventura de la colonización de Marte es como la vida misma, en la que solo podemos seguir hacia delante y no tenemos la posibilidad de arrepentirnos y regresar al punto de partida.

Zubrin asegura que las guerras y los conflictos del siglo XX y primeras décadas del XXI acabarán olvidadas por los historiadores, como tantas otras anteriores, pero el asentamiento de una nueva comunidad humana en Marte será recordado como uno de los grandes hitos de la historia de nuestra especie.

En junio de 2017, el famoso físico Stephen Hawking (1942-2018) participó, junto a tres astronautas que pisaron la Luna –Buzz Aldrin, Charlie Duke y Harrison Schmitt– y a otros científicos de diferentes ramas del conocimiento, en el Festival Starmus celebrado en Trondheim (Noruega). Las personalidades personalidades reunidas en este foro discutieron durante varios días sobre el futuro de la especie humana y nuestro planeta. Muchas de ellas, como Hawking y los astronautas, abogaron por huir de la Tierra como único modo de sobrevivir ante la crisis ecológica que se nos viene encima. «No tenemos otra opción: emigrar o morir –aseguro el físico–. No hay futuro para nosotros si no colonizamos el espacio. Debemos salir de la Tierra».

El gen de la destrucción

Hawking se mostró convencido de que el desarrollo de formas de vida inteligentes implica la destrucción del medio en el que se desenvuelven, por eso solo aquellas civilizaciones que logran salir del confinamiento de su planeta acaban sobreviviendo. El científico fue muy claro en sus apreciaciones sobre nuestro futuro: «El mundo se está volviendo demasiado pequeño para nosotros; los recursos naturales se están explotando a un ritmo alarmante». Tras referirse al cambio climático, la extinción masiva de especies y la deforestación como evidencias de nuestras capacidades destructivas innatas, recordó que ante situaciones de crisis de recursos, las civilizaciones siempre han optado por colonizar y conquistar nuevos territorios, «pero ya no hay ningún Nuevo Mundo al que extendernos, nos estamos quedando sin espacio en la Tierra, así que ha llegado la hora de explorar otros sistemas solares».

Sin embargo, dijo, no es una tarea sencilla y el riesgo de fracaso es muy elevado, porque «salir de la Tierra requiere una estrategia concertada global, en la que naciones y personas actúen juntas» en pos del objetivo de la exploración espacial. Esto mismo opinaron los astronautas presentes en el Festival Starmus: que sin la asociación de la NASA, la Agencia Espacial Europea y las de Rusia, Japón y China, no se podrá seguir avanzando y estaremos condenados a perecer como especie, enclaustrados en la Tierra.

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