Ciudad subterránea en Chiapas (México): Enigma en las profundidades de la Tierra
En esta ocasión, nuestro artículo se adentrará en un fascinante misterio subterráneo anclado en Chiapas, México, que se convierte en el corazón de una leyenda que gira en torno al enigma maya y sus secretos ancestrales.
Numerosas alusiones parecen entrelazarse con la Cueva de los Tayos, en una historia que, como suelo decir, nunca se agota. Les extiendo la invitación a sumergirse conmigo en la exploración de una enigmática urbe desaparecida, su legendaria biblioteca de oro y las galerías subterráneas escondidas.
Descubramos el Velo de Isis.
Fray Diego de Landa – Holocausto bibliográfico Maya
Esta gente también utilizaba ciertos símbolos o caracteres para registrar en sus libros sus antiguas tradiciones y conocimientos. Por medio de ciertas marcas en sus dibujos, lograban comprender y transmitir su sabiduría. Descubrimos una gran cantidad de estos libros con su escritura, y dado que no había ninguno libre de supersticiones y engaños diabólicos, los incineramos todos. Extracto del manuscrito “Relación de las cosas de Yucatán” por Diego de Landa, siglo XVI.
Este documento, con el que el infame obispo Landa intentó redimirse, es cortesía de mayacalendar.com.
Para abordar los eventos que estamos a punto de relatar, es esencial centrarnos en la figura de Diego de Landa Calderón. Este controvertido personaje, nacido en Cifuentes, La Alcarria, Guadalajara, España, en 1524 y fallecido en 1579, se convertiría en una de las figuras más polémicas de su tiempo.
A la edad de doce años, ingresó al monasterio franciscano de San Juan de los Reyes en Toledo. A los 27 años, fue enviado a Yucatán para comenzar su misión de evangelización. Inicialmente, Fray Diego de Landa trató de proteger a los indígenas, a quienes quería convertir a la nueva fe.
Sin embargo, frustrado por la persistencia de las prácticas paganas que obstaculizaban su labor pastoral, decidió instaurar un Tribunal de la Inquisición. Los eventos que siguieron quedarían grabados en la historia como uno de los actos más brutales de la era colonial.
“En la noche del 12 de julio de 1562, una hoguera iluminaba las sombrías calles de Maní, Yucatán. Aquel fuego consumía objetos sagrados y, sobre todo, cuarenta códices que contenían la historia completa y las crónicas de los mayas”.
Imagen de un indígena lacandon, retratado, al lado a las ruinas de santuario de Bonampak, Chiapas, México. Cortesía: sachabarrio.blogspot.com
Landa estaba convencido de la existencia de una secta secreta de mayas herejes en Yucatán, dedicados a prácticas oscuras. Muchos mayas, sometidos a terribles torturas para romper su silencio, terminaron quitándose la vida.
Con el tiempo, Landa, abrumado por un profundo remordimiento, publicó la famosa «Relación de las cosas de Yucatán» en 1566, ofreciendo su propia interpretación del complejo idioma maya. A pesar de sus esfuerzos, la transcripción de Landa, un reconocido experto en la cultura maya, resultó ser infructuosa. Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, 1814-1874, un abad, geógrafo y erudito francés, fue uno de los primeros en reconocer esta problemática, expresando su perplejidad ante el trabajo de Landa.
Durante su tiempo en Chiapas, Brasseur de Bourbourg, quien también ejerció como misionero y administrador eclesiástico, escribió posteriormente «Viaje por el Istmo de Tehuantepec en el estado de Chiapas y la República de Guatemala» en 1861, relatando sus vivencias en México y Guatemala, e incluyendo en su obra referencias intrigantes a un grupo con costumbres misteriosas conocidos como los lacandones.
Litografía de Frederick Caterwood retratando Las Monjas, Chichén Itza, que durante el siglo XIX acompañara al explorador John Lloyd Stephens, en su célebre viaje por Chiapas y diferentes regiones. Cortesía: turistasypiratas.blogspot.com
De acuerdo con Brasseur de Bourbourg:
«Ocasionalmente, un conjunto de indígenas de estatura pequeña y tez clara se presentaban en los poblados y ciudades limítrofes de Chiapas y el occidente de Guatemala para intercambiar bienes, y luego se retiraban rápidamente hacia su imponente refugio pétreo que afirmaban ser su hogar, y aquellos que trataron de seguirles o bien se esfumaron o fueron hallados sin vida».
Este relato sobre una comunidad distinta a las culturas establecidas de Centroamérica, aunque con similitudes a los mayas según diversas narraciones, ha sido documentado por múltiples escritores, aunque existen pequeñas variaciones en sus versiones escritas. Examinemos las evidencias.
Lacandones. Pueblo de los verdaderos hombres
Entre los relatos más tempranos acerca de los lacandones, cuyo nombre ellos interpretan como «pueblo de los auténticos hombres», se encuentra un documento del siglo XV, la «Crónica de la Provincia de Chiapas y Guatemala», redactada por el fraile dominico Francisco Ximénez de Quesada (1550-1620), también conocido por su traducción del Popol Vuh. En dicho manuscrito, describe su encuentro con un cautivo lacandón.
Durante los siglos XIX y XX, comenzaron a circular historias sobre una milenaria urbe maya oculta en la selva mexicana, presuntamente protegida por una comunidad misteriosa. Uno de los primeros en documentar esta leyenda fue el autor estadounidense John Lloyd Stephens, quien en su libro «Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán» de 1841, relata el testimonio de un sacerdote español:
«A cuatro jornadas por el camino hacia México, cruzando al otro lado de la gran cordillera, existe una ciudad subterránea, vasta y poblada. De acuerdo con las historias de los indígenas de Chajul, ningún extranjero ha puesto pie en ella. Sus habitantes hablan maya, están al tanto de la conquista por extranjeros y eliminan a cualquiera que trate de invadir su dominio. No usan monedas ni otros medios de intercambio, carecen de caballos, ganado, mulas u otros animales domésticos, excepto aves que mantienen ocultas bajo tierra».
El clérigo también compartió con Lloyd Stephens que un explorador español le había dicho:
«Poseen una luz intensa que ilumina su mundo subterráneo, un secreto que, al parecer, les fue confiado hace mucho tiempo por aquellos que habitaron primero las profundidades».
Otro autor que resonó con estos rumores fue el reconocido explorador y periodista británico Harold Tom Wilkins (1891-1960). En su libro «Mysteries of Ancient South America» de 1945, revela detalles sobre una enigmática tribu perdida, vista cerca de Chiapas, que Wilkins asocia con los mayas o posiblemente los aztecas.
Wilkins escribe:
«Interactúan únicamente con indígenas, intercambian bienes y se esfuman tan rápido como aparecen. Los funcionarios mexicanos y guatemaltecos nunca hablan de ellos. Tradicionalmente, se les considera guardianes de la entrada a una ciudad subterránea, hogar de una antigua sociedad civilizada que gobernó México antes del diluvio. Ningún forastero conoce la parte de la selva donde residen, donde esta tribu vive como lo hicieron sus ancestros, preservando los mismos imponentes edificios de piedra, palacios y templos, amplios patios y torres altas con terrazas escalonadas que señalan su ubicación. Esta tribu también talla en piedra jeroglíficos misteriosos que ningún académico contemporáneo ha logrado descifrar en Yucatán».
El texto de Alpheus Hyatt Verrill, They Found Gold, 1936, donde por vez primera se dieron pistas, sobre una perdida biblioteca de oro maya. Cortesía: amazon.com
En el año 1936, la narrativa sobre una metrópoli escondida en la selva de México experimentó un vuelco sorprendente con la intervención del estadounidense Alpheus Hyatt Verrill, 1871-1954, quien era zoólogo, explorador, inventor, ilustrador y autor. En su obra «Ellos Encontraron Oro» (They Found Gold), Verrill relató que un aviador americano descubrió una biblioteca de oro en un enclave subterráneo. Según parece, este piloto aterrizó de emergencia en la jungla tras un vuelo problemático sobre la Bahía de Campeche, en la Península de Yucatán, cerca de El Salvador.
«Al escalar para inspeccionar la zona, sobre una elevación o pirámide oculta por la vegetación, el suelo se desplomó de repente bajo sus pies, y cayó unos cuatro metros, retrocediendo en el tiempo unos trescientos años. Terminó en una cámara subterránea donde encontró una estatua y un largo canal de piedra con ganchos metálicos, cada uno sosteniendo once placas de oro grabadas. Después de limpiar el polvo acumulado durante siglos de las placas, intentó desengancharlas de las varillas retorcidas, pero no logró liberar ninguna de los sólidos ganchos. Abandonó la selva y volvió a la costa; sin embargo, tras esa experiencia, nunca pudo reencontrar el camino hacia la Biblioteca de Oro.»
Novela donde se aborda la búsqueda de una perdida ciudad maya, y que según declarara su creador oculta una gran realidad. Cortesía: goodreads.com
Tres décadas más tarde, un misterio similar emergió en las profundidades de la selva ecuatoriana. Retomaremos este punto al concluir nuestro análisis. Alpheus Hyatt Verrill, quien recibió confirmación de su asombroso descubrimiento por parte de un aviador, se involucró profundamente en los antiguos enigmas subterráneos.
En su novela de 1929, «El Puente de la Luz» (The Bridge of the Light), Verrill narra una odisea espiritual centrada en el universo maya. En esta historia, Verrill imagina una urbe proto-maya oculta, accesible únicamente a través de un puente de luz ionizada que se manifiesta y desvanece caprichosamente, permitiendo cruzar un cañón rocoso donde se esconde la espléndida metrópoli.
Póster del film En Busca de la Ciudad Perdida, donde se retrata las andanzas del matrimonio Lamb en la selva de Chiapas. Cortesía: amazon.com
Aunque «El Puente de la Luz» se clasifique dentro de la fantasía, Verrill confesó antes de su muerte que había mucho de realidad en su relato. Incluso, durante sus viajes por Sudamérica, afirmó haber visto una extraña sustancia radiactiva capaz de disolver el granito.
Las afirmaciones de Verrill despertaron la curiosidad de una joven pareja, que en medio de la Segunda Guerra Mundial viviría una aventura increíble.
Dana y Ginger Lamb. En busca de la biblioteca de oro
Se estima que existen alrededor de una decena de urbes olvidadas en estas áreas. Sin embargo, es posible que en lo profundo de la jungla, ya sea en Chiapas o Guatemala, cerca del norte de la histórica Tikal y junto al río Usumacinta, los líderes mayas y su gente hayan encontrado su refugio final. Ante la amenaza de una conquista, es probable que buscaran refugio en las profundidades de la Tierra Prohibida, junto con su preciada Biblioteca de Oro. «En Busca de la Ciudad Perdida» por Dana y Ginger Lamb, 1954.
La historia comienza en 1933, cuando Dana Upton Cordero Lamb (1901-1967) y Virginia Marshall Bishop, conocida como Ginger (1912-1979), ambos estadounidenses, se casaron. Poco después, la joven pareja emprendió una odisea de descubrimientos que los llevó desde el sur de California a explorar México, Guatemala, Costa Rica y el recién inaugurado Canal de Panamá.
Dana y Ginger Lamb y un texto donde se cuenta el encuentro con los inexplicables lacandones, guardianes de un incognito maya notable. Cortesía: abebooks.com
Las crónicas de aquella época se plasmaron en «Vagabundos Encantados» (Enchanted Vagabonds), publicado en 1938, que se convirtió en un éxito de ventas para los Lamb. En 1940, emprendieron una nueva aventura con el objetivo de localizar una antigua urbe maya perdida y su legendaria biblioteca de oro, mencionada por Verrill en su obra de 1936. La selva Lacandona en Chiapas fue el escenario seleccionado por los Lamb para esta expedición, que resultó en hallazgos sorprendentes.
Posteriormente, en su libro de 1954 «En Busca de la Ciudad Perdida», los Lamb relataron su encuentro con una peculiar etnia local en la jungla de Chiapas, descrita como de baja estatura y piel pálida.
Inicialmente, los Lamb temieron por sus vidas. Sin embargo, con la ayuda de un guía, lograron establecer comunicación con estos singulares nativos, aunque no sin esfuerzo. Descubrieron que eran parte de la tribu lacandona, quienes afirmaron haber habitado la región durante siglos y ser custodios de un antiguo santuario venerado por ellos.
Los Lamb entablaron una relación de simpatía con los lacandones, quienes también mostraron curiosidad por los exploradores norteamericanos, invitándolos a compartir su vida por un tiempo. Con la confianza ganada, los Lamb preguntaron sobre la biblioteca perdida, que los lacandones reconocieron como los «libros de oro», escondidos en antiguos túneles.
David Lamb fue llevado al lugar, pero no se le permitió ver el tesoro, teniendo que conformarse con una descripción aproximada de su ubicación. Al regresar a Estados Unidos, los Lamb captaron la atención del presidente Franklin D. Roosevelt, quien los convocó a una reunión privada para indagar más sobre su experiencia en México.
Plancha de origen maya conectada al de la Cueva de los Tayos.
Los Lamb compartieron con Roosevelt que los lacandones custodiaban un ancestral tesoro perdido, consistente en láminas de oro con inscripciones jeroglíficas que contenían crónicas de tiempos antediluviales y profecías. Roosevelt, profundamente conmovido, pidió detalles adicionales sobre estos hallazgos a los Lamb, pero el ataque a Pearl Harbor truncó cualquier posibilidad de continuar con las investigaciones.
Un dato curioso apunta a Theodore Roosevelt, presidente de EE.UU. entre 1901 y 1909 y pariente lejano de Franklin, quien durante una expedición al Amazonas en 1914 fue informado sobre:
«Una vasta red de túneles subterráneos a lo largo del continente, donde se rumoreaba que estaban ocultas inmensas cantidades de oro. Un anciano guía le reveló a Theodore Roosevelt que estos túneles estaban protegidos por una singular tribu de indígenas blancos, conocidos por su hostilidad hacia aquellos que intentaban acercarse.»
Diferentes piezas mayas del tesoro perdido, de Cueva de Tayos.
En 1955, la obra «En Busca de la Ciudad Perdida» (Quest for the Lost City) se convertiría en un documental protagonizado por los Lamb.
Todas las referencias mencionadas hasta ahora en nuestro análisis sobre el misterio mexicano parecen estar vinculadas con un descubrimiento enigmático que tuvo lugar en la selva de Ecuador a finales de los años sesenta, relacionado con una herencia olvidada. Como el lector habrá deducido, nos referimos a la enigmática Cueva de los Tayos, cuya historia hemos abordado en repetidas ocasiones en MundoOculto.es
Cueva de los Tayos, y la conexión Maya
Al comienzo de mi investigación de la Cueva de los Tayos, tuve la oportunidad de examinar ciertos artefactos confidenciales, incluyendo piezas de origen maya. Estos objetos habrían sido parte de la colección de Julio Goyén Aguado, cercano al enigmático Juan Móricz, quien dio a conocer al mundo el descubrimiento de una biblioteca oculta de oro en la jungla de Ecuador, entre otros hallazgos.
Es un hecho que algunas de estas placas, junto con varios artefactos, provienen de la cultura maya. Aunque todavía no podemos resolver todas las incógnitas relacionadas con la Cueva de los Tayos y sus riquezas, es posible que empecemos a entender las conexiones entre Sudamérica y Centroamérica al enfocarnos en la existencia de redes de túneles subterráneos.
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Conclusión
México alberga un rico acervo de tradiciones ocultas, muchas de las cuales se han difuminado en el mito. Actualmente, se está reconstruyendo la historia de los mayas, así como desentrañando su herencia que apenas comenzamos a comprender. La interpretación de sus intrincados textos todavía desconcierta a los académicos, quienes se enfrentan al obstáculo de la devastación ocurrida durante la Conquista, lo que restringe nuestro progreso hacia una comprensión más profunda.
Por lo tanto, no parece irracional considerar que los antiguos mayas intentaron conservar sus escritos, posiblemente como custodios, como algunos sugieren, de civilizaciones anteriores. Los enigmas de Chiapas son solo una muestra de lo que está por descubrirse. Tal vez el futuro nos reserve revelaciones sobre este misterio, solo es cuestión de tiempo.
Autor MundoOculto.es