¿Podemos realmente revivir especies extintas o sólo copias de alta tecnología?

¿Podemos realmente revivir especies extintas o sólo copias de alta tecnología?

Imagen de Julius H. de Pixabay

Desde lobos gigantes hasta mamuts lanudos, la idea de resucitar especies extintas ha cautivado la imaginación del público. Colossal Biosciences, la empresa biotecnológica con sede en Dallas que lidera este proyecto, ha sido noticia por sus ambiciosos esfuerzos para recuperar animales desaparecidos hace mucho tiempo mediante ingeniería genética de vanguardia.

Recientemente se anunció el nacimiento de crías con rasgos clave del lobo terrible, un depredador icónico visto por última vez vagando por Norteamérica hace más de 10.000 años. Esto siguió los pasos de anuncios previos de proyectos centrados en el mamut lanudo y el tilacino. Todo esto alimenta la sensación de que la desextinción no solo es posible, sino inminente.

Pero a medida que la ciencia avanza, persiste una pregunta más profunda: ¿cuán preciso debe ser el resultado para que se considere un verdadero retorno? Si solo podemos recuperar fragmentos del genoma de una criatura extinta, y debemos reconstruir el resto con sustitutos modernos, ¿es eso realmente desextinción o simplemente estamos creando ejemplares similares?

Para el público, la desextinción a menudo evoca imágenes de resurrección al estilo de Jurassic Park: una recreación de un animal perdido, renacido en el mundo moderno.

Sin embargo, en el ámbito científico, el término abarca diversas técnicas: cría selectiva, clonación y, cada vez más, biología sintética mediante la edición genómica. La biología sintética es un campo que implica el rediseño de los sistemas presentes en la naturaleza.

Los científicos han utilizado la cría selectiva de ganado moderno para intentar recrear un animal similar al uro, el ancestro salvaje de las razas actuales. La clonación se ha utilizado para recuperar brevemente la cabra montés de los Pirineos, extinta en el año 2000. En 2003, un equipo español logró llevar a término un ternero clonado, pero el animal murió a los pocos minutos de nacer.

Este se cita a menudo como el primer ejemplo de desextinción. Sin embargo, el único tejido preservado provenía de una hembra, lo que significa que no pudo haberse utilizado para recuperar una población viable. El trabajo de Colossal se enmarca en la biología sintética.

Estos enfoques difieren en su método, pero comparten un objetivo común: restaurar una especie extinta. En la mayoría de los casos, lo que surge no es una copia genética exacta de la especie extinta, sino un sustituto: un organismo moderno diseñado para parecerse a su ancestro en función o apariencia.

Tomemos el caso del mamut lanudo. El proyecto de Colossal busca crear un elefante asiático adaptado al frío que pueda cumplir la antigua función ecológica del mamut. Sin embargo, los mamuts y los elefantes asiáticos divergieron hace cientos de miles de años y difieren en aproximadamente 1,5 millones de variantes genéticas.

Editar todo esto es, por ahora, imposible. En su lugar, los científicos se centran en unas pocas docenas de genes vinculados a características clave como la resistencia al frío, el almacenamiento de grasa y el crecimiento del cabello.

Comparemos esto con los humanos y los chimpancés. A pesar de una similitud genética de alrededor del 98,8 %, las diferencias físicas y de comportamiento entre ambos son enormes. Si brechas genéticas comparativamente pequeñas pueden producir diferencias tan importantes, ¿qué podemos esperar al modificar solo una pequeña fracción de las diferencias entre dos especies? Es una regla práctica útil al evaluar afirmaciones recientes.

Como se comentó en un artículo anterior, el proyecto del lobo terrible de Colossal implicó solo 20 modificaciones genéticas. Estas se introdujeron en el genoma de un lobo gris para imitar rasgos clave del extinto lobo terrible. Los animales resultantes pueden parecer similares, pero con tan pocos cambios, son genéticamente mucho más parecidos a los lobos modernos que a su homónimo prehistórico.

Las ambiciones de Colossal van más allá de los mamuts y los lobos gigantes. La compañía también trabaja para revivir al tilacino (tigre de Tasmania), un marsupial carnívoro originario de Australia continental, Tasmania y Nueva Guinea. El último ejemplar murió en el Zoológico de Hobart en 1936.

Colossal utiliza como base un pariente genético llamado dunnart de cola gruesa, un pequeño marsupial. El objetivo es modificar el genoma del dunnart para que exprese rasgos presentes en los tilacinos. El equipo afirma estar desarrollando un útero artificial para albergar el feto modificado.

El tilacino era originario de Tasmania. El último ejemplar murió en 1936.

Colossal también tiene un proyecto para revivir al dodo, un ave no voladora que vagó por Mauricio hasta el siglo XVII. Ese proyecto utilizará la paloma de Nicobar, uno de los parientes vivos más cercanos del dodo, como base para la reconstrucción genética.

En cada caso, la empresa se basa en un modelo parcial: ADN antiguo incompleto, y luego utiliza la potente herramienta de edición genómica Crispr para modificar diferencias específicas en el genoma de una especie viva estrechamente relacionada. Los animales terminados, si nacen, podrían parecerse a sus homólogos extintos en apariencia y comportamiento, pero no serán genéticamente idénticos. Más bien, serán híbridos, mosaicos o sustitutos funcionales.

Esto no niega el valor de estos proyectos. De hecho, quizá sea hora de actualizar nuestras expectativas. Si el objetivo es restaurar funciones ecológicas, no recrear a la perfección genomas extintos, estos animales podrían seguir cumpliendo funciones importantes. Pero también significa que debemos ser precisos en nuestro lenguaje. Estas son creaciones sintéticas, no verdaderos retornos.

Tecnología para prevenir la extinción

Existen ejemplos más sólidos de trabajos de casi desextinción, en particular el del rinoceronte blanco del norte. Solo quedan dos hembras vivas en la actualidad, y ambas son infértiles.

Los científicos trabajan para crear embriones viables utilizando material genético preservado y madres sustitutas de especies de rinocerontes estrechamente relacionadas. Este esfuerzo implica la clonación y la reproducción asistida, con el objetivo de restaurar una población genéticamente idéntica a la original.

A diferencia del mamut o el tilacino, el rinoceronte blanco del norte aún cuenta con representantes vivos y células preservadas. Esto lo convierte en un caso fundamentalmente diferente: más biología de la conservación que biología sintética. Sin embargo, demuestra el potencial de esta tecnología cuando se aplica a la preservación, no a la reconstrucción.

La edición genética también es prometedora para ayudar a las especies en peligro de extinción, utilizándola para introducir diversidad genética en una población, eliminar mutaciones dañinas en las especies o mejorar la resiliencia a las enfermedades o al cambio climático. En este sentido, las herramientas de desextinción podrían, en última instancia, servir para prevenir extinciones, en lugar de revertirlas.

¿Dónde nos lleva esto? Quizás necesitemos nuevos términos: indicadores sintéticos, análogos ecológicos o restauraciones de ingeniería. Estas frases quizá no tengan el dramatismo de la «desextinción», pero se acercan más a la realidad científica.

Al fin y al cabo, estos animales no están volviendo de entre los muertos: están siendo inventados, pieza por pieza, a partir de lo que el pasado dejó atrás.

Al final, puede que no importe si los llamamos mamuts, elefantes lanudos, lobos gigantes o perros de diseño. Lo que importa es cómo usamos este poder: ya sea para sanar ecosistemas dañados, para preservar el legado genético de especies en extinción o simplemente para demostrar que podemos.

Pero al menos deberíamos ser honestos: lo que presenciamos no es resurrección. Es reimaginación.

Timothy Hearn, profesor titular de bioinformática, Universidad Anglia Ruskin

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