Cómo se domesticó y manipuló a la sociedad para que todos piensen igual

La sociedad es como una gran secta con las características de gregarismo y obediencia a la autoridad. Con la televisión se consiguió crear una cultura de masas, homogénea, para controlar y conformar la opinión pública y crear un pensamiento único.

A pesar de tener la respuesta, nos seguimos preguntando, sobre todo en esta epidemia creada en una mesa de juntas, escenificada por políticos sin escrúpulos, médicos cobardes y medios de comunicación vendidos, cómo es posible que los ciudadanos traguemos sin masticar el sinfín de mentiras y tergiversaciones que día a día van hilando escrupulosamente y lanzan desde sus ventanas de propaganda. Intentando explicarnos el enigma de la laxitud ciudadana, nos preguntamos: ¿Somos inteligentes? ¿Somos cultos? ¿Estamos interesados en saber la verdad? ¿Somos buenas personas? Estas preguntas las podemos despachar con cuatro síes: somos inteligentes, somos cultos, estamos deseosos de saber la verdad y somos buena gente. No cuadra con la realidad, ¿verdad? ¿Qué ocurre entonces, cómo se puede entender? Veamos cómo se fraguó este plan macabro de la destrucción de la individualidad. En los siguientes párrafos damos la explicación al enigma. No es opinión, sino puros datos científicos de algunas de las estrategias de domesticación a las que fue sometida la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial a través de la radio, la televisión y la música, con el fin de crear un estado de “atontamiento” general. Nos suena esto, ¿no? Pues de aquellos polvos vienen estos lodos. Lo hago de manera muy resumida, dando solo pequeñas pinceladas.

En la década de los cuarenta, el Tavistock, responsable del cambio radical producido en los años sesenta, trabajó activamente con la Escuela de Frankfurt, afincada en Nueva York, en un experimento sobre el impacto en la cultura de un medio de comunicación como la radio (aún no había televisión). El experimento, conocido como “Proyecto de investigación de la radio” se llevó a cabo desde la Universidad de Princeton. En él se tuvieron muy en cuenta las técnicas nazis de propaganda y fue financiado por la Fundación Rockefeller. ¡Cómo no!

Unos años después aparece la televisión, a la que podemos añadir todo el mundo de la imagen en general, que reforzaría este impacto en los últimos años. Eric Trist, uno de los fundadores del Tavistock y Frederik Emery son los ideólogos del programa de control mental a través de la televisión y creadores de la teoría de la “turbulencia social”. A mediados de los setenta nos obsequiaron con dos libros sobre “el sobrecogedor efecto que veinte años de televisión habían tenido en la sociedad norteamericana” [1]. “El proceso de ver la televisión es en sí mismo un mecanismo de lavado de cerebro”, aseguran. Estudios realizados por estos investigadores y otros concluyen que “sea cual sea el contenido, el visionado de televisión desactiva los poderes cognitivos de la mente y logra un ‘efecto similar al de un narcótico’ en el sistema nervioso central, convirtiendo al espectador habitual en un sujeto sugestionable y manipulable. Además, descubrieron que estos zombis con el cerebro lavado negarían histéricamente que les pasase nada o siquiera que tales manipulaciones de su ‘pensamiento’ fueran posibles [2]”.

Estos especialistas en la conducta humana sostienen que a través del denominado “efecto de ablandamiento de conmociones de futuro” la sociedad se ablandaría, debido a problemas comunes, como crisis financieras, ataques terroristas o escasez de energía, y añaden que si todo esto sucede al mismo tiempo, la población caería en una especie de psicosis de masas donde los individuos, al huir de la situación insostenible real, entrarían en un nihilismo total que los haría entregarse a las diversiones y al entretenimiento. ¿No está describiendo la sociedad anterior a la pandemia? Reflexionemos.

Theodor Adorno, a quien tanto hemos estudiado y leído en Psicología, expresaba así los alcances de la televisión: “La televisión es un medio de condicionamiento y control psicológico como nunca se ha soñado”. Por su parte, Harley Schlanger, escribe estas significativas palabras a propósito del citado Adorno y su equipo de trabajo: “La televisión suponía un medio ideal para crear una cultura homogénea, una cultura de masas, a través de la cual se pudiera controlar y conformar la opinión pública, de modo que todo el mundo en el país acabara pensando lo mismo”. Se refiere a Estados Unidos, pero ocurrió lo mismo, más tarde, en el resto del mundo.

En los años sesenta, por designio de los “amos del mundo”, empezaron a proliferar los grupos de rock, no de una manera natural, consecuencia de los años de bonanza una vez superada la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, sino como arma de control de masas. Como suena. La manipulación a través de la música y la televisión empezaron prácticamente al mismo tiempo.

Aparte de experto en la conducta humana, Theodor Adorno era compositor y musicólogo. Trabajó para el Tavistock y en este experimento aplicó la escala atonal de doce semitonos de Arnold Schoenberg. La música atonal fue creada en 1910 por Arnold Schoenberg, compositor austriaco y agente del MI6. Esta escala consiste en sonidos graves y repetitivos que, según las fuentes, fue tomada de la música del culto a Dionisios. Que un miembro de la Inteligencia Británica componga música para crear sensaciones, resulta, cuando menos, sospechoso. A propósito de esta música dice Richard Warren Lipac: “Esta nueva forma de música contribuiría a infligir en la psique y en el subconsciente de los norteamericanos una ruptura subliminal mucho más radical y al mismo tiempo totalmente graduada en los vínculos culturales familiares y religiosos de Estados Unidos. […] Esto ocurrió de forma natural gracias al cada vez mayor tono desinhibido al que se sometía el cuerpo, el cerebro y el espíritu humano, que la rápida progresión de la escala atonal aportaba fácilmente”. Conocí a Richard Lipac a raíz de un artículo que publiqué sobre la muerte de Amy Winehouse. Lo vio, le gustó y se puso en contacto conmigo y una semana después me envió varios de sus libros, entre ellos uno sobre los Beatles y su creación y promoción por el sistema.

Adorno fue el encargado de elaborar una teoría social del rock and roll. En su obra, Introducción a la sociología de la música, habla de “programar una cultura musical de masas, como una forma de control social masivo mediante la progresiva degradación de sus consumidores [3]”. Teoriza sobre el lavado de cerebro o atontamiento obligatorio. Como experto en la conducta humana explica las reacciones y emociones inconscientes que se producen cuando se oye una canción o varias, de manera repetida, y la identificación con lo que representa. Y también cómo, de alguna manera, queda aislada la individualidad al integrarse en el alma grupal que conforma el conjunto de fans. Lo que vemos que ocurre hoy en los conciertos es la concreción de los descubrimientos de Adorno. Muchas veces nos hemos sobrecogido cuando en un concierto, entre la neblina, vemos cómo centenares de manos en alto se balancean a un lado y a otro, tarareando la canción a petición del cantante que está en el escenario. La escena es como un ritual de socialización, de algún modo comparable a la adicción. Existe un paralelo con los alcohólicos de fin de semana, que beben cuando están en grupo, para integrarse y para conseguir ser, al menos durante unas horas, lo que anhelan y no son en su vida cotidiana.

Este tipo de música tiene un efecto cuasi hipnótico. Los “40 principales”, aunque nos suene extraño, tampoco fue creado como algo inocente. Según apunta Paul Hirsch en un informe de la Universidad de Michigan, después de la Segunda Guerra Mundial, las emisoras de radio se lanzaron a repetir 24 horas al día las cuarenta canciones de mayor éxito, con el fin de crear una subcultura, sobre todo, entre los jóvenes. Y lo consiguieron.

Para que el programa de ingeniería social tuviese éxito fue necesaria una estrecha colaboración entre los ideólogos de los think tanks y los gobiernos de turno que, paulatinamente, fueron legislando según las directrices de estas fábricas de ideas para cambiar la sociedad. Para que todo este plan de manipulación llegase a cuajar fue necesaria la colaboración, de manera directa, de encuestadores, como Gallup y Yankelovich, Shelley y White.

El programa de control mental al que los seres humanos hemos sido sometidos durante décadas es la explicación a las preguntas que nos hacíamos al principio. La sociedad es como una gran secta con sus características de gregarismo y obediencia al líder. Urge una desprogramación social y nos toca hacerla a los que, en una u otra medida, estamos fuera del rebaño, con nuestros escasos medios de información, pero con toda la buena voluntad y todo el amor que somos capaces de sentir y dar por nuestros hermanos. Difícil tarea, pero es lo que toca.

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