El cerro Uritorco y la misteriosa ciudad oculta de Erks

¿Estuviste alguna vez en el cerro Uritorco? Te lo digo: subí la montaña energética. Caminala. Algunas luces, vas a ver… Esa es mi promesa. No te prometo, eso sí, el plato especial: tener acceso a la ciudad que hay adentro del cerro. ¿Una ciudad? Si te digo que yo la ví, que estuve dentro de ella, te miento. Pero soy periodista. Y, como tal, conozco mucha gente que dice que la vio.

No está en mí desmentirlos. Vos verás, vos creerás. O no. Erks, se llama la ciudad. Encuentro de Remanentes del Kosmos Sideral: eso significa Erks. Claro: todo tiene que ver con los ovnis y los alienígenas. Los ovnis. -o los platos voladores, como se los llamaba antes- periódicamente vuelven a ponerse de moda. Ahora mismo, los norteamericanos muestran videos de ellos, filmados por sus aviones. Es como que se está aceptando su presencia.

OHUM6SMZO5I4RBM4PC4T5UDMWA.jpg

La última vez que vieron a Mariela estaba en la zona del Cerro Uritorco. (Foto: TN)

Si te ponés a pensar, el cine no los abandonó nunca: todos los años aparece algún estreno fantástico, alguna vuelta de tuerca sobre un tema clásico. ¿Y sabés por qué? Es mi humilde opinión, claro: porque nadie puede asegurar que estamos solos en el Universo, con lo cual, el misterio continúa. Y si la vida fuera de la Tierra es una posibilidad, el que existan seres acaso más inteligentes que nosotros y que tengan sus medios de locomoción, por llamarlos de alguna manera es, cuanto menos verosímil. Esa es la palabra clave: verosímil. Que parezca verdadero, o creíble.

Te cuento que dicen que esta ciudad está bajo tierra, a unos 50 kilómetros de la superficie, habitada por seres de luz, gente de otras galaxias. Es un misterio, claro. De eso se trata esta historia.

Los OVNIS y yo

Empecé mi vida periodística cuando me mandaron a investigar los raros fenómenos que ocurrían en un campo uruguayo de Salto, vecino a Concordia, donde los árboles estaban huecos y los animales quedaban como disecados en vida, al parecer por los efectos de los rayos que emitían platos voladores que visitaban con frecuencia la estancia “La Aurora”.

Desde entonces, anduve metiendo las narices en varios misterios por el estilo. El tema es apasionante. Spielberg y todos los demás que contaron sus historias sobre hechos que no tienen explicación lo demuestran. Pero sin dudas, fue muy gratificante y perturbador para mi explorar el cerro Uritorco, en Córdoba. Dos veces estuve. Y escribí en mi diario, después de esas experiencias, lo que vas a escuchar ahora sobre el cerro y la ciudad subterránea de ERKS.

// El Uritorco y la ciudad perdida

Fue mirando el río que corre bajo las fauces del cerro Uritorco que empecé a pensar seriamente en ir en busca de la ciudad perdida. Levanté la vista hasta la cima del cerro: de movida, comprendí que había sido ganado por la sugestión. La ciudad subterránea, para los iniciados en la ciencia de lo inexplicable, era el resultado de un triángulo de fuerzas energéticas, donde el cerro Uritorco sería el centro y los extremos el cerro Colorado, la ciudad de Serrezuela y la de San Agustín. Todo en Córdoba.

ERKS

“La ciudad se llama Erks”-me dijo Jorge Suárez, un especialista y fanático de esos casos paranormales, al que descubrí gracias a su programa de radio en Capilla del Monte, un pequeño y pintoresco pueblo serrano de Córdoba donde hasta los perros contarían encuentros con seres extraterrestres si pudieran hablar. “La ciudad sagrada, está bajo el Uritorco”, me dijo y me recomendó hablar con el dueño de un campo cercano.

U345OQAFNJAITB7MS4DHF2JVSA.jpg

Así llegué a un sitio muy especial por las raras geoformas que la erosión de siglos, el agua, la lluvia, el viento, había hecho por aquí y por allá. Parecían esculturas, como figuras de animales o seres humanos. Con la penumbra, metían miedo. Ese lugar en la falda del cerro Uritorco se llama Los Terrones, un paraje inquietante.

El hombre que me recibió, el dueño del campo, don Ramón Verón, tenía 81 años, las manos callosas y una bonhomía que me llevó a preguntarle si creía en la existencia de Erks, porque recordarán que así empezó este viaje.

El que tiene sentimientos, la ve-, contestó, sin dejar de sonreír. Llevaba puesta una campera y una gorra. Usaba un pañuelo de seda en el cuello de color azul, rojo y blanco. Tenía el pelo cano y manchas de vejez en la piel. Recuerdo que nombró a un personaje extraño, de nombre Ángel Cristo Acoglanis.

– Él fue el que me habló por primera vez de la ciudad subterránea de Erks-, dijo.

Este Acoglanis era un hombre enteramente misterioso que llegaba los sábados a Capilla del Monte, con un grupo de acólitos. Se calzaba una sábana blanca y los internaba tras sus pasos, entre las paredes de piedra, hacia las fauces de la noche, para hacer rituales cósmicos.

– Iba como un Mesías por los sombríos cañadones del Uritorco y Los Terrones-, recordó Verón.

El cerro macho

El Uritorco, con sus 2000 metros de altura, cuando lo subí, era como una cebolla de misterios: pelaba una hoja y solo descubría la siguiente. El caso es que, obviamente, a las entradas secretas que llevaban hasta Erks, la ciudad perdida, nadie las pudo descubrir, excepto, -me dijo Verón- este hombre extraño y sus discípulos. Era obvio que el propio Verón era uno de ellos, un discípulo, porque le tiré de la lengua y me dijo: “Allí adentro, el regente absoluto es un sacerdote de nombre Kitiuma”.

SWS5V3X4SBGY5OSRGY3VLFMS74.jpgÁngel Cristo Acoglanis era “como un mesías”.

Él y otros sacerdotes de Erks logran contactarse con otras ciudades secretas -parece que hay tres en el planeta- con las naves cósmicas que andan por los cielos misionando y hasta con el denominado reino supremo que estaría localizado en algún punto del Cosmos. Naturalmente, todo esto es lo que les contaba con su voz de barítono el misterioso señor Acoglanis a sus invitados semanales, pero advertía a los más ansiosos: “El acceso a la ciudad está reservado solo a aquellos humanos formados en la dimensión cósmica”.

El Uritorco era como una cebolla de misterios: pelaba una hoja y solo descubría la siguiente.

Acoglanis llegó con sus ceremonias a Capilla del Monte en la década de los 70 y las mantuvo por 25 años. Precisamente, en los años 70, cuando el cerro Uritorco empezó a volverse famoso para la prensa: extrañas luces que dibujaban señales en el aire, triángulos de energía cósmica y pastos que aparecían extrañamente quemados. Hasta humanoides dicen que se vieron.

Una cofradía de ovnílogos sacó pasajes al pequeño pueblo cordobés para trepar a su cima y participar del festival de experiencias paranormales. El fenómeno se amplió en la década del 80. Así, todos colaboraron con las leyendas del Uritorco, el “cerro macho” (eso quiere decir en el lenguaje de los antiguos indios comechingones).

Hablando de éstos, el misterio no es menor: al parecer, fueron los únicos aborígenes a los que les crecía la barba, eran llamativamente altos y para completar el cuadro, poseían ojos azules. ¿Raro, no? Con todos estos datos, la llegada de las sectas esotéricas al Uritorco no iba a estar muy lejos.

Antes de viajar, había recurrido a mi archivo, que me había aportado algunos datos: por ejemplo, que las ciudades secretas, o perdidas, siempre han desvelado al ser humano. Por caso, Atlantida, Shangri-La, Camelot, Trapalanda, la Ciudad de los Césares… Y todas tienen algo en común: uno no las puede ubicar en un mapa. Caminando hacia la cumbre del Uritorco, me vinieron a la mente pasajes de la Biblia, relatos de sobrecogedoras visiones de bolas de fuego cruzando los cielos, carros y arcas luminosas en la noche.

VQ3AV4FYVFAXJETVDWTZFJZ7SI.jpgUna de las tantas imágenes sobre supuestos avistajes de ovni (Foto: imagen ilustrativa N/A).

El periodista Suárez también fue aguijoneado por las mismas conjeturas, después de haber experimentado episodios paranormales. Tanto que nunca más se apartó de la problemática OVNI hasta ser el más férreo defensor de los fenómenos ajenos a nuestra comprensión.

¿Por qué existiría una ciudad oculta?

Básicamente, el periodista me dijo que los viajeros frecuentes del Uritorco -o sea los alienígenas- están señalando un camino a la humanidad, que no es otro que el de la preservación del planeta, amenazado por experimentos nucleares subterráneos, o por el achicamiento de la capa de ozono por el mal manejo de la naturaleza, el calentamiento global… Esas preocupaciones.

En Erks, los elegidos podrán refugiarse cuando llegue la catástrofe a la Tierra: en el Uritorco se daría la futura regeneración de la raza humana. Como un nuevo Arca de Noé. Suárez pensaba que son nuestros “hermanos mayores” y están junto a nosotros desde hace muchísimo tiempo: “Los ángeles de ayer son los extraterrestres de hoy”.

Para Suarez, era muy simple: bastaba leer la Biblia: “La metáfora de representar a los ángeles con alas, era una forma de explicar por qué volaban. Y está la ascensión de Jesús a los cielos, en medio de relámpagos y vientos, nubes luminosas. ¿No es esto similar a los efectos que produce un cohete al despegar?

En Erks, los elegidos podrán refugiarse cuando llegue la catástrofe a la Tierra.

Vuelvo al viaje hacia la cumbre: un baqueano me precedía en la trepada. Juan Domingo Ochoa: era un tipo joven, morocho, cara curtida por los vientos del Uritorco. Siempre con el ceño fruncido, como si estuviera en otra parte, como si su experiencia extrasensorial hubiera sido un punto que lo marcó para toda la vida. Y eso fue lo que le pasó a Suárez y se diría que al 90 por ciento de los habitantes de Capilla del Monte cuando apareció esa huella redonda en el cerro El Pajarillo: un círculo perfecto, de 110 metros de diámetro, que dejó todo el pasto quemado. Fue unánime, no cabían dudas: un vehículo extraterrestre se había posado en el cerro cordobés.

Según cuenta Suárez, la abuela Doña Esperanza Gómez -tenía 90 años por entonces- jugaba a las cartas con su nieto de 12 años en un rancho rural sin luz eléctrica cuando vieron una luz muy potente que entraba por la ventana. Al salir, se encontraron con un objeto volador que sobrevolaba el rancho y que luego se fue a la Sierra del Pajarillo.

Un árbol que estaba en los fondos de la casa sufrió, de repente, una violenta aceleración de su proceso biológico: envejeció tanto que se secó. Los que investigaron el caso no supieron explicar que había pasado. “Le sacaron la clorofila -explicó el periodista Suárez- porque la clorofila es la base de la alimentación de los seres de otros mundos”.

5NPDLKS5NZBM7H64H5INES5EOY.pngUna de las imagenes desclasificadas por el gobierno de los EE.UU. (Foto: Pentágono).

El caso es que el episodio llevó a miles de personas al Uritorco. Peregrinos de la new age, místicos, chapuceros, científicos y estudiosos del espacio exterior pisaron sus laderas en busca de más apariciones. Y así fue creciendo la fama del cerro cordobés.

Al pie del cerro, Suárez, antes de despedirme para mi ascenso, me había contado su propia experiencia. Me dijo que vivió el avistaje ¡programado! de un OVNI. Una de las formas de los encuentros con alienígenos parece que puede ser esta: programar un avistaje con tiempo y lugar prefijados.

– ”Fuimos con un sensitivo que había llegado de Buenos Aires y un amigo mío-, contó en un tono confidencial. -A la noche, a la hora indicada, apareció la luz. Era una esfera muy grande que avanzó hacia nosotros. Mi amigo se preguntó si lo que estábamos viendo no sería un avión: inmediatamente, el objeto lanzó como una estela y tomó una increíble velocidad y se perdió en la sierra. Fue mágico.

Pero si eso ya había resultado sobrecogedor para mí, a poco de andar, el baqueano Ochoa entró en confianza y me confesó que había sido… ¡chupado por un plato volador!. Él lo dijo usando el termino preciso: abducción. Me dejó con la boca abierta, pero seguí subiendo.

”Estaba con mi abuela y un tío- me contó- cuando, de repente, desde dentro de la montaña, o eso me pareció, salió un objeto gigante. Era como una cancha de futbol que volaba.

– ¡Qué curioso! -lo interrumpí- ¿Salió desde adentro de la montaña?

– Eso me pareció. Fue todo muy confuso. Daba la impresión de que estaba tres metros encima nuestro y a la vez, a millones de kilómetros de distancia. Me dio la sensación de haber estado en su interior, donde no había nada. La máquina parecía flotar en el espacio, acompañada por meteoritos que giraban en torno de ella. Miraba hacia abajo y veía mi cuerpo, el de mi abuela y el de mi tío. Daban ganas de llorar, de reír. La sensación es que uno no sabe si está muerto o está loco”.

Un rompecabezas que cae bien a todos

En fin, el caso es que la Argentina está entre los diez países más visitados por los platos voladores, según una curiosa estadística que leí por ahí. Aunque algunos creen ver el origen de los misteriosos vehículos en las carrozas de fuego surcando los cielos del apocalipsis bíblico, pero el fenómeno es mucho más moderno.

El 24 de julio de 1947 es el día del plato volador. Ese día, Kennett Arnold volaba en su pequeño avión sobre las Montañas Rocosas cuando observó a nueve artefactos que, a su juicio, parecían pocillos de café invertidos. De allí viene su nombre popular. Volaban en perfecta formación y a velocidades de miedo.

Seguí andando con el baqueano. Abajo, Capilla del Monte se veía pequeña. En el descanso, pude ver una ermita con una virgen y las velas correspondientes: acababa de comprobar que también existen los promesantes cósmicos. Al lugar, lo llaman los iniciados “el valle de los espíritus” y creen ver luces si se inspiran con sus rezos y plegarias.

Enigmas, casos que la mente no entiende o pura chapucería. ¿Quién lo sabe? O sea que hoy, el Uritorco es un rompecabezas que cae bien a todos. Porque así como van los turistas –que dejan buena plata en el pequeño pueblo- los curiosos, los que investigan fenómenos cósmicos y los refutadores, están los místicos, que acampan en las laderas del Uritorco en busca de espiritualidad.

En rigor, llegar a la cumbre del Uritorco no significa un esfuerzo importante. Hay una cruz en la cima. Las nubes pasan cerca. En aquellos días que estuve en el Uritorco, conocí a Monnir Adur, un respetable profesor e historiador que me dijo que había participado de una de esas excursiones astrales de este señor Acoglanis: ”Me quedaron sentimientos contradictorios”, confesó. El caso es que recordó las caminatas por el fantasmagórico paisaje de Los Terrones. Me dijo: “Acoglanis profería cánticos y plegarias”.

La Ciudad Perdida de Erks es invisible a las miradas indiscretas.

“Al término de la expedición -me dijo Adur- el maestro cósmico señaló al fondo del valle y todos vimos allí un enjambre de luces que parecían girar como enloquecidas, espectáculo que el griego Acoglanis descifró como una nave espacial que los había guiado hasta ese lugar”.

El viejo Verón seguía sonriendo con lo que yo le contaba del Uritorco y la ciudad de Erks. Él prefería el misterio, las medias palabras: todo tenía que ver con Acoglanis, no con él. Sin embargo, me dijo que la Ciudad Perdida de Erks es invisible a las miradas indiscretas. Ese es el secreto: “Sólo se materializa cuando Acoglanis pronuncia una serie de palabras solo conocidas por él. Era el encargado de convocar al misterio”, decía.

JLPAGGNQWYYIA4TCUTRWFG3RLY.pngUn supuesto ovni avistado por un peón rural.

Recuerdo que llegaba el atardecer en ese lugar de ritos y había algo perturbador en el ambiente. Tal vez estaba de verdad pisando una ciudad debajo de mí. Con sus historias, el viejo me había echado a andar los mecanismos de la perplejidad como nunca antes. ¿Una ciudad intraterrena creada por una arcaica civilización, con puertas secretas que se abren con palabras mágicas, con indios barbudos y sacerdotes que cuidan la copa de oro en la que Cristo dio a beber su sangre a los apóstoles? Por momentos, era muy difícil de creer.

Cristo

Angel Cristo Acoglanis: así se llamaba el griego, el misterioso personaje del Uritorco. En Buenos Aires, tenía un consultorio en la elegante calle Callao al 1500, que llevaba el nombre de “Consultorios Alternativos”. Acoglanis era considerado un sanador excepcional y repartía su tiempo atendiendo a sus centenares de pacientes en Buenos Aires a los que aconsejaba para llevarlos una vida espiritual plena de felicidad, con sus rituales en Los Terrones, donde invocaba la aparición de la ciudad intraterrena de ERKS. Él fue el primero que dijo que había tres ciudades subterráneas en el mundo.

– “Agarta y Shamballa están en el Tibet. La otra es Erks, que está bajo nuestros pies-, le dijo un día el griego a Verón, que miraba confundido por la revelación el vasto territorio del que era dueño y del que desconocía sus secretos. Eso le dijo Cristo Acoglanis, con su túnica blanca cuando le pidió autorización para entrar los fines de semana a su campo y empezar con sus ceremonias nocturnas.

Pero Acoglanis le hizo ver, en la medida que fue ganándose su confianza, que la experiencia de conocer Erks no consistía en un hecho físico -como quien ve Capilla del Monte desde la cima del Uritorco- sino de un viaje astral. ¿Acaso un estallido de hipnosis colectiva? Un viaje astral, eso era: la ciudad se les aparecía en la noche, con luces restallantes, cegadoras.

Afiebrados de excitación, Acoglanis y los suyos la miraban extasiados. ¿Tenía poderes realmente ese personaje extraño? ¿Existía Erks? Obnubilado por el cansancio del día, por la cercanía de la noche que obligaba a forzar la mirada y la metralla de mi imaginación, le pregunté a Verón por Acoglanis, el hombre que la séptima vez que le habló, fue para decirle: “Yo no soy de este mundo”.

Verón pareció recordar por un instante aquello y me contestó, con los ojos velados por la melancolía: “El murió. Lo asesinaron en su casa de Buenos Aires, hace algunos años”.

Rubén Elías Antonio

Maté a un brujo y me siento muy aliviado

Ya ven ustedes… Esta historia pasa de los ribetes cósmicos a las miserias humanas muy terrenales. ¿Tuvo o no tuvo que ver la ciudad de ERKS en esta tragedia? Fue el 19 de abril de 1989. A eso de las diez y cuarenta y cinco de la mañana, un hombre subió las escaleras hasta el primer piso de “Consultorios Alternativos” en la calle Callao. Era Rubén Elías Antonio, el mejor amigo de Acoglanis, hijo de Jorge Antonio, aquel financista de Perón.

Acto seguido, sonaron siete disparos. Los dos primeros los hizo con un pistolón, directamente a la cabeza del sacerdote cósmico. Los cinco restantes, con un revólver 32, al bulto. Después, caminó hasta la comisaría, donde se entregó. La jueza María Romilda Servini de Cubría quiso hacer la reconstrucción del asesinato ese mismo día. “Maté a un brujo y me siento muy aliviado”, le dijo, por toda explicación.

Aunque los diarios de la época especularon sobre el móvil que habría tenido Antonio -la opción favorita era una supuesta relación amorosa entre Angel Cristo Acoglanis y la esposa del asesino-, otras firmas, dadas más al pensamiento mágico, tramaban la posibilidad de que con el asesinato de Acoglanis se haya intentado ocultar a la ciudad de ERKS, que comenzaba a crecer como centro espiritual.

Era casi de noche, cuando me fui del campo mágico de Verón, que agregó: “Muchos años después de la muerte de Acoglanis, lo sentía a mi lado todo el tiempo. Ahora mismo lo estoy sintiendo espiritualmente. Acoglanis me está tocando”.

Me tendió la mano sarmentosa, luchando contra la desazón del recuerdo: “Está llena de energía”, me dijo. Cuando puse en marcha la camioneta, le sonreí y arranqué despacio. Traté de controlar el brío de los 200 caballos de fuerza que llevaba bajo el capó porque pensé que los 18 mil seres intergalácticos que viven bajo la tierra de don Verón en la ciudad subterránea de Erks, podrían incomodarse mucho si alguien andaba haciendo ruido por el techo de sus casas.

Deja una respuesta