“Una antigua especie de pequeños humanoides viven en cuevas de los Andes”, afirma investigador

En el corazón del extenso y enigmático desierto de Atacama de Chile, donde los paisajes áridos parecen albergar secretos antiguos, se desarrolla un enigma peculiar: una figura esquelética, conocida coloquialmente como el ‘esqueleto de Atacama’, ha encendido un viaje de descubrimiento de una década de duración.
Este viaje está dirigido por un emprendedor e investigador español, ahora custodio de la diminuta pero inquietante momia esquelética.
Revelaciones recientes, compartidas con una audiencia cautivada en la cadena de televisión española Mitele, ofrecen una nueva y fascinante perspectiva sobre los orígenes de este misterioso espécimen.
La historia del ‘esqueleto de Atacama’ tiene sus raíces en un momento en el que una simple momia ‘alienígena’ de quince centímetros fue desenterrada de los confines de una iglesia abandonada enclavada en el pueblo fantasma de La Noria, situada a 3225 pies sobre el nivel del mar.
Casi de inmediato, la narrativa circundante se enredó en el sensacionalismo, con historias de conexiones extraterrestres circulando fervientemente.
Sin embargo, un grupo de siete expertos, especializados en los ámbitos de la anatomía y la antropología infantil, se mantienen unidos en su afirmación de que ‘Ata’, como se llama cariñosamente al esqueleto, no tiene rastros de extraterrestre.
El profesor Siân Halcrow, distinguido antropólogo biológico de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, encabezó un análisis exhaustivo en colaboración con arqueólogos de la Universidad de Estocolmo en Suecia, expertos anatómicos de la facultad de medicina de Stony Brook en Estados Unidos y otros .
Publicados en 2018, sus hallazgos desmantelaron tanto las afirmaciones de que ‘Ata’ era una entidad extraterrestre como el escepticismo que rodeaba su peculiar existencia.

En su meticuloso examen, la profesora Halcrow y sus colegas estimaron la gestación del esqueleto fetal en aproximadamente 15 semanas.
Esta revelación, junto con la medición de la longitud de la corona al talón de 6 pulgadas de ‘Ata’, los llevó a concluir que los restos esqueléticos probablemente pertenecían a un feto o un bebé prematuro que había sucumbido menos de cuatro meses después del embarazo.
Sin embargo, los detalles intrigantes que rodean la propiedad de ‘Ata’ involucran a un empresario con sede en Barcelona, Ramón Navia-Osorio Villar, quien supuestamente adquirió la momia del cazador de tesoros Oscar Muñoz en 2003.
Ramón Navia-Osorio Villar (izquierda)
Navia-Osorio, un ferviente entusiasta de los ovnis y líder del Instituto de Investigación y Estudio Exobiológicos (IIEE), desempeñó un papel fundamental en la difusión de información sobre el «esqueleto de Atacama».
Un informe de 2013, titulado ‘El ser antropomórfico de Atacama’, publicado bajo los auspicios del IIEE, se convirtió en la piedra angular de la narrativa en desarrollo. Sin embargo, fue un estudio más detallado y revisado por pares realizado por un equipo de Stanford en 2018 el que profundizó en la composición genética de ‘Ata’.
A pesar del rigor científico aplicado en el estudio de Stanford, este enfrentó una reacción instantánea, con preocupaciones sobre consideraciones éticas y posibles violaciones de la ley chilena en la adquisición de los restos de ‘Ata’.
El estudio, publicado en Genome Research, arroja dudas sobre las afirmaciones extraterrestres, atribuyendo las anomalías genéticas a condiciones propias de la Tierra , específicamente enanismo y escoliosis.

Sin embargo, en una narrativa que refleja los antiguos cuentos de la región, Navia-Osorio insiste en que ‘Ata’ trasciende la comprensión convencional. Plantea una teoría que se extiende a lo largo de los siglos y sugiere que ‘Ata’ puede pertenecer a una raza extinta de seres cavernícolas que coexistieron con el pueblo indígena aymara en las tierras altas de los Andes.
Según su relato, estas diminutas criaturas emergían de sus moradas subterráneas exclusivamente de noche, con distintivos ojos almendrados, una característica que atribuye a sus hábitos nocturnos.
El pueblo indígena aymara ha habitado la meseta del Altiplano en las tierras altas de los Andes durante al menos 800 años, posiblemente incluso milenios, abarcando los territorios de Bolivia, Perú y Chile.
Navia-Osorio teje una narrativa en la que estos pequeños habitantes de las cavernas con apariencia humana vivían en armonía con los aymaras, una existencia paralela entrelazada con la Edad Media europea .
Contrariamente al consenso de expertos como el profesor Halcrow, Navia-Osorio sostiene firmemente que ‘Ata’ no puede ser simplemente un feto de 15 semanas, señalando detalles desconcertantes como los callos en sus pies.
Los debates persisten y resuenan en la árida extensión del desierto de Atacama, donde el sol implacable y los vientos susurrantes parecen guardar los secretos de este esqueleto antiguo y desconcertante.
La búsqueda de la verdad continúa, extendiéndose más allá de los análisis científicos para abarcar el entramado de leyendas, relatos históricos y los territorios inexplorados de posibilidades que el ‘esqueleto de Atacama’ revela a su paso.
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