El declive del pensamiento crítico: cuando la verdad incomoda
La verdad incomoda. La inteligencia cuestiona. Y en tiempos donde el conformismo es la norma, pensar por uno mismo se ha convertido en un acto de rebelión. Vivimos en una era en la que se protege la ignorancia, se premia la mediocridad y se castiga a quienes se atreven a ver más allá de la narrativa impuesta. ¿Por qué? Porque las personas inteligentes representan un peligro para el sistema. No se dejan manipular con discursos vacíos, no aceptan verdades prefabricadas y no temen señalar lo que otros intentan ocultar.
Por eso los silencian.
No es casualidad que el pensamiento crítico sea atacado, que quienes plantean preguntas incómodas sean censurados, que el diálogo abierto sea reemplazado por un consenso artificial donde no hay espacio para la disidencia. Se nos ha dicho que «ofender» es peor que engañar, que la comodidad emocional es más importante que la realidad. Y así, poco a poco, el conocimiento se diluye en un mar de susceptibilidades, donde la verdad queda relegada a un rincón oscuro porque a alguien le resulta incómoda.
La pregunta que pocos se atreven a hacer es: ¿Quién gana con esto? ¿Quién se beneficia de una sociedad donde el pensamiento crítico es sofocado y la ignorancia es celebrada? La respuesta está en quienes manejan el discurso, quienes deciden qué se puede decir y qué no. Porque una población que no cuestiona es una población fácil de controlar.
Pero la verdadera resistencia está en seguir pensando, en no ceder ante la presión de callar, en recordar que el mundo no avanza con mentes complacientes, sino con aquellos que se atreven a desafiar la mentira disfrazada de verdad. Y aunque intenten silenciar la inteligencia, siempre habrá quienes sigan preguntando: «¿Por qué?».