La ilusión de los derechos: cuando la libertad se convierte en un privilegio
Desde el momento en que nacemos, somos seres vivos con una existencia propia, con una esencia que ninguna ley escrita puede definir completamente. Nos enseñan que los derechos vienen del sistema, que son concedidos por gobiernos y autoridades, como si fueran favores que pueden otorgarse o quitarse a voluntad. Pero eso es una ilusión.
Tus derechos no te los da nadie. No necesitas permiso para ser libre, para pensar, para existir sin restricciones impuestas por estructuras creadas con el propósito de controlar. El sistema no reconoce derechos, solo concede privilegios—privilegios que pueden ser negados, revocados, manipulados según convenga a los intereses de quienes dictan las reglas. ¿Cómo puede alguien llamarlo libertad si depende de la aprobación de otros?
La verdadera esclavitud no tiene cadenas visibles. Se disfraza de normas, de burocracia, de contratos sociales diseñados para mantener a la gente dentro de límites bien definidos, donde el pensamiento crítico y la autonomía son peligrosas para el orden establecido. Nos programan para aceptar que somos «ciudadanos», «contribuyentes», «números en un registro», pero nunca individuos realmente autónomos.
Entonces, la pregunta es: ¿Cuándo dejamos de creer que nuestra libertad depende de un papel firmado? Porque el día que lo aceptemos por completo, seremos más libres de lo que nunca nos dejaron imaginar.