Los Castillos del Rey Loco

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Algunos personajes históricos bien pudieron haber salido de una novela. Poco antes de que Alemania se convirtiese en Alemania, existió un rey con una vida apasionante al que la historia siempre recordará como «el rey loco». El aislamiento al que el propio Luis II de Baviera decidió someterse durante el último periodo de su vida lo sumió en un estado de melancolía con tintes narcisistas que se traducía en numerosas excentricidades que dañaban la imagen y la economía del Estado.Para conocer la obra, antes debemos conocer el hombre. El poeta francés Paul Verlaine definió a Luis II de Baviera como «el único rey verdadero de nuestro siglo». En efecto, su vida estuvo marcada por la frustración que le causaba saber que su ideal de reino, el reino absolutista por la gracia de Dios de su idolatrado Luis XIV de Francia, no era compatible con la realidad política que imperaba en el siglo XIX. Era un rey de otro tiempo. El músico Richard Wagner escribió después de su primer encuentro con el rey: «por desgracia es tan bello y genial, magnífico y con tanta alma, que temo que su vida se desvanezca como un fugaz sueño divino en este mundo tan malvado». Por desgracia, no se equivocó. Luis nació en 1845 en el Palacio de Nynphenburg de Múnich, un 25 de agosto, el mismo día que su abuelo Luis I (razón por la que se le puso su mismo nombre). Su infancia estuvo marcada por la relación fría y distante con su padre, monarca del Reino de Baviera desde 1848, Maximiliano II, así como por la severa educación que recibió de sus preceptores. Ésta estaba regida por una disciplina impuesta a base de trabajo duro, castigos e incluso hambre. El propio Luis llegaría a escribir: «Fui obligado a someterme a la voluntad de maestros torpes e insensibles… Todo lo que tuve que aprender me parecía estúpido, absurdo e inútil». Las estancias estivales de la familia en el Castillo de Hohenschwangau, una antigua fortaleza del siglo XII en Allgäu que su padre había comprado y mandado restaurar en estilo neogótico, fueron las únicas vivencias que le reportaron recuerdos agradables. Allí podía recrearse admirando las pinturas que ilustraban los episodios de las sagas caballerescas y los poemas épicos medievales que tanto le gustaban, al mismo tiempo que podía disfrutar de los paseos con su madre y su hermano pequeño Otto por el idílico entorno natural de las montañas alpinas. El pequeño Luis soñaba con que algún día viviría en aquel mismo paraje, en su propio castillo como Lohengrin, el caballero del cisne, su héroe épico favorito.

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