El enigma de las «Piedras de Plastilina» precolombinas

El enigma de las «Piedras de Plastilina» precolombinas

A menudo las leyendas resultan más veraces que los rígidos dogmas que la ciencia oficial quiere imponernos como verdad; tal parece ser el caso de antiguas tradiciones de los pobladores del imperio inca acerca de la existencia de una planta que les fuera regalada por sus dioses y con la que habrían podido ablandar las piedras de modo de volverlas maleables. Esto explicaría la extraordinaria precisión en el corte y tallado de los gigantescos bloques pétreos de las construcciones del incanato, cuyo encastre entre unos y otros es tan perfecto que ni siquiera permite la introducción en las junturas de una delgada hoja de afeitar.

El enigma de las «Piedras de Plastilina» precolombinas

Sacsayhuamán, Cusco, Perú.

La leyenda de las «Piedras de Plastilina», como se la denominaría en tiempos modernos, se fue transmitiendo de generación en generación por los pobladores nativos ante la absoluta indiferencia de la arqueología oficial. Recién hacia 1983, el padre Jorge Lira, un sacerdote peruano experto en folklore andino y sus tradiciones, llevó a cabo un experimento con algunas plantas nativas. Durante catorce años este sacerdote católico había estudiado la leyenda de los antiguos andinos y, finalmente, consiguió identificar cierto arbusto al que los pobladores nativos llamaban Jotcha como la planta que, tras ser mezclada y tratada con otros vegetales y sustancias, era capaz de convertir la piedra en barro.

«Los antiguos indios dominaban la técnica de la masificación —afirmaba el padre Lira—, reblandeciendo la piedra, que reducían a una masa blanda que podían moldear con facilidad». Así lo explicó él en una entrevista que le hicieron ; y poniendo manos a la obra consiguió, luego de múltiples pruebas, ablandar una piedra; pero le resultó imposible hacerla retornar a su estado de dureza inicial, por lo que decidió finalmente que su experimento había fracasado.

El enigma de las «Piedras de Plastilina» precolombinas

Izquierda: Ahu Vinapu, Isla de Pascua. Derecha: Muro Inca en Cusco.

Se cree que la sustancia que utilizó Lira en este experimento habría sido extraída de cierto arbusto, similar a la planta a la que los campesinos —como dijimos— llamaban Jotcha, y cuyo nombre botánico sería según algunos Ephedra andina. No obstante, el padre falleció en el año 1988 y se llevó a la tumba el secreto de la verdadera sustancia y de su utilización, y hasta ahora nadie ha logrado identificar con precisión tan extraña planta y, aunque muchos especialistas aventuran especulaciones, no existen ni siquiera fundamentos absolutamente certeros para relacionarla con la Ephedra andina.

Un secreto con alas

Ahora bien; entre las múltiples tradiciones presentes en toda el área andina, existe una que parece refrendar las curiosas propiedades del arbusto que tanto interesó al sacerdote peruano, y en ellas también se habla de un pájaro que utilizaría dicha sustancia para tallar sus nidos en las piedras.

Son muchas las tradiciones que hay al respecto; tal por ejemplo las narraciones del famoso viajero y explorador inglés Percy Harrison Fawcett; según él, los tiahuanacotas conocían los secretos de una planta que crecía en las selvas amazónicas y cuya savia reblandecía las rocas.

En sus escritos, Fawcett hace referencia también a un pájaro «semejante al martín pescador» ;y dice que esas aves vuelan hacia los acantilados rocosos llevando en su pico hojas de cierta especie de plantas, y luego «…se adhieren a la roca como los pájaros carpinteros a un árbol, restregando las hojas con un movimiento circular sobre la superficie», después de ciertas repeticiones en las que se alejan y retornan durante algunos días, «botan las hojas y comienzan a picotear hasta que pronto abren un orificio circular en la dura piedra».

También mucho mas al sur de América, entre los mapuches, existe la leyenda acerca de un pájaro llamado Pitiwe, que guarda un profundo secreto: la utilización de una la planta que disuelve la piedra y el hierro. Diego de Rosales en su obra Historia General del Reyno de Chile; describiendo las plantas medicinales mapuches, habla de dicha hierba y sus propiedades:

Hay otros pájaros carpinteros, que llaman Pito, del cuerpo de un tordo: son pintados de negro, blanco, y burilado y de ellos se derivó a la yerba el nombre de la yerba del pitu, porque usan mas de ella, que los otros pájaros.

Tienen el pico tan fuerte, que rompen, y barrenan cualquier árbol, así para sacar y comer los gusanos, que se crían en sus entrañas, como para edificar sus nidos, abriendo una concavidad, en que se alojan con toda su familia.

Se han hecho célebres por la yerba, que con natural instinto hallaron, para que se quebrante, y desmenuce el hierro, en que se han hecho muchas experiencias, y adquirido su conocimiento con notable maña.

Porque advirtiendo cuando sacan sus polluelos y salen a buscarles de comer, les cierran con una plancha de hierro la puerta del nido los que quieren hacer experiencia de la virtud de la yerba del Pito, y llegando el pájaro carpintero, y hallando cerrado el nido, y que sus polluelos pían dentro, y que no puede entrar, y al punto revuelve a buscar la yerba, que llaman pitu, y refregando con ella la plancha, la rompen, y deshacen como si fuera de papel, que es de las raras virtudes, que se conocen de yerbas, y maravilloso el instinto de este pájaro.

Otras narraciones de viajeros y exploradores tales como Hiram Bingham (a quien se le atribuye el «descubrimiento» moderno de Machu Picchu), por ejemplo, relatan el fenómeno del ablandamiento de la herraduras de hierro de los caballos y de las espuelas del mismo material, al transitar los caballos por sobre una meseta donde crecían determinadas plantas.

Pero todas estas narraciones, tradiciones, leyendas y aún experimentos, continuaron siendo considerados sin fundamento científico, hasta que en otro lugar, a decenas de miles de kilómetros de distancia, en Egipto, y en 1988, casi en la misma época del fallecimiento del padre Lira, el doctor Joseph Davidovits, un investigador sobre materiales geopoliméricos y profesor en la Universidad de Toronto (Canadá), así como director del Instituto para la Aplicación de las Ciencias Arqueológicas (IAPAS) de la Universidad de Barri (Florida) —un investigador con los títulos suficientes como para no ser acusado de farsante por los pseudoescépticos—, publicó, en coautoría con Marguie Morris, el libro The Pyramids: An Enigma Solved (Dorset Press, Nueva York, 1988), obra fundamental para comprender la técnica del reblandecimiento pétreo en el antiguo Egipto. En esta obra, Davidovits expone numerosos ejemplos de construcciones del antiguo Egipto realizadas por medio del reblandeciendo de la piedra, modelándola y posteriormente volviéndola a endurecer una vez era colocada en su emplazamiento definitivo. Además, muestra análisis microscópicos y de rayos X de piedras en cuyo interior han sido descubiertos cabellos, bolsas de aire, fibras textiles, etc.; lo que probaría que durante la manipulación de la roca, ya convertida en una pasta blanda, se introdujeron accidentalmente en ella estos elementos.

Por otra parte, Davidovits afirma que la fórmula química para llevar a cabo estos ablandamientos se encuentra en una estela egipcia, la Estela de Famine, descubierta en 1889 por Charles Wilbour en la isla de Sehel, a tres kilómetros de Asuán (conocida también como la Estela Química de Jnum).

Y, al igual que lo hiciera en Perú el padre Lira, Davidovits, en Egipto, realizó experimentos de ablandamiento de la piedra basándose en los textos de la estela. Y también, como su colega peruano, el científico consiguió reblandecer rocas calizas, aunque igualmente tuvo problemas para volver a solidificarlas de forma homogénea.

Conclusiones y preguntas sin contestar

Aceptemos por un momento que hasta ahora nos hemos hecho las preguntas equivocadas al lidiar con las «construcciones imposibles» de los antiguos. Destruyamos nuestro (pre)concepto de que las piedras han sido cortadas, transportadas y esculpidas. Pensemos por un momento que la teoría esgrimida en este artículo es la única que puede resolver el rompecabezas de una forma coherente, dejando así de lado la noción sobre una fuerza hercúlea o tecnología de otro mundo como requisito para levantar toneladas y erigir monumentos megalómanos propios de gigantes.

El enigma de las «Piedras de Plastilina» precolombinas

¿Detalle de uno de los muros de la fortaleza ceremonial de Sacsayhuamán en Perú? ¡NO! Este muro es hitita y se encuentra en el yacimiento arqueológico de Alacahöyük, al norte de Turquía. La técnica de construcción, a pesar de la gran distancia, es la misma…

Si realmente nuestros antepasados encontraron una fórmula para ablandar y moldear las piedras, ¿cómo es que se perdió ese conocimiento? Si unos de los componentes principales de esa fórmula es una planta de origen andino, ¿cómo es que parece haberse «exportado» a miles de kilómetros de distancia y utilizado por otras culturas que evidencian en sus obras arquitectónicas técnicas de construcción similares? Y si esa técnica fue utilizada de forma masiva en la remota antigüedad, ¿puede ésto haber extinguido de nuestro planeta la materia prima necesaria? Y es que, rocas de muchas toneladas apiladas en un monumento de grandes proporciones demanda, necesariamente, un suministro enorme de la «sustancia ablandadora».

Otra alternativa, si consideramos aquellas leyendas que hablan sobre «deidades instructoras», esas que tanto les gusta omitir a los más ortodoxos, entonces, ¿cabe la posibilidad que la «sustancia ablandadora» haya sido suministrada directamente por aquellos dioses de antaño, quienes además les enseñaron a los primitivos hombres la técnica de construcción para erigir grandes obras con el objetivo de adorarlos?