Cómo Estados Unidos destruyó los gasoductos Nord Stream, por Seymour M. Hersh

El New York Times lo calificó de “misterio”, pero Estados Unidos ejecutó una operación marítima encubierta que se mantuvo en secreto… hasta ahora.

Por Seymour M. Hersh

El Centro de Rescate y Buceo de la marina de guerra de Estados Unidos (US Navy) se encuentra ‎en un lugar tan oscuro como su nombre, en lo que alguna vez fue un camino rural en la zona rural ‎de Panama City [No confundir con la capital de la República de Panamá. Nota del Traductor.], ‎una próspera ciudad turística del suroeste de Florida, 70 millas al sur de la frontera con Alabama. ‎El complejo sede del centro es tan indescriptible como su ubicación: una monótona estructura de ‎hormigón de la postguerra, que parece una escuela secundaria vocacional en los suburbios del ‎oeste de Chicago. Una lavandería y una escuela de baile están al otro lado de lo que ahora es una ‎calle de cuatro vías.‎

Durante décadas, ese centro ha estado entrenando buzos de aguas profundas altamente ‎calificados que, al ser enviados a las unidades militares de Estados Unidos en todo el mundo, ‎pueden realizar inmersiones técnicas para siempre, utilizando explosivos C4 para el bien –limpiar ‎puertos y playas de escombros y de artefactos explosivos sin detonar– o para el mal, como volar ‎plataformas petroleras extranjeras, obstruir las entradas de las plantas de energía submarinas o ‎destruir las esclusas de los canales vitales. El centro de formación de Panama City, que cuenta ‎con la segunda piscina cubierta más grande de América, fue el lugar ideal para reclutar a los ‎mejores y más taciturnos graduados de la escuela de buceo, que el verano pasado lograron hacer ‎lo que habían sido autorizados a hacer a 260 pies [80 metros] de profundidad en las aguas del ‎Mar Báltico.‎

En junio pasado, los buzos de la marina de guerra estadounidense (US Navy), que operaban bajo ‎la cobertura de BaltOps 22, un ejercicio de la OTAN ampliamente publicitado [1], colocaron los ‎explosivos activados a distancia que, 3 meses después, destruyeron 3 de las 4 tuberías de los ‎gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, según una fuente con conocimiento directo de la ‎planificación operativa.‎

Dos de esas tuberías, pertenecientes al primer gasoducto Nord Stream, habían abastecido a ‎Alemania y gran parte de Europa occidental con gas natural ruso barato durante más de una ‎década. Se había construido además un segundo par de tuberías, el gasoducto denominado Nord ‎Stream 2, pero que aún no estaba funcionando. Cuando las tropas rusas se concentraban en la ‎frontera con Ucrania y se avecinaba la guerra más sangrienta en Europa desde 1945, el presidente ‎Joseph Biden vio aquellos gasoductos como una forma de que Vladimir Putin utilizara el gas ‎natural en función de sus ambiciones políticas y territoriales.‎

Cuando se le pidió un comentario, Adrienne Watson, una portavoz de la Casa Blanca, respondió en ‎un correo electrónico: «Es falso y completamente ficticio.». Tammy Thorp, portavoz de la CIA, ‎también escribió: «Esta afirmación es total y absolutamente falsa.»‎

La decisión de Biden de sabotear los gasoductos se produjo después de más de 9 meses de ‎debates altamente secretos en la comunidad de seguridad nacional de Washington sobre la mejor ‎manera de lograr ese objetivo. Durante la mayor parte de este tiempo, la pregunta no era si ‎llevar o no a cabo la misión sino cómo llevarla a cabo sin dejar pruebas sólidas sobre quién era el ‎responsable.‎

Había una razón burocrática esencial para confiar en los graduados de la escuela de buceo del ‎centro de Panama City. Esos buzos pertenecían únicamente a la US Navy y no eran miembros ‎del Mando de Fuerzas Especiales, cuyas operaciones encubiertas deben informarse al Congreso y ‎ser objeto de un informe previo a los líderes del Senado y de la Cámara de Representantes, la ‎famosa “pandilla de los Ocho”. La administración de Biden estaba haciendo todo lo posible por ‎evitar filtraciones a medida que se desarrollaba la planificación, a finales de 2021 y en los ‎primeros meses de 2022.‎

El presidente Biden y su equipo de política exterior –el consejero de seguridad nacional Jake ‎Sullivan, el secretario de Estado Tony Blinken y la subsecretaria de Estado para Políticas Victoria ‎Nuland– expresaron abiertamente su hostilidad hacia los dos gasoductos, que se extendían uno ‎junto al otro a lo largo de 750 millas [1 200 kilómetros] bajo el Mar Báltico, desde dos puertos ‎diferentes en el noreste de Rusia, cerca de la frontera con Estonia y pasando cerca de la isla ‎danesa de Bornholm para terminar en el norte de Alemania.‎

Esa ruta directa, que evitaba el paso a través de Ucrania, había sido una bendición para la ‎economía de Alemania, que se beneficiaba con la abundancia de gas natural ruso barato, suficiente ‎para hacer funcionar sus fábricas y calentar sus hogares, al tiempo que permitía a los ‎distribuidores alemanes vender el excedente de gas, con beneficios, en toda Europa occidental. ‎Una acción que pudiera atribuirse a la administración estadounidense violaría las promesas de ‎Estados Unidos de minimizar el conflicto directo con Rusia. El secreto era esencial.‎

Desde el primer momento, Washington y sus socios antirrusos de la OTAN vieron el primer ‎gasoducto Nord Stream como una amenaza para la dominación occidental. El holding detrás ‎del proyecto, Nord Stream AG [2], se constituyó en Suiza en 2005, en sociedad con Gazprom, ‎empresa rusa que se cotiza en bolsa, generando enormes ganancias para sus accionistas, y dominada ‎por oligarcas de quienes se sabe que están bajo el control de Putin. Gazprom controlaba el 51% de la ‎empresa, con 4 empresas energéticas europeas (una en Francia, otra en Países Bajos y dos ‎en Alemania) que compartían el 49% restante, y tenía derecho a controlar las ventas de gas ‎natural barato a los distribuidores locales en Alemania y Europa Occidental. Las ganancias de ‎Gazprom se compartían con el gobierno ruso y, en algunos años, se estimó que los ingresos del ‎gobierno por el gas y el petróleo representaba un 45% del presupuesto anual de Rusia. ‎

Los temores políticos de Estados Unidos eran reales. Putin tendría una fuente de ingresos ‎adicional y muy necesaria, mientras que Alemania y el resto de Europa occidental se volverían ‎dependientes del gas natural de bajo costo suministrado por Rusia, al tiempo que disminuiría la ‎dependencia europea de Estados Unidos. De hecho, eso fue exactamente lo que sucedió. Muchos ‎alemanes vieron el primer gasoducton Nord Stream como parte de la liberación de la famosa ‎teoría de la Ostpolitik del ex canciller Willy Brandt [3], que debía permitir que la Alemania de postguerra ‎se rehabilitara, junto con otras naciones europeas destruidas durante la Segunda Guerra Mundial, ‎utilizando, entre otros recursos, el gas ruso barato para alimentar un mercado próspero y una ‎economía comercial en Europa occidental.‎

El primer Nord Stream era bastante peligroso, según la OTAN y Washington, pero el ‎‎Nord Stream 2, cuya construcción se completó en septiembre de 2021 [4], de recibir la aprobación ‎de los reguladores alemanes, duplicaría la cantidad de gas barato que estaría disponible para ‎Alemania y Europa occidental. El segundo gasoducto también proporcionaría gas suficiente para ‎más del 50% del consumo anual de Alemania. Las tensiones crecieron constantemente entre ‎Rusia y la OTAN, impulsadas por la política exterior agresiva de la administración Biden.‎

La oposición a Nord Stream 2 llegó a su apogeo en la víspera de la toma de posesión de Biden, ‎en enero de 2021, cuando los republicanos del Senado, encabezados por Ted Cruz (Texas), ‎plantearon repetidamente la amenaza política de que el gas natural ruso influiría en la audiencia ‎de confirmación de Blinken como secretario de Estado. Para entonces, un Senado unificado había ‎aprobado con éxito una legislación que, como dijo Cruz a Blinken, «paró en seco» ‎el gasoducto. Habría una enorme presión política y económica por parte del gobierno alemán, ‎entonces dirigido por Angela Merkel, para poner en servicio aquel segundo gasoducto.‎

‎¿Se enfrentaría Biden a los alemanes? Blinken respondió afirmativamente, pero añadió que ‎no había discutido los detalles con el presidente. «Sé que cree firmemente que el Nord Stream 2 ‎es una mala idea», dijo Blinken. «Sé que le gustaría que usáramos todas las herramientas de ‎persuasión a nuestra disposición para convencer a nuestros amigos y socios, incluida Alemania, de ‎no seguir adelante con ese proyecto», agregó.‎

Meses más tarde, cuando la construcción del segundo gasoducto estaba casi terminada, ‎Biden cedió. En mayo, en un giro impresionante, su administración renunció a las sanciones ‎contra Nord Stream AG [5], una funcionaria del Departamento de Estado dijo que tratar de detener el ‎oleoducto con sanciones y diplomacia «siempre fue un intento fallido». Entre bastidores, ‎funcionarios de la administración supuestamente advirtieron al presidente de Ucrania, Volodimir ‎Zelenski, ya bajo la amenaza de invasión rusa, para que no criticara aquella decisión [6].‎

Las consecuencias fueron inmediatas. Los republicanos del Senado, encabezados por Ted Cruz, ‎anunciaron un bloqueo inmediato de todos los candidatos de Biden en materia de política exterior ‎y retrasaron durante meses la aprobación del proyecto de ley anual de defensa, hasta el otoño. ‎‎Politico describió después el cambio radical de Biden sobre el segundo gasoducto ruso como ‎‎«La decisión que más hizo peligrar la agenda de Biden, posiblemente más que la caótica retirada ‎militar de Afganistán» [7].‎

La administración Biden estaba empantanada, a pesar de haber obtenido un respiro a mediados de ‎noviembre, cuando los reguladores energéticos alemanes suspendieron la aprobación del segundo ‎gasoducto Nord Stream [8]. Los precios del gas natural se dispararon en un 8% en cuestión de ‎días [9], cuando Alemania y Europa comenzaron a temer que la suspensión del nuevo gasoducto y la ‎creciente posibilidad de guerra entre Rusia y Ucrania condujeran a un invierno frío altamente ‎temido. La posición de Olaf Scholz, el nuevo canciller alemán, no estaba clara para Washington.‎

Meses antes, después de la caída de Afganistán, Scholtz había respaldado públicamente ‎el llamado del presidente francés Emmanuel Macron a favor de una política exterior europea ‎más autónoma, lo que claramente sugería una menor dependencia de Europa en su relación con ‎Washington.‎

Mientras tanto, las tropas rusas incrementaron constante y fatídicamente su presencia en las ‎fronteras de Ucrania y, a finales de diciembre, más de 100 000 soldados rusos estaban en posición para ‎atacar desde Bielorrusia y Crimea. La preocupación creció en Washington y Blinken estimó ‎incluso que aquellas cifras podían «duplicarse en poco tiempo«».‎

La atención de la administración había vuelto a centrarse en Nord Stream. Washington temía ‎que, mientras Europa siguiera dependiendo del gasoducto para obtener gas natural barato, países ‎como Alemania serían reacios a suministrar a Ucrania el dinero y las armas que necesitaba para ‎derrotar a Rusia.‎

Fue en ese momento de incertidumbre cuando Biden autorizó a Jake Sullivan a convocar a un ‎grupo de elementos provenientes de diferentes servicios para idear un plan.‎

Había que poner todas las opciones sobre la mesa. Pero sólo una saldría adelante. ‎

‎LA PLANIFICACIÓN

En diciembre de 2021, dos meses antes de que los primeros tanques rusos entraran en Ucrania, ‎Jake Sullivan convocó una reunión de un grupo de trabajo recién formado (hombres y mujeres del ‎Estado Mayor Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro) y pidió ‎recomendaciones sobre cómo responder a la inminente invasión de Putin.‎

Sería aquella la primera de una serie de reuniones altamente secretas, en una sala segura en el ‎último piso del antiguo Edificio Ejecutivo, adyacente a la Casa Blanca, edificio que también era la ‎sede de la Junta Asesora de Inteligencia Extranjera del presidente. Hubo los habituales ‎intercambios de ideas que finalmente culminaron en una pregunta preliminar crucial: ‎
‎¿La recomendación del grupo al presidente sería reversible, por ejemplo, una nueva ronda de ‎sanciones y restricciones monetarias, o irreversible, es decir, acciones cinéticas? ¿Acciones que ‎no tendrían marcha atrás?‎

Lo que estaba claro para los participantes, según la fuente con conocimiento directo del proceso, ‎era que Jake Sullivan quería que el grupo presentara un plan para destruir los dos oleoductos ‎‎Nord Stream y que estaba cumpliendo los deseos del presidente.‎

Los protagonistas: de izquierda a derecha, la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, ‎el secretario de Estado Antony Blinken y Jake Sullivan, el consejero de Seguridad Nacional del ‎presidente Joe Biden.

En reuniones posteriores, los participantes debatieron opciones de ataque. La marina de guerra ‎‎(US Navy) propuso utilizar un submarino que acababa de entrar en servicio para atacar el ‎oleoducto directamente. La Fuerza Aérea (US Air Force) planeó lanzar bombas de tiempo que ‎podrían activarse de forma remota. La CIA argumentó que cualquiera que fuera la solución ‎elegida, tenía que ser secreta. Todos los involucrados entendían el problema. «No es cosa de ‎niños», me dijo la fuente. Si el ataque podía ser atribuido a Estados Unidos, «es un acto de ‎guerra».‎

En ese momento, la CIA estaba dirigida por William Burns, un ex embajador en Rusia de buenos ‎modales que se había desempeñado como subsecretario de Estado bajo la administración ‎Obama. Burns rápidamente creó un grupo de trabajo de la Agencia, entre cuyos miembros ‎‎ad hoc había, casualmente, alguien familiarizado con las capacidades de los buzos de aguas ‎profundas de Panama City. Durante las siguientes semanas, los miembros del grupo de trabajo de ‎la CIA comenzaron a desarrollar un plan para realizar una operación encubierta que utilizaría ‎buzos de aguas profundas para provocar una explosión a lo largo del gasoducto.‎

Un proyecto similar ya se había llevado a cabo antes. En 1971, la inteligencia había sabido, de ‎fuentes hasta hoy no reveladas, que dos importantes unidades de la marina de guerra rusa ‎se comunicaban mediante un cable submarino enterrado en el Mar de Ojotsk, en la costa oriental ‎de Rusia. El cable conectaba un comando naval regional con el cuartel general continental en ‎Vladivostok [10].‎

Un equipo cuidadosamente seleccionado de agentes de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional ‎‎(NSA) se reunió, con el mayor secreto, en algún lugar de Washington DC, y elaboró un plan, que incluía ‎la intervención de buzos de la US Navy, submarinos modificados y un vehículo de rescate en aguas ‎profundas. Tras muchos ensayos y errores, el cable ruso fue localizado. Los buzos colocaron en ‎el cable un sofisticado dispositivo de escucha que interceptó con éxito el tráfico ruso y lo registró ‎en un sistema de grabación.‎

La NSA se enteró así de que altos oficiales de la marina de guerra rusa, convencidos de la ‎seguridad de su enlace, conversaban con sus compañeros sin encriptación. El dispositivo de ‎grabación y su cinta tenían que ser reemplazados cada mes y el proyecto continuó alegremente ‎durante una década, hasta que un técnico civil de la NSA, de 44 años, Ronald Pelton, quien hablaba ruso con fluidez, lo reveló . En 1985, Pelton fue traicionado por un desertor ruso y ‎condenado a prisión [11]. Los rusos le habían pagado sólo 5 000 dólares por sus revelaciones sobre ‎la operación, así como 35 000 dólares por otros datos operativos que nunca llegaron a hacerse ‎públicos. Aquel éxito, cuyo nombre en código fue Ivy Bells, fue innovador y arriesgado, y brindó ‎información invaluable sobre las intenciones y la planificación de la marina de guerra rusa.‎

Aun así, el grupo interservicios se mostró inicialmente escéptico, frente al entusiasmo ‎de la CIA por un ataque encubierto en alta mar. Había demasiadas preguntas sin respuesta. ‎Las aguas del Báltico estaban fuertemente patrulladas por la marina de guerra rusa y no había ‎plataformas petroleras que pudieran servir como cobertura para una operación de buceo. ‎‎¿Deberían viajar los buzos a Estonia, justo frente a las instalaciones de gas natural de Rusia, para ‎entrenarse para la misión? «Sería un fiasco», se le dijo a la CIA.‎

Mientras sucedía todo aquello, dijo la fuente, «algunos empleados de la CIA y del Departamento ‎de Estado decían: “No hagan eso. Es estúpido y será una pesadilla política si sale a la luz.”»‎

Sin embargo, a principios de 2022, el grupo de trabajo de la CIA informó al grupo interservicios de ‎Jake Sullivan: «Tenemos una manera de volar las tuberías.»‎

Lo que siguió fue asombroso. El 7 de febrero, menos de 3 semanas antes de la aparentemente ‎inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf ‎Scholz, quien, después de algunas dudas, ahora estaba firmemente del lado de Estados Unidos. ‎En la conferencia de prensa que siguió, Biden dijo desafiante: «Si Rusia invade (…) ya no habrá ‎Nord Stream 2. Lo eliminaremos.»‎

Veinte días antes, la subsecretaria de Estado Victoria Nuland había enviado esencialmente ‎el mismo mensaje en una rueda de prensa del Departamento de Estado, con poca cobertura ‎mediática. «Quiero ser muy clara hoy. Si Rusia invade Ucrania, de una u otra manera, ‎Nord Stream 2 no seguirá adelante», dijo Nuland al responder una pregunta.‎

Muchos de los involucrados en la planificación de la misión contra los gasoductos se horrorizaron ‎ante aquellas declaraciones, que vieron como referencias indirectas al ataque.‎

‎«Era como poner una bomba atómica en Tokio y decirles a los japoneses que la detonaríamos.» ‎Dijo la fuente. «El plan era que las opciones se ejecutaran después de la invasión, no que se ‎anunciaran públicamente. Biden simplemente no lo entendió o lo ignoró.»‎

Las indiscreciones de Biden y Nuland, si fueron realmente indiscreciones, frustraron a algunos de ‎los planificadores. Pero también crearon una oportunidad. Según la fuente, varios altos ‎funcionarios de la CIA determinaron que volar el oleoducto «ya no podía considerarse una ‎opción secreta porque el presidente acababa de anunciar que sabíamos cómo hacerlo».‎

El plan para volar los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 pasó repentinamente de la ‎categoría de operación encubierta, que requería que se informara al Congreso, a ser considerado ‎una operación de inteligencia altamente clasificada con apoyo militar de Estados Unidos. ‎Según la ley, explica la fuente, «ya no existía el requisito legal de informar la operación al ‎Congreso. Solo tenían que hacerlo, pero tenía que permanecer en secreto. Los rusos tienen ‎vigilancia superlativa del Mar Báltico».‎

Los miembros del grupo de trabajo de la Agencia no tenían contacto directo con la Casa Blanca y ‎estaban ansiosos por saber si el presidente hablaba en serio, es decir, si la misión ya se había ‎iniciado. La fuente recuerda: «Bill Burns regresó y dijo: “Háganlo.”».‎

La marina de guerra de Noruega no tardó en encontrar el lugar adecuado, en ‎las aguas poco profundas de la isla danesa de Bornholm.

LA OPERACIÓN

Noruega era el lugar perfecto para servir como base de la misión.‎

En los últimos años de crisis Este-Oeste, el ejército de Estados Unidos había ampliado ‎considerablemente su presencia en Noruega, cuya frontera occidental se extiende 1 400 ‎kilómetros a lo largo del Océano Atlántico Norte y se fusiona con Rusia en el Círculo Polar Ártico. ‎El Pentágono ha creado empleos y contratos bien pagados, en medio de cierta controversia ‎local, al invertir cientos de millones de dólares para modernizar y expandir las instalaciones de la ‎US Navy y de la US Air Force en Noruega. Es importante destacar que los trabajos realizados ‎incluían un radar avanzado de apertura sintética, ubicado en el extremo norte, capaz de penetrar ‎profundamente en Rusia y de conectarse justo cuando la comunidad de inteligencia ‎estadounidense perdió el acceso a una serie de sitios de escucha de largo alcance en China.‎

Una base de submarinos estadounidenses recientemente renovada, que había estado en ‎construcción durante años, había entrado en funcionamiento y más submarinos estadounidenses ‎pueden trabajar ahora en estrecha colaboración con los submarinos noruegos para monitorear y espiar una importante fortificación nuclear rusa ubicada 250 kilómetros al este de la península de ‎Kola [12] [13]. Estados Unidos también amplió significativamente una base aérea noruega en el norte del ‎país [14] y entregó a la Fuerza Aérea noruega una flota de aviones de patrulla P8 Poseidon, construidos ‎por Boeing, para reforzar su espionaje de largo alcance sobre cualquier cosa que tuviese que ver con Rusia [15].‎

A cambio, el gobierno noruego enfureció en noviembre pasado a los liberales y a algunos ‎moderados en su parlamento al aprobar un Acuerdo de Cooperación de Defensa Suplementario ‎‎(SDCA). En virtud de ese acuerdo, el sistema legal de Estados Unidos tendría jurisdicción en ‎ciertas “áreas acordadas” del norte para los soldados estadounidenses acusados de delitos ‎cometidos fuera de la base, así como para los ciudadanos noruegos acusados o sospechosos de ‎interferir con el trabajo de la base [16].‎

En 1949, Noruega fue uno de los primeros firmantes del tratado de la OTAN, al inicio de la guerra ‎fría. Hoy, el secretario general de la OTAN es Jens Stoltenberg, un anticomunista acérrimo, que ‎fue primer ministro de Noruega durante 8 años antes de asumir su actual cargo en la OTAN, con ‎el apoyo de Estados Unidos, en 2014. Habiendo cooperado con los servicios de inteligencia ‎estadounidenses desde la guerra de Vietnam, Stoltenberg es de línea dura en todo lo relacionado ‎con Putin y Rusia. Estados Unidos confía plenamente en Stoltenberg, desde la guerra de Vietnam. ‎‎«Es el guante hecho a la medida de la mano estadounidense», dijo la fuente.‎

En Washington, los planificadores sabían que tenían que ir a Noruega. Allá «odiaban a los rusos y ‎la marina de guerra noruega estaba llena de excelentes marineros y buzos que tenían generaciones ‎de experiencia en la búsqueda altamente rentable de petróleo y gas en aguas profundas», dijo la ‎fuente. También se podía confiar en los noruegos para mantener la misión en secreto. ‎

Los noruegos quizás tenían también otros intereses. Si los estadounidenses tenían éxito, ‎la destrucción de Nord Stream permitiría a Noruega vender mucho más de su propio gas natural ‎a Europa. ‎

En marzo, varios miembros del equipo viajaron a Noruega para reunirse con el servicio secreto y ‎con la marina noruegos. Una de las preguntas claves era qué punto del Mar Báltico era ‎exactamente el mejor lugar para colocar los explosivos. Nord Stream y Nord Stream 2, ‎cada uno con dos conjuntos de tuberías, estaban separados por poco más de un kilómetro a lo largo de la mayor parte del trayecto hacia el puerto de Greifswald, en el extremo noreste de ‎Alemania.‎

La marina de guerra noruega encontró rápidamente el lugar adecuado, en las aguas ‎poco profundas del Báltico, a pocos kilómetros de la isla danesa de Bornholm. Los gasoductos ‎están separados allí por más de una milla, a lo largo de un fondo marino de sólo 260 pies ‎‎[80 metros] de profundidad. Eso estaría al alcance de los buzos, que operarían desde un ‎buscaminas noruego de clase Alta, buceando con una mezcla de oxígeno, nitrógeno y helio, y ‎colocarían cargas de C4 sobre las 4 tuberías con cubiertas protectoras de hormigón. Sería un ‎trabajo tedioso, lento y peligroso, pero las aguas de Bornholm tenían otra ventaja: no había ‎grandes corrientes de marea, lo que habría dificultado mucho la tarea de bucear.‎

Después de algunas investigaciones, todos los estadounidenses estuvieron de acuerdo. ‎

Aquí es cuando el oscuro Grupo de Buceo Profundo de la US Navy en Panama City vuelve a entrar ‎en juego. La Escuela de Buceo Profundo de Panama City, cuyos alumnos participaron en ‎‎“Ivy Bells”, es vista como un área secundaria indeseable por los graduados de élite de la ‎Academia Naval de Annapolis, quienes generalmente buscan la gloria de convertirse en ‎Navy Seals, pilotos de combate o submarinistas. Si uno va a convertirse en un “zapato negro”, ‎es decir, en un miembro poco visible del mando de un barco de superficie, siempre hay al menos ‎una asignación en un destructor, crucero o barco anfibio. La guerra de las minas es la menos ‎glamorosa de todas. Sus buzos nunca aparecen en las películas de Hollywood, ni en las portadas ‎de revistas populares.‎

‎«Los mejores buzos calificados para el buceo profundo forman una comunidad selecta, sólo los ‎mejores fueron reclutados para la operación y se les dijo que se prepararan para ser llamados a la ‎CIA, en Washington», dijo la fuente.‎

Los noruegos y los estadounidenses tenían una ubicación y los agentes, pero había otra ‎preocupación: cualquier actividad submarina inusual en las aguas de Bornholm podía atraer la ‎atención de las marinas de guerra de Suecia y Dinamarca, que podrían informarla.‎

Dinamarca también fue uno de los primeros firmantes de la OTAN y era conocida en la comunidad ‎de inteligencia por sus especiales vínculos con Reino Unido. Suecia había solicitado ser miembro ‎de la OTAN y había demostrado gran habilidad en el manejo de los sistemas submarinos de ‎sensores magnéticos y de sonido que rastrearon con éxito los submarinos rusos que ‎ocasionalmente aparecían en aguas lejanas del archipiélago sueco.‎

Los noruegos se unieron a los estadounidenses para insistir en que ciertos altos funcionarios de ‎Dinamarca y Suecia tendrían que ser informados en términos generales de las posibles actividades ‎de buceo en la zona. De esa manera, alguien de mayor jerarquía podría intervenir y evitar que ‎algún informe subiese en la cadena de mando, aislando la operación de sabotaje de los canales ‎oficiales. «Lo que se les dijo y lo que sabían era deliberadamente diferente», me dijo la fuente. ‎‎(La Embajada de Noruega, a la que se le pidió que comentara este artículo, no respondió.)‎

Los noruegos tuvieron un papel clave en la eliminación de otros obstáculos. Se sabía que la ‎marina de guerra rusa tenía tecnología de vigilancia capaz de detectar y de activar minas ‎submarinas. Los artefactos explosivos estadounidenses debían camuflarse para que el sistema ‎ruso los percibiera como parte del entorno natural, lo que requería una adaptación a la salinidad ‎específica del agua. Los noruegos tenían una solución.‎

Los noruegos también tenían una solución para la cuestión crucial del momento de llevar a cabo ‎la operación. En junio, durante los últimos 21 años, la Sexta Flota de Estados Unidos, cuyo ‎buque insignia tiene su base en Gaeta (Italia), al sur de Roma, ha patrocinado un importante ‎ejercicio de la OTAN en el Mar Báltico, en el que participan muchos barcos aliados de toda la ‎región. El ejercicio de junio [de 2022] sería denominado “Baltic Operations 22” o BaltOps 22 [17]. ‎Los noruegos señalaron que esa era la cobertura ideal para colocar las minas.‎

Los estadounidenses aportaron un elemento esencial. Convencieron a los planificadores de la ‎Sexta Flota para que añadieran al programa un ejercicio de investigación y desarrollo. Como ‎se hizo público [18], aquel ejercicio involucró a la Sexta Flota junto con los “centros de investigación y ‎guerra” de la US Navy. El ejercicio se realizaría frente a la isla de Bornholm e involucraría a ‎equipos de buzos de la OTAN, para adiestrarlos en la colocación de minas, así como a equipos ‎que competirían utilizando las últimas tecnologías submarinas para encontrarlas y destruirlas.‎

Era a la vez un ejercicio útil y una cobertura ingeniosa. Los muchachos de Panama City harían ‎su parte y los explosivos C4 estarían en su lugar al terminar BaltOps 22, con un temporizador de ‎‎48 horas. Estadounidenses y noruegos se habrían ido mucho antes de que ocurriera la primera ‎explosión.‎

Pasaron los días. «El tiempo corría y estábamos cerca del cumplimiento de la misión», dijo la ‎fuente.‎

Y entonces… Washington cambió de opinión. Las bombas aún se colocarían durante el desarrollo ‎de BaltOps 22, pero la Casa Blanca temía que la ventana de 2 días para su detonación estaría ‎demasiado cerca del final del ejercicio y que sería obvio que Estados Unidos estaba involucrado.‎

Así que la Casa Blanca hizo una nueva solicitud: «¿Pueden los muchachos encontrar una manera ‎de volar las tuberías más tarde, cuando se les ordene?»‎

Algunos miembros del equipo de planificación estaban furiosos y frustrados por la aparente ‎indecisión del presidente. Los buzos de Panama City habían practicado mucho la colocación del C4 ‎en tuberías, como lo habrían hecho durante BaltOps, pero el equipo en Noruega ahora tenía que ‎encontrar una manera de darle a Biden lo que quería: la posibilidad de dar una orden de ‎ejecución exitosa en el momento decisivo. ‎

Recibir un cambio de orden arbitrario de última hora era algo con lo que la CIA estaba ‎acostumbrada a lidiar. Pero eso también reavivó la preocupación sobre la necesidad y la legalidad ‎de toda la operación.‎

Las órdenes secretas del presidente también recuerdan el dilema de la CIA durante la guerra de ‎Vietnam, cuando el presidente Johnson, ante la creciente oposición contra la guerra, ‎ordenó a la agencia que violara sus estatutos, que le prohibían expresamente operar en suelo ‎estadounidense, espiando a los líderes contra la guerra para determinar si estaban controlados ‎por la Rusia comunista.‎

La CIA finalmente accedió [al pedido de Johnson] y, a lo largo de la década de 1970, quedó claro ‎hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Tras el escándalo del Watergate, los periódicos revelaron ‎que la CIA espió a ciudadanos estadounidenses, participó en el asesinato de líderes extranjeros y ‎socavó el gobierno socialista de Salvador Allende.‎

Aquellas revelaciones llevaron a una serie de audiencias dramáticas a mediados de la década de 1970 ‎en el Senado, encabezadas por el senador Frank Church, de Idaho, quien dejó en claro que Richard ‎Helms, el director de la CIA en aquel momento, aceptó hacer lo que el presidente quería, aunque ‎eso significaba infringir la ley.‎ En un testimonio inédito, a puertas cerradas, Helms explicó con pesar que «casi tienes una ‎Inmaculada Concepción cuando haces algo bajo las órdenes secretas de un presidente». «Bien o ‎mal, [la CIA] trabaja con reglas y con reglas básicas diferentes a las de cualquier otra instancia del ‎gobierno.» Básicamente, Helms estaba diciendo a los senadores que él, como jefe de la CIA, ‎entendía que había trabajado para la Corona, no para la Constitución.‎

Los estadounidenses que trabajaban en Noruega estaban operando con la misma dinámica y ‎diligentemente comenzaron a trabajar en el nuevo problema: cómo detonar de forma remota los ‎explosivos C4 por orden de Biden. Era una misión mucho más exigente de lo que la gente de ‎Washington se había dado cuenta. El equipo en Noruega no tenía forma de saber cuándo ‎presionaría el botón el presidente. ¿Sería en pocas semanas, en varios meses, en seis meses ‎o más?‎

El C4 instalado sobre las tuberías sería activado por una boya-sonar lanzada desde un avión con poca ‎antelación, pero el procedimiento involucró la tecnología de procesamiento de señales más ‎avanzada. Una vez colocados, los dispositivos de temporización conectados a cada uno de los ‎cuatro oleoductos podrían activarse accidentalmente debido la compleja mezcla de ruidos del ‎fondo submarino en el ajetreado Mar Báltico: barcos cerca y lejos, perforaciones submarinas, ‎eventos sísmicos, olas e incluso criaturas marinas. Para evitarlo, la boya-sonar emitiría una ‎secuencia de sonidos de baja frecuencia únicos, muy parecidos a los emitidos por una flauta o un ‎piano, que serían reconocidos por el dispositivo temporizador y harían estallar los explosivos ‎después de un tiempo predeterminado.

«Se necesita una señal lo suficientemente robusta como ‎para que ninguna otra señal pueda enviar accidentalmente un pulso que active los explosivos», ‎dijo el Dr. Theodore Postol, profesor emérito de ciencia, tecnología y política de seguridad ‎nacional en el MIT. Postol, quien fue asesor científico del jefe de operaciones navales del ‎Pentágono, dijo que el problema que enfrentó el grupo en Noruega debido a la petición de Biden ‎era una cuestión de suerte: «Cuanto más tiempo permanezcan los explosivos en el agua, más ‎posibilidades hay de que una señal aleatoria active las bombas.»‎

El 26 de septiembre de 2022, un avión de vigilancia P8 de la marina de guerra de Noruega realizó ‎un vuelo aparentemente de rutina y dejó caer una boya-sonar. La señal viajó bajo el agua, ‎primero hacia Nord Stream 2 y luego hacia Nord Stream. Horas después, los explosivos C4 de ‎alta potencia estallaban y 3 de las 4 tuberías de los gasoductos quedaron fuera de servicio. ‎En cuestión de minutos, las burbujas del gas metano que había en las tuberías se hicieron visibles en la ‎superficie y el mundo supo que algo irreversible había sucedido.‎

‎LA CAÍDA

Los medios estadounidenses presentaron la voladura de los gasoductos como un misterio ‎sin resolver. Rusia fue citada repetidamente como presunto culpable [19], versión alimentada por ‎filtraciones calculadas desde la Casa Blanca, pero nunca estableciendo un motivo claro para tal ‎acto de auto-sabotaje, más allá de la simple venganza. Meses después, cuando se supo que las ‎autoridades rusas habían obtenido discretamente estimaciones del costo de reparación de los ‎gasoductos, el New York Times describió la noticia como «complicadas teorías sobre la identidad ‎de los autores» del ataque [20]. Ningún diario estadounidense [ni europeo] importante ha ‎profundizado en las amenazas anteriores de Biden y de la subsecretaria Nuland a los gasoductos.‎

Si bien la razón por la que Rusia querría destruir su propio gasoducto, altamente lucrativo, ‎nunca ha estado clara, una justificación más reveladora para la acción del presidente Biden ‎provino del secretario de Estado Blinken.‎

Cuando se le preguntó en una conferencia de prensa, en septiembre pasado, sobre las ‎consecuencias del empeoramiento de la crisis energética en Europa Occidental, Blinken describió ‎el momento como potencialmente bueno:‎
«Esta es una gran oportunidad para eliminar la dependencia de la energía rusa de una vez por ‎todas y así privar a Vladimir Putin del arma energética como medio para promover sus designios ‎imperiales. Esto es muy significativo y ofrece una tremenda oportunidad estratégica para los años ‎venideros, pero mientras tanto estamos decididos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ‎garantizar que las consecuencias de todo esto no recaigan sobre los ciudadanos de nuestros países ‎o del resto del mundo.»‎ [21]

Más recientemente, Victoria Nuland expresó su satisfacción por la desaparición del más reciente ‎de los gasoductos. Al testificar en una audiencia del Comité de Asuntos Exteriores del Senado a ‎fines de enero, le dijo al senador Ted Cruz: «Como usted, yo estoy, y creo que la administración ‎también lo está, está muy contenta de saber que Nord Stream 2 es ahora, como le gusta decir, un ‎pedazo de basura en el fondo del mar.»‎

La fuente tenía una visión mucho más colorida de la decisión de Biden de sabotear las más de ‎‎1 500 millas de los gasoductos de Gazprom mientras se acercaba el invierno. Refiriéndose al ‎presidente, dijo: «Tengo que admitir que este tipo tiene un par de bolas. Dijo que lo iba a hacer, y ‎lo hizo.»‎

Cuando se le preguntó por la posible razón de la ausencia de reacción de los rusos, la fuente respondió con ‎cinismo: «Tal vez quieren poder hacer las mismas cosas que Estados Unidos.»‎

‎«Era una linda historia de operación secreta», prosiguió la fuente, «una operación secreta con ‎agentes en el terreno y dispositivos que funcionaban con una señal secreta.». Y concluyó, ‎‎«el único fallo fue la decisión de ejecutarla.»‎

Fuente:

Seymour M. Hersh: Cómo Estados Unidos destruyó los gasoductos ‎Nord Stream. 24 de febrero de 2023. Traducción al español por Red Voltaire.

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