Sobre El origen sobrenatural de satanás y la maldad: ¿Existe realmente el diablo o es una excusa?

Teólogos advierten que el demonio no es una fábula o una fantasía como algunos piensan.

“¿Cómo has caído del cielo
astro rutilante,
hijo de la aurora,
has sido arrojado a tierra,
tú que vencías a las naciones?
tú dijiste en tu corazón: el cielo escalaré,
por encima de las estrellas de Dios elevaré mi trono.
Me sentaré en el monte de la Asamblea,
En los más recóndito del septentrión;
Escalaré las alturas de las nubes,
Me igualaré al Altísimo.
Por el contrario, al seol has sido precipitado
Al hondón de la fosa”.

(Isaías 14, 12-15)

El mítico y oscuro ángel caído, el príncipe de todos los demonios, ha sido llamado desde el principio de los tiempos con toda clase de nombres y apelativos. Lucifer (que deriva de “Luzbel”, que significa “estrella de la mañana” o “portador de luz”), diablo (que proviene del vocablo griego “diabolos”, que significa “acosador” o “calumniador”) o satanás (nombre hebreo que significa “adversario”). Llamado en la Biblia “homicida desde el principio y padre de la mentira”, el “maligno”; el “enemigo”, el “tentador” y el “engañador”, en el Nuevo Testamento se lo identifica con el satán hebreo del Libro de Job, con el diablo del Evangelio de Mateo, con la serpiente del Génesis y con el gran dragón del Apocalipsis, todos los cuales se referirían al mismo espíritu rebelde, el personaje maligno por antonomasia.

El licenciado en Ciencias Religiosas Guido Rojas Zambrano cuenta que “el diablo fue conocido primero como lucifer porque “era el más bello, sabio y poderoso de los ángeles y su caída fue como un “lucero al amanecer” y “se le dio las llaves del pozo del abismo”. Taciano definió al diablo como “el primogénito de los demonios”, y jefe principal. Su posición solo significa que él fue el primero en pecar, y convertirse en ángel caído”. Es el Dragón que peleó con sus ángeles contra San Miguel; el “ángel acusador” que sube hasta la presencia de Dios, para pedir permiso de poner a prueba a Job; el causante del sufrimiento, la enfermedad, la maldad y la muerte; el que siembra la cizaña, persigue a los cristianos y es opositor de Cristo. Es el que fue llamado por algunos de los Padres de la Iglesia como ladrón, tirano, exterminador, corrompido, maldito, apóstata y el Malo. Es aquel al que San Ireneo (s. III) llamó “ángel rebelde”, y Tertuliano (160-230) “el mono de Dios” “.

El autor italiano Giovanni Papini, en su libro “El diablo”, lo define como la antítesis personificada de Dios: “De resultas de su rebelión, el Arcángel llamado lucifer llegó a ser lo contrario de Dios, el Antidiós. Dios es Amor, y satanás es odio. Dios es Creación perpetua, y satanás es destrucción; Dios es Luz, y satanás es tinieblas; Dios es promesa de eterna Beatitud, y satanás es la puerta de la condena eterna”.

La caída del lucifer del reino de los cielos

La tradición cristiana asegura que tras la elección fatídicamente desobediente de nuestros primeros padres se escondía la voz seductora del ángel caído, llamado satán o diablo, quien primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El concilio de Letrán, celebrado el año 1215, concluyó que “el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”.

Guido Rojas Zambrano, respecto al origen del príncipe de las tinieblas, aseguró que “el diablo y los demonios eran ángeles que vivían en la presencia del Altísimo. Dios creó a satanás para la gloria, pero éste hizo una libre elección hacia el mal”. San Agustín (354-430), en tanto, decía que “el diablo estuvo en la verdad, pero no perseveró. Su defecto no estuvo en su naturaleza, sino en su voluntad”.

Según Rojas Zambrano, la caída de Satanás se debió a dos pecados capitales: orgullo y envidia. Orgullo cuando se quiso igualar a Dios, lo que movió al profeta Ezequiel a escribir: “Tu belleza te llenó de orgullo, tu esplendor echó a perder tu sabiduría”. Y por la envidia y los celos que sintió cuando el Creador decidió hacer al hombre a su “imagen y semejanza”. Tertuliano, en su obra “De Patientia”, relata que “el diablo se dejó vencer por la impaciencia cuando vio que el Señor había sometido a su imagen —es decir, al hombre— la totalidad de los seres creados. Si hubiese tolerado eso, no habría sentido dolor alguno; y si no hubiese sentido dolor, no hubiera tenido celos del hombre. Tanto es así, que engañó al hombre porque tuvo celos de él.”

Los teólogos sostienen que una vez que el diablo cayó en su falta, persuadió a otros ángeles a seguirlo. Según la Biblia una tercera parte de los espíritus celestiales del Cielo siguieron sus pasos. San Macario, a este respecto, afirmaba que los ángeles rebeldes “son tan numerosos como las abejas”, mientras que San Atanasio, patriarca de Alejandría hablaba que el espacio está repleto de demonios.

El único relato auténtico de la batalla de Dios contra satanás y de la caída de éste se halla en el último libro canónico aceptado por la Iglesia, es decir, en el Apocalipsis: “Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba él dragón y sus ángeles; y no prevalecieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él.”

La morada de lucifer: el infierno y la tierra

Rojas Zambrano relata que una vez que los espíritus malévolos fueron expulsados del cielo, su nueva morada correspondió a dos lugares: el infierno y la tierra. El infierno o Gehenna, según la Biblia, era un lugar “donde el fuego nunca se apaga”, un antro espantoso también llamado “el abismo”, “el horno de fuego”, “un lugar de tormento (y de tinieblas)”, porque “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en tinieblas; encadenados y guardados para el juicio”. Desde entonces el “reino de los cielos” y el “reino del averno” son la antítesis el uno del otro: mientras el primero es luz, bien, amor, felicidad y sabiduría, es segundo es oscuridad, mal, odio, amargura y confusión.

Satanás y sus malos ángeles también fueron lanzados a la tierra (Apocalipsis 12,9). Por eso, Jesús llama al diablo “príncipe de este mundo”, mientras que para San Pablo es “el dios de este mundo”. Según San Juan, el mundo viene de Dios, y lo mundano del diablo. Incluso, en el libro de las Revelaciones la ciudad de “Babilonia” la grande (equivalente a la Roma imperial), era considerada como “vivienda de demonios, guarida de toda clase de espíritus impuros”. Además numerosos escritos bíblicos aseguran que uno de los lugares de la tierra, el desierto, es el lugar de descanso de los “espíritus impuros” (la tradición asegura que el arcángel San Rafael encadenó al demonio asmodeo en la parte más lejana de Egipto, mientras que San Mateo cuenta que Jesús se dirigió al desierto para pasar allí cuarenta días de ayuno y ser tentado por el diablo).

La apariencia del diablo

Con respecto a la apariencia física del diablo, desde la antigüedad se le sindica como un ser espantoso y repelente, aunque no exento a veces de su antiguo esplendor y majestad. Se conservan dibujos, estatuillas, pinturas rupestres y máscaras y descripciones que lo representan como una figura con cuernos, cabellos largos y enredados, la cara llena de arrugas, dientes filosos y lengua bífera; con barba de chivo, el cuerpo cubierto de escamas o víboras, una enorme joroba, cojo, pezuñas, larga cola y alas de murciélago.

No obstante, el maligno también puede adoptar otras formas a voluntad. Guido Rojas Zambrano explica que San Pacomio lo vio como una doncella de raza negra, mientras a que San Nicolás de Mira se le apareció en su monasterio como un “ángel luminoso” pero con una gran cola; a Rufino, amigo de San Jerónimo, llegó a visitarlo con el aspecto de Jesús y a San Martín de Tours se le apareció en forma de monaguillo burlón mientras oficiaba la misa. A San Benito se le apareció como un mirlo negro, a Santo Domingo de Guzmán se le apareció como un gato con un penetrante olor a azufre y a Santa Rosa de Lima como un perro sarnoso que amenazaba con atacarla, o como un galán seductor. Santa Gemma Galgani relató, finalmente, que cuando el demonio se manifestó en su presencia, asumió el aspecto de un perro, un gato, un mico negro, personas conocidas como su confesor o como Cristo flagelante con el corazón abierto y todo ensangrentado; o como un ángel guardián, que al ser descubierto desapareció en una gran llamarada dejando en el suelo un montón de cenizas.

Giovanni Papini, a este respecto, recuerda la descripción que hizo del diablo el poeta italiano Dante Alighieri en su monumental obra “La Divina Comedia”, donde lo retrató como un demonio de dimensiones ciclópeas incrustado en el centro de una región de invierno perpetuo. Este satanás, perfectamente congelado, poseía tres rostros y seis pares de alas, y al batirlas, sólo lograba prolongar el invierno imperecedero que rodeaba los congelados campos infernales. Cada mandíbula del diablo, con metódica regularidad, masticaba ávidamente los cuerpos destrozados de Judas (el discípulo que entregó a Cristo), Bruto y Casio (los dos conspiradores romanos que estuvieron involucrados en el asesinato de Julio César). A pesar de su aparente inmovilidad, Dante nos muestra que satanás es plenamente consciente de su situación; está alerta, vigilante, con sus seis ojos abiertos, desencajados y cubiertos de lágrimas; sumergido hasta la cintura, babeando y aleteando como si quisiera escapar.

Papini dice que “Dante vio con terror en el fondo del infierno un lucifer gigantesco y horrendo, pero no tan bestial como el que los pintores de su tiempo representaban. Los poetas —y esto se prestaría a largas y sutiles disquisiciones— tuvieron siempre una secreta simpatía por lucifer; y esa simpatía se trasluce a veces en el mismo Dante —por muy cristiano y medioeval que fuese—, pues en su poema se ve llevado a recordar el estado primero dé Satanás, su esplendor y su nobleza, más bien que su pavorosa apariencia actual. Cuando lo divisa por primera vez, evoca efectivamente la antigua y maravillosa belleza: Dante estuvo dominado más por las imágenes de lo que lucifer fue en un principio que por su espantosa figura actual: piensa en su estupenda belleza, en la nobleza de su índole original, en su superioridad sobre todos los demás seres creados”.

Papini agrega que “Dante considera a los traidores como a los más condenables de los condenados e imagina que lucifer tiene tres bocas para engullir a los más execrables de esos pecadores: Judas, que traicionó a Cristo; Bruto y Casio, que traicionaron a César. Para él lucifer es, pues, un instrumento de la justicia de Dios contra quienes pecaron más gravemente. Instrumento feroz y monstruoso pero de todos modos instrumento de Dios, quien le ha puesto en las fauces al traidor mismo de su Hijo encarnado.

El lucifer de Dante no es sonriente y socarrón, como otros lo vieron, sino que llora: “Lloraba con seis ojos.” Claro está que llora por la suerte de los tres malhadados a quienes engulle. Llora por sí mismo, por su penosa suerte, tal vez por el espectáculo de dolor que hay alrededor de él; llora, tal vez, de rabia, pero acaso también por el remordimiento de su insensata rebelión. Y, sea como fuere, el llanto es siempre signo de sensibilidad y de nobleza. De acuerdo con la descripción de Dante, lucifer no había perdido todo reflejo y rastro de la antigua nobleza de su índole. Y si no ha perdido su nobleza originaria tampoco puede haber perdido por completo su belleza. Los poetas modernos, de Milton en adelante, nos presentan un satanás triste y apesadumbrado, pero no exento de dolorosa y majestuosa belleza. Milton lo vio como un Arcángel en ruinas, pero que seguía siendo esplendoroso como un Serafín”.

El diablo, una entidad real

Todos los teólogos definen al diablo como una entidad no sólo alejada de toda fábula o fantasía, sino que como alguien totalmente real. El mismo Giovanni Papini asegura que el demonio no sólo es real, sino que un deudor eterno de Dios. “El odio del Diablo no nace solamente de su primer impulso a prescindir de Él, de Su gracia, de Su soberanía. Ese odio se acrecienta paulatinamente por el sentimiento de su eterna dependencia —aún después de la calda— con respecto al Creador. Si todavía es Príncipe, si le queda algún poder, algún dominio, el demonio se lo debe únicamente a la voluntad de Dios, quien, para sus fines inescrutables, no lo ha aniquilado sino que le ha confiado un reino y una misión. La convicción de esa dependencia lo exaspera. No es capaz de agradecimiento; y es aún menos capaz que los hombres —y con eso se lo dice todo— de tener reconocimiento. En él se da, por eso, el odio secreto y profundo del beneficiado hacia su benefactor, del deudor nada su acreedor; y de ahí su ansia por suprimir, o al menos herir al acreedor y benefactor”.

Continúa: “Y por esta razón se empeña en empujar a los hombres al deicidio, es decir, a esos pecados que según los teólogos constituyen formas o conato de deicidio. Por esa razón colaboró en la Crucifixión del Gólgota; por esa razón instiga al asesinato, que es destrucción violenta de una criatura de Dios, de un ser creado por Dios, hecho a imagen y semejanza de Dios: deicidio intencional. El diablo es el acreedor rencoroso y vengativo que se vale de los hombres en sus tentativas por despojar y herir a Aquel a quien, aún en su condena, se lo debe todo, salvo su odio implacable”.

En los Evangelios, el propio Jesús también lo califica como un peligro real, lo que se refleja en su oración cuando dice “no te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Juan 17, 15). En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, satanás, el maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo”, entonces, es aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo. San Agustín decía, por su parte, que “la muerte de Cristo y Su resurrección han encadenado al demonio. Todo aquél que es mordido por un perro encadenado, no puede culpar a nadie más sino a sí mismo por haberse acercado a él.”

La Iglesia asegura que las mejores armas contra las fuerzas del infierno son el sacramento del bautismo, que nos incorpora al cuerpo místico de Cristo, y nos protege contra el diablo; al igual que la confesión, la eucaristía y la oración del Padre Nuestro, la misma que nos enseñó cuando Cristo nos invita a repetir: “No nos expongas a la tentación, sino líbranos del mal” (Mateo 6,13). Los exorcistas, cuando se enfrentan al diablo, por lo general recurren a la fe en Jesús (Mateo 17,19-20), la plegaria (y el ayuno) (Marcos 9,29).

Otras “armas” sacramentales utilizados por éstos son el agua bendita, la sal y el santo óleo, los crucifijos, reliquias de santos y la oración de los salmos. El creyente, en tanto, puede recurrir a devociones particulares como el rezo del rosario, el uso de escapularios y medallas sagradas; o bien pedir la intercesión de San Miguel Arcángel y de la Bienaventurada Virgen María (San Hugo de Cluny, en el año 1060, fue testigo de la aparición de la Virgen María, donde ella se presentó como la “vencedora de satanás”).

os teólogos aseguran que pese al poder del diablo, la derrota del maligno es triple: cuando, por castigo de su primer pecado, cayó del cielo como un rayo (Lucas 10,18); cuando fue quebrantado por la muerte redentora de Cristo en la cruz (“Jesús ha vencido al mundo” dice San Juan 16,33); y cuando, en el fin de los tiempos, será vencido del nuevo por Jesucristo (“El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás y al hombre malvado” dice Romanos 16,20, mientras que otro pasaje bíblico cuenta que “el Señor Jesús matará con su boca y destruirá cuando regrese en todo su esplendor en compañía de miles y miles de sus ángeles; entonces serán juzgados los demonios y los impíos”).

El autor católico Luis Rojas Puigcercós, asegura que “tal vez uno de los mayores triunfos del demonio ha sido hacer creer a muchos hombres que no existe: de esta manera le dejan el camino libre para su acción al no estar atentos para detenerlo. El demonio ronda por todo el mundo como un animal herido, tratando de usar todo su poder angelical que recibió de Dios cuando todavía no se había alejado de Él para sembrar la mentira. Es hábil e inteligente, pues conoce bien a los hombres. Sabe atraerles hacia el mal, pues es la única satisfacción que encuentra en la eterna derrota de su lucha contra Dios. Ese es el demonio. Satanás. El padre de la mentira. El tentador.”

Rojas Puigcercós advierte, sin embargo, que “el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero sólo criatura: puede tentarnos, invitarnos, seducirnos, pero no puede obligarnos a actuar de determinada manera. Su poder no es comparable con el poder infinito de Dios. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la Divina Providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo”.


Source: Mundooculto.es